SHAME AND THE AGING WOMAN: CONFRONTING AND RESISTING AGEISM IN CONTEMPORARY WOMEN'S WRITINGS
El libro Shame and the Aging Woman: Confronting and Resisting Ageism in Contemporary Women’s Writings, de la profesora de Literatura J. Brooks Bouson, explora la experiencia de la mujer que envejece como un fenómeno social y cultural en el contexto anglosajón contemporáneo. Bouson estudia específicamente el tema de la vejez en la producción literaria de escritoras norteamericanas y británicas que lo han abordado a partir de los años setenta y se apoya teóricamente en la crítica feminista, los estudios de la edad (age studies) y los estudios de la vergüenza (shame studies). Algunas de las escritoras estudiadas son Doris Lessing, A.S. Byatt, Eva Figers, Doris Grumbach, Penelope Lively, Christina Midlebrook, Nancy Mairs y May Sarton, entre otras.
Clave para la lectura del libro son los conceptos de la vergüenza y del sexageism, o la intersección del machismo y el etarismo presentes en las culturas occidentales contemporáneas. La mujer que envejece ha vivido una realidad patriarcal toda su vida y va lentamente entrando a la categoría más indeseable de todas, la de vieja. Poco a poco sus posibles privilegios, parte del bello sexo o lo frágil, van desapareciendo, mientras que sus marginaciones son multiplicadas.
Para quien no esté familiarizado con la vergüenza y la vejez, como campos de investigación, Shame and the Aging Woman puede leerse como un estado del arte tan extenso como el texto mismo; muchas veces sorprendente, casi siempre iluminador y no pocas alarmante. La profesora Bouson sugiere que los estudios de la vergüenza y de la vejez sufren la misma negligencia y desprecio a las que son socialmente sometidas las mujeres que ya no son jóvenes. La vergüenza es un fenómeno psicoanalítico y psicológico colectivamente silenciado y poco entendido porque estudiar la vergüenza es reconocerla, y eso mismo acarrea estigma social. Por ello, cada vez que una mujer publica un libro sobre la vejez se la tilda de valiente y pionera, a pesar de sus copiosas predecesoras.
La vergüenza comienza a ser estudiada en la década de los setenta y se la entiende como la emoción maestra de las relaciones interpersonales e intrapsíquicas; siempre latente y agazapada en las interacciones sociales, de acuerdo con Thomas Scheff. Se trata de una “experiencia intensamente dolorosa”, que resulta de haber sido “expuesto” o descubierto en aspectos del ser que son íntimos y vulnerables (p. 6). Como resultado, la persona que es avergonzada se siente defectuosa, inferior e insignificante.
Coincidencialmente, el primer análisis feminista de la vejez fue también publicado en 1970 (La vieillesse de Simone de Beauvoir). En ese libro de Beauvoir ya se relacionaba envejecer con la vergüenza y ambos con el género. La mujer es entendida como el otro del ser humano estándar y envejecer es socialmente vivido como un proceso de enajenación de uno mismo. De esta manera, la mujer que cruza el umbral de los 50 años sufre un proceso doble de otredad y enajenación, o un “shock emocional” de autodesconocimiento, como lo llama la psicóloga Sarah Pearlman.
Ni la vejez ni la vergüenza son asuntos nuevos, pero nuestra complicidad social los mantiene invisibles bajo una bruma de inconsciencia. El hecho de que un porcentaje más alto de la población llegue ahora a la vejez y continúe envejeciendo por más tiempo parece no haber disminuido, sino agravado el estigma social. Nuestra obsesión colectiva por mantener la juventud complica la situación. Por ejemplo, el movimiento del “envejecer bien”, dice Bouson, ha legitimado la idea de que envejecer es un proceso controlable o incluso evitable. Envejecer mal se convierte en una culpa personal, un cuadro patológico, con síntomas como la presión alta o el sobrepeso, evitable con la adecuada disciplina. No saber envejecer, por lo tanto, es una falta digna del escarnio colectivo.
Por otra parte, quien se identifique a sí misma como una mujer que envejece (lo cual técnicamente abarca a todas las lectoras), puede leer el libro de Bouson no como una aventura teórica interesante, sino como la crónica de un descenso infernal garantizado. El libro ofrece detalladas, descarnadas y ofensivas descripciones del cuerpo que se desmorona y del sufrimiento que esto acarrea. Una mujer que sufre de osteoporosis, por ejemplo, se rompe la columna vertebral en dos partes una noche, mientras duerme. Shame and the Aging Woman es un libro de terror, más estremecedor que el mejor trabajo de Lovecraft y más incómodo que los calores súbitos a media noche. La lectora seguramente encontrará que ella, como el protagonista de Lovecraft en The Outsider, se ha tropezado no con una ventana que se abre a una realidad ajena, sino con un espejo que refleja un rostro desfigurado e irreconocible. Es el propio rostro, robado de atractivo, dulzura y familiaridad; un tipo de rostro que —horror de los horrores— ella aprendió a despreciar desde que era muy joven.
El terror mayor reside en que las historias en Shame no son fantásticas, como las de Lovecraft, sino etnográficas, incluyendo el trabajo de ficción que describe una realidad íntima para quien escribe. Una y otra vez, el libro nos narra la experiencia de la anciana que no se reconoce en el espejo. Su rostro es una máscara repugnante que oculta su persona auténtica: una que se mueve, habla y luce como lo hizo cuando tenía 35 años. La analogía de la máscara se repite incansablemente, citada en múltiples trabajos literarios y académicos. La coherencia de la experiencia a través de tantos testimonios es descorazonadora. Las mujeres mayores viven su cuerpo como un impostor foráneo, una materialidad grotesca que poco a poco infiltra el ser auténtico y trae consigo dolor físico, mental, psicológico y moral.
El cuerpo doblado y arrugado es una especie de burla cósmica ante la cual la mujer puede hacer muy poco más allá de la negación bajo el maquillaje, las tinturas o la cirugía plástica, y la penosa y eventual resignación. Infortunadamente, la mujer parece haber forjado su propio destino en tanto que su cuerpo, su propio ser encarnado, se niega a obedecer o a actuar como es debido. Y aquí entra la vergüenza, la emoción social maestra, protagonista central de este libro. La vergüenza de haberse convertido en algo que ella misma despreció, la vergüenza de no poderse comportar como un adulto normal y en control total de esfínteres, dedos, labios, piernas, voz y memoria; la vergüenza de haber caducado como mujer completa alrededor de la menopausia. Una vergüenza reforzada por anuncios comerciales, repetida por hijos, vecinos, amigos y desconocidos y forjada silenciosamente por cada institución con la que ella se cruzó en su vida. La anciana es drenada de historia o relevancia y convertida en un ser silencioso, pero incómodo que tiene poco que decir y mucho menos que enseñar. Mucho antes de morir ha sido aniquilada.
La vergüenza, dice Bouson, se encarna. Es y se vive a través del cuerpo, es lo contrario del orgullo y del respeto y ocurre simultáneamente en relación con el otro y consigo misma. Los ojos son su medio de comunicación privilegiado, agrega Leon Wurmser. Los ojos del otro que miran con desprecio y asco, y los ojos humillados que evitan esa mirada perdiéndose ansiosamente entre los detalles del suelo. Esa mirada repugnada del otro se vuelca hacia adentro y ahora el rostro humillado evita el espejo, avergonzado por la realidad que refleja.
Aun cuando casi todas las voces protagonistas en este libro terminan viviendo la vejez así, como un proceso vergonzante, hay quienes encuentran formas de resistir en y a través de la vergüenza. A esta táctica Bouson la llama “putting shame to work politically”: hacer que la vergüenza trabaje políticamente. Se trata de usar la vergüenza, más que sufrirla, para destapar el etarismo machista que la genera. Dado que uno de los efectos de la vergüenza es el de-storying: el despojo de la propia historia, una forma fundamental de resistir la aniquilación es el re-storying: re-narrar el pasado y re-instaurar el presente.
La narrativa es propuesta en el último capítulo del libro como la posibilidad expresiva más poderosa para recuperar agencia y subjetividad. A través de recontar el pasado y remirar el presente surge una manera alternativa de vivir y ver la propia vejez. De esta manera, la protagonista, que pone a trabajar la vergüenza, sustituye la analogía dominante de la vejez como caída y la reemplaza por la idea de viaje, exploración o metamorfosis. El libro mismo podría leerse de esta manera: como un relato de terror que ofrece una vindicación final, pues la víctima ha dejado de correr y enfrenta la monstruosidad en la oscuridad aun cuando esta lleve su rostro.
Este es sin duda alguna el libro teórico más incómodo que recuerde haber leído, y lo es por dos razones. En primer lugar, el texto habla de una realidad que se silencia colectivamente a la cual me acerco un poco más cada día, implacablemente. Envejecer en el siglo XXI, en la calidad de ser humano con vagina, no es cosa para egos frágiles. Es demoledor. Y en esto reside el valor de leer este minucioso análisis literario feminista. En el acto de leer y de leerme en el libro he puesto mi vergüenza a trabajar políticamente. Por otra parte, el libro mismo está escrito de una manera curiosamente clínica y árida drenada de placer o goce estético. Su escritura podría usar las tácticas de resistencia descritas en sus páginas, pues, si la narrativa es el arma más vital de resistencia ante la caída, cabe preguntarse por el estilo formal (por no decir patriarcal) usado para contar esta historia urgente. ¿Es realmente un requisito fundamental de un libro académico ser frío y distante? Yo me atrevería a decir que no, que es posible contar una historia académicamente rigurosa de una manera tanto lúcida como lúdica. Notables figuras de la crítica feminista, como bell hooks y Gloria Anzaldúa, nos han mostrado esto claramente.
Más que ver estos límites como un defecto del libro, prefiero entenderlos como una oportunidad. Este libro debería invitarnos a explorar usando varios estilos narrativos, las historias de aquellas mujeres no estudiadas en este volumen: las negras, indígenas y campesinas; las latinas, europeas, africanas o asiáticas, cuyas historias no corresponden al corpus anglosajón considerado en este libro. ¿De qué manera es vivida la vejez entre poblaciones rurales, tribales o nómadas? ¿Qué historias se cuentan aquellas que pertenecen a las comunidades LGBTI en Japón, Colombia o Rusia? Esto es un reto que vale la pena abrazar por sus méritos políticos, su relevancia global y su potencial poético.
Referencias
Anzaldúa, G. (1987). Borderlands/La Frontera: The New Mestiza. San Francisco: Aunt Lute.
Beauvoir, S. de (1970). La vieillesse. Paris: Éditions Gallimard.
Bouson, J. B. (2016). Shame and the Aging Woman: Confronting and Resisting Ageism in Contemporary Women’s Writings. Ginebra: Palgrave Macmillan.
hooks, bell. (1981). Ain’t I a Woman? Black Women and Feminism. Boston, MA: South End Press.
hooks, bell. (2003). The Oppositional Gaze: Black Female Spectators. En The Feminism and Visual Culture Reader (ed. A. Jones). New York: Routledge.
Lovecraft, H. P. (1984). The Outsider. En The Dunwich Horror and Others (Arkham House, S. T. Joshied.). Publicado por primera vez en Weird Tales, 1926.
Pearlman, S. (1993). Late Mid-Life Astonishment: Disruptions to Identity and Self- Esteem. En Faces of Women and Aging (N. Davis, E. Cole, and E. Rothblum, eds.). New York: Haworth Press.
Scheff, T. (2003). Shame in Self and Society. Symbolic Interaction, 26(2): 239-262.
Wurmser, L. (1994). Shame: The Veiled Companion of Narcissism. En The Many Faces of Shame (D. Nathanson, ed.). New York: W.W. Norton.