YOSOYTUERESELESELLA
Juan Pablo Echeverri
Bogotá, Colombia (1978)
juanpabloecheverri.com
A veces cuando me preguntan ¿por qué hago autorretratos? yo también me planteo la misma cuestión. Quizá buscando en el pasado pueda encontrar respuestas…
Crecí en una familia cristiana y fui a un colegio católico, solo para hombres, supremamente estricto y bilingüe. En ese lugar estuve desde 1986 hasta 1996. Diez años que resultaron más definitivos de lo que jamás imaginé.
Crecer en ese lugar fue un infierno pues jamás fui aceptado; por el contrario, desde el primer día de clases se me impuso un rótulo que me acompañó durante aquella tortuosa década: el de marica. A los siete años es muy difícil entender qué es lo que
puedes estar haciendo mal para que te llamen así, de manera que a medida que pasa el tiempo y te cuestionas todo lo que haces, no encuentras otra opción sino pensar que el problema está en ti. Y entonces comienzas a cuestionarte e incluso llegas a odiarte.
Hoy en día es simple, pues todos estamos al tanto del nivel de bullying que ocurre en los colegios; sin embargo, a mediados de los ochentas no era fácil traer este tipo de situaciones a casa y pedir ayuda, quedando abierta solamente una posibilidad: callar, aguantar y sufrir en silencio. Poco imaginaba yo que allí era donde estaban gestándose las bases sobre las cuales se desarrollaría mi trabajo artístico tras haber superado esa década.
Con el tiempo, y como mecanismo de defensa, me convertí en un adolescente un poco más rebelde de lo normal, buscando alejar a quienes me molestaban. Apariencia descuidada, zapatos rayados, ropa rota y diferentes tipos de atuendos me permitieron protegerme de miles de san carlistas que luchaban entre sí por sobresalir, clasificar en campeonatos deportivos y ser los mejores. Pero, en el transcurso de estos años también comprendí el poder que tenía mi apariencia y cómo esta era definitiva al momento de enfrentarme al mundo exterior.
Por mi parte, solamente quería que pasara el tiempo y poder algún día dejar de ser parte de aquel lugar al que nunca pertenecí. Finalmente llegó el gran día, salí del colegio y me inscribí en los cursos libres de artes en la Universidad Javeriana. ¿Por qué?, esto nunca lo tendré claro. El hecho es que allí me encontré con lo que soy ahora.
Desde los seis años fui músico, toqué violín, luego guitarra y batería, y pertenecí al conservatorio de la Universidad Nacional. Lo mío siempre ha sido la música. Crecí en una familia completamente melómana, y en vez de cantar los Canticuentos o Rin rin renacuajo, crecí con The Beatles, The Rolling Stones, The Who, The Police y Queen, entre otros. Mis padres siempre nos ponían música y nos hacían aprender los nombres de todos los integrantes, de todos sus discos en orden cronológico y cosas así. Luego, con el tiempo, tuve mis propias bandas de rock y hasta toqué en Rock al Parque, entre otras cosas. Mi talento musical fue, en parte, una de las herramientas que utilicé para defenderme a lo largo de la época escolar.
Juan Pablo Echeverri, 1 X 2 en 10, 1998, 10 fotografías, 80 x 20 cm.
Sin embargo, al momento de decidir qué carrera estudiar, jamás consideré convertir la música en una profesión. Fue en Artes Visuales donde me encontré con una clase que dictaba Clemencia Poveda y en la cual descubrí una opción de vida en la fotografía. Ella nos abrió los ojos a una herramienta poderosa que todos teníamos a la mano y podíamos explotar. Y no solamente de una manera técnica —con la cual aprenderíamos a manipular cámaras, exposímetros y ampliadoras—, sino como una herramienta que podría ampliar nuestras expectativas de vida: potencializar nuestra existencia.
En ese curso se hizo mucho énfasis en la idea de lograr conectar la cámara a nosotros mismos, es decir, de tener siempre en cuenta que más que operadores de cámaras éramos una extensión de ellas; por ende, las imágenes que plasmáramos pertenecían a nosotros mismos y deberían traducirnos. Ejercicios como trabajar poniéndonos en los zapatos de artistas como Nan Goldin, Arthur Tress, Robert Mapplethorpe, Cindy Sherman y Diane Arbus, entre otros, funcionaban a manera de pretexto y plataforma para buscar e indagar sobre nosotros mismos.
El común denominador de estos artistas es que su obra estaba ligada estrechamente a sus vidas; antes de mostrarnos las imágenes, Clemencia hacía unas introducciones supremamente minuciosas en las que hablaba de la vida de estos personajes como si fueran héroes, con una admiración y detalle que te hacía amarlos, aun sin haber visto sus fotografías. Después, todos teníamos que producir un trabajo basado en la forma de trabajar del artista de la semana, articulando sus prácticas a nuestras propias vidas. Independientemente de que el resultado fuera o no acertado, cada experiencia dejaba huella en quienes tomábamos la clase, una marca que en algunos estudiantes, como yo, fue definitiva.
Haber tenido la oportunidad de experimentar con el autorretrato fue una revelación para mí. No tener que pedirle a nadie que hiciera nada por mí, sino pararme frente a la cámara a hacerlo por mi cuenta
representaba un ahorro de energía que solía perder en dirigir modelos y capturar momentos mientras luchaba contra sus miedos, egos e inseguridades.
Tras la realización de 1 X 2 en 10 (1998), supe que jamás querría estar únicamente detrás de la cámara sino también en frente. Había encontrado entonces un lenguaje con el cual estaba dispuesto a enfrentar el nuevo mundo al que ahora pertenecía. También había encontrado un aliado en mí mismo.
En esta serie me retraté como diez tipos de parejas, incluyendo una de hombres, de mujeres y de travestis. Me estaba expresando sin saberlo. Quería referirme a esos baúles en los que se guardan disfraces en las casas, y al mismo tiempo quería explorar la técnica de doble exposición. El resultado fue una revelación para mí, y desde ese momento supe que en adelante solamente me iba a dedicar a hacer autorretratos.
Desde unos años atrás tenía como hobby hacerme fotos de documento en un Foto Japón que quedaba cerca a mi casa; esta actividad se volvió cada vez más frecuente hasta que en julio del 2000 comencé a hacerlo a diario. Sin darme cuenta estaba haciendo lo que en el futuro sería la columna vertebral y el eje de mi trabajo y de mi vida: acabo de cumplir cinco mil días de hacerme una foto de documento diaria. Ahora bien, el hecho de coleccionar estas fotografías de cabina ha tenido un impacto evidente en el resto de mi trabajo. Por lo general, me he enfocado en hacer retratos de plano cerrado en los que poso frente a la cámara sin ninguna expresión, como lo exigen las normas de las fotografías de identificación
Paralelamente, he realizado diferentes series de fotografías en las que utilizando mi cuerpo y alterando mi apariencia me he dedicado a personificar a otros. Todos los personajes que he caracterizado los he visto alguna vez en la vida; paso los días mirando a la gente, almacenándola en mi base de datos de posibles yos para encarnar.
Después de quince años de trabajar sobre lo mismo, mirando atrás veo que lo que tengo es una colección de yos. Suelo ser muy repetitivo y monotemático y me encanta hacer lo mismo una y otra vez. En general, toda mi vida he sido un coleccionista empedernido, casi acumulador. Por eso me parece interesante ver cómo este aspecto de mi vida cotidiana se ve reflejado en mi trabajo, que también es a primera vista repetitivo y monotemático. Caer en cuenta de esto solamente me da ganas de seguir haciendo más de lo mismo.
El año pasado hice la serie Peloquitas, que consistía en sesenta fotografías con diferentes pelucas, un registro de mi colección personal. Quise que mi cara pareciera una de esas cabezas de icopor en las que se exhiben las pelucas. No fue sino hasta que terminé la serie cuando me percaté de que el resultado era prácticamente
una recreación de mi serie MUTILady, del 2003, para la cual me dejé crecer el pelo durante cinco años y lo fui cortando en diferentes pasos hasta quedar calvo, esta vez con los músculos del cuerpo pintados con aerógrafo sobre mi cuerpo. Esto para mí fue impresionante, pues era como mirarme a un espejo y reconocerme. También fue una experiencia reconfortante; me dio una sensación de acierto y tranquilidad que me hizo sentir «como en casa». En últimas, fue una especie de afirmación de que estoy haciendo lo que tengo que hacer.
Aunque la primera impresión de muchos al enfrentarse a mi obra es que resulta completamente autorreferencial y autobiográfica, esto no es necesariamente así. Algo que siempre me ha llamado la atención es ver cómo he sido segregado siempre del mundo del arte por hacer autorretratos… qué digo por hacer autorretratos: ¡por ser marica! Pero en realidad mi obra no se centra en mi vida ni en ser gay. Como cualquier artista, es lógico que mi trabajo tenga puntos de cruce con mi vida, pero no necesariamente de una manera mayor que cualquier otro artista. Finalmente, es el artista quien ejecuta su obra y no hay opción de que estas dos situaciones se desliguen. Pienso que somos simples operadores que se encargan de desarrollar las ideas que nos llegan; cada artista tiene una obsesión, la mía es el sujeto y su identidad, por eso he tomado como material de estudio al sujeto más cercano: yo mismo.
Curiosamente solo he realizado en dos ocasiones series que abordan temáticas gay: ojo de Loca, 2006 y boYOs, 2009. La primera consiste en veinticinco autorretratos de los diferentes tipos de homosexuales que podrían identificarse dentro de una sociedad. Los personajes están posando frente a una bandera gay: panadero, fotógrafo, cantante, músico, médico y hasta presidente, entre otros.
Juan Pablo Echeverri. Izquierda: ojo de Loca, 2006, 25 fotografías, 40 x 40 cm c/u. Derecha: boYOs, 2009, 25 fotografías, 30 x 30 x 30 cm c/u.
En esta serie me interesaba señalar sujetos que, aparte de tener en común el hecho de ser gais, todos están representando independientemente a personas del común con las que nos topamos a diario: el deportista, el cura, el estudiante, etc. De esta forma quería hacer referencia a cómo podemos encontrar gais en todos lados. Suena obvio, pero muchas veces la gente al discriminar cree que los gais son como extraterrestres y que no están cerca de ellos; bueno esto era aún peor en el 2006, pues hoy en día ya los vemos en telenovelas y realities, «sensibilizándonos» frente a la existencia de homosexuales.
Juan Pablo Echeverri, fotofijas de los videos: dóndestá _a_ie_, 2012, Madrid; Catalana del Rey, 2013, Barcelona; Lezangeles, 2012, Los Ángeles; Roam, 2013, Roma; Monjarabiosa, 2012, Berlín; Gay Gone Wild, 2013, Amazonas; Sexual Forestz, 2011, Londres; you keep ME hanging on, 2010, Barcelona; Papi Soy Gay '10, 2010, Nueva York.
boYOs, por otra parte, retrata veinticinco tipos delesbianas posando dentro de triángulos rosados que encajan entre sí, formando un triángulo más grande como el que usan a manera de símbolo los miembros de comunidades LGBT para identificarse. Así como en ojo de Loca, en boYOs busqué estereotipos de mujeres que podrían ser lesbianas, desde la antropóloga hasta la tía de cualquier persona, pasando por la tenista y la baterista.
Desde el 2001 comencé a experimentar con cámaras de video haciendo videos caseros, los cuales formaban parte de un videario en el que trabajé durante varios años, hasta que alrededor del 2003 se convirtieron en videoclips musicales caseros.
Estos videos los hacía para mí, no pretendía mostrarlos ni incluirlos en mi cuerpo de trabajo. Sin embargo, con el tiempo y una vez más como producto de la repetición de la que soy esclavo, me encontré con una serie de videos que en conjunto tenían mucho sentido.
No fue sino hasta el 2007 cuando, estando en Londres, fui invitado a una exposición en la que debía hacerse una obra relacionada con la ciudad y me aventuré a salir a la calle a grabar un videoclip por los lugares icónicos de la ciudad. Desde entonces, durante los últimos siete años he hecho un video en cada lugar que he visitado. Estos videos se han convertido en videopostales de ciudades como México, Bogotá, São Paulo, Río de Janeiro, Nueva York, París, Madrid y Barcelona, entre otras. Lo que me interesa de esta experiencia es la adrenalina que libero cada vez que produzco uno de estos videos y el carácter performático que tienen implícitas las acciones que estoy registrando. Ver las diferentes reacciones de la gente en las ciudades y observar qué tanto se involucran en mis acciones es lo que realmente le da un carácter diferente a cada video, convirtiéndolos en retratos de estos lugares.
Así es como de alguna forma la relación que hay entre mi trabajo y mi vida se ha vuelto más estrecha, y podría decir que de una u otra manera en los videos se hace más evidente el hecho de que soy homosexual, ya que en ellos me desinhibo por medio de disfraces y, por lo general, represento canciones pop cantadas por mujeres. En varias ocasiones hago referencia a esta condición, por medio de accesorios con banderas, o títulos de algunos de los videos como Papi soy gay, Gay gone wild y Holigay, entre otros.
Mientras eso ocurre en mi trabajo de video, en mis fotografías cada vez más me encuentro con la necesidad de transformar mi imagen al máximo, como ocurre en dos de mis series más recientes: Famoustros, 2012, serie de cuatro autorretratos representando a los cuatro famosos monstruos del cine de terror de los años cuarenta; y Homoticones, serie de dieciséis autorretratos como los emoticones que usamos a diario en los mensajes de texto y chat.
Actualmente estoy fascinado con las transformaciones extremas, mientras menos me reconozca en las fotografías es más satisfactorio y, en contraste con el trabajo que había realizado anteriormente, es interesante ver la evolución de mis inquietudes y cómo estas se resuelven en términos de imagen, cómo traduzco ideas en imágenes.
Me preguntan con frecuencia cuál es el verdadero yo de los más de cinco mil autorretratos que me he hecho en la vida, y realmente es algo que no puedo responder. A lo largo de mi carrera me he apropiado de tantas identidades que creo que en mi mente realmente he sido Superman, Drácula, Jesús y hasta la carita triste… entre muchos otros.
Y es que teniendo en cuenta la idea de que la fotografía es un comprobante de algo que ha ocurrido, de algo que fue, es cierto que yo sí he sido todos estos sujetos. En el futuro aspiro seguir ampliando la variedad de esta interminable colección de yos.
Bogotá, abril del 2014.
Juan Pablo Echeverri. Izquierda: Famoustros, 2013, 4 fotografías, 100 x 117 cm c/u. Derecha: Holy Shit™, 2009, 6 fotografías, 60 x 50 cm c/u.