El Guesa errante: éticas y estéticas trash/malandras/delincuentes/ desobedientes para mundos queer y decoloniales
Hélio Oiticica, Agripina é Roma-Manhattan, 1972, Super-8, color, mudo, 16’27”. Cámara: Hélio Oiticica y Antônio Dias; edición: Andreas Valentin; con la participación de: Mario Montez, Christiny Nazareth, Antônio Dias y David Starfish. Fotos: Hélio Oiticica. © César y Claudio Oiticica.
Prólogo
Con curiosidad y asombro se explora hoy el grupo de proyectos artísticos prácticamente desconocidos que Hélio Oiticica denominó quasi-cinemas y que realizó durante su estadía en Nueva York en la década de los años setenta. Oiticica incluyó bajo esta categoría propuestas como Cosmococas, Helena inventa Ángela María, Neyrótika y
Agrippina é Roma-Manhattan, las cuales salieron a la luz tan solo en 1992 a raíz de laexposición retrospectiva itinerante organizada por Guy Brett y Catherine David, la cual se presentó en Róterdam, París, Barcelona, Lisboa y Minneapolis entre 1992 y 1994. Oiticica llegó a Nueva York en 1970 como becario Guggenheim, se inscribió en un curso de cine en la Universidad de Nueva York, adquirió una cámara Super-8 y una mesa de edición. Comenzó a filmar y a producir guiones para varios proyectos, que en su mayoría, nunca se realizaron. Hoy solo contamos con borradores de guiones y algunos fragmentos filmados que han sido recientemente descubiertos y restaurados. En contraste con su serie Neyrótika y su película en Super-8 Agrippina, que se han presentado en Brasil, Estados Unidos y Europa, entre otros lugares, estos proyectos inacabados solo pueden ser interpretados a partir de las notas y guiones del propio Oiticica, los cuales han sido digitalizados por el Projéto Hélio Oiticica en Río de Janeiro.
En general, los quasi-cinemas han sido abordados como experimentos artísticos con la narración y la imagen fílmica, quizá por la fascinación expresa de Oiticica con las propuestas de Jack Smith. Para Oiticica, Smith: «extrajo del cine una visión no naturalista que imita la apariencia, sino más bien la imagen de un espejo despedazado y fragmentado» (Oiticica 1974, 180). El carácter disperso y parcial de los borradores no obedece necesariamente a su estado incompleto, sino que es muy posible que los guiones se hayan pensado como parte de instalaciones para sus quasi-cinemas. Pese a sus trabajos colaborativos con el cineasta brasilero Neville D’Almeida y su actuación en el film Câncer de Glauber Rocha (1972), Oiticica parecía estar interesado en usar la imagen fílmica como parte de sus ambientes y atmósferas, inspirado en las investigaciones de Smith. En una carta a Waly Salomão de 1971, Oiticica describe su experiencia como participante en una presentación del trabajo de Smith e introduce el concepto de los quasi-cinemas:
Empezó a las diez y treinta, tres horas más tarde de lo anunciado, y las primeras tres diapositivas duraron media hora; él movía la pantalla de tal forma que la proyección de las diapositivas se interrumpía, cambiaba la posición del proyector para cortarlas en el lugar justo: el resto de la diapositiva se desbordaba en el ambiente; increíble; yo estaba atónito por la expectativa y la ansiedad, valió la pena, era un tipo de quasi-cinema, para mí tan cine como te puedas imaginar: la misma simplicidad compleja que puedes sentir con [G]odard: aún más, desde mi punto de vista: las imágenes, la duración de cada diapositiva en la pantalla, etc., era brillante y muy importante: sound tract [sic] de la música en una estación AM... música malagueña latina, cosas increíbles, ruidos: de teléfono, de automóviles, etc.; terminó a la una de la mañana: ¡Salí transformado! (Oiticica 1998, 2).
Oiticica vuelve a recordar esta experiencia meses más tarde en una carta a su amiga y colega Lygia Clark: «Fui a una proyección de diapositivas, una suerte de quasi-cinema, que resultó increíble… Jack Smith es una especie de Artaud del cine»(Figueredo 1996, 204).
Hélio Oiticica, Notas para la instalación Nitro Benzol & Black Linóleum, 1969.
Me gustaría, sin embargo, abordar estos experimentos con la imagen fílmica que Oiticica realizó en Nueva York como parte de su interés previo en crear ambientes o atmósferas —mundos-abrigo como él los llamaba— para propiciar una transformación corpórea individual y colectiva. Los experimentos previos a esta indagación incluyen no solo Tropicalia, sino también el experimento Eden en la Whitechapel Gallery en Londres enfebrero de 1969, una versión de Ninhos que presentó en la exhibición Information en 1970 en el MoMA de Nueva York, así como Nitro Benzol & Black Linoleum, el cual introduce ambientes inesperados para la interacción de placeres entre la audiencia.
Mediante situaciones inesperadas, sus mundos-abrigo pretendían desatar aquellos prejuicios que nos impiden tener vivências, esto es, dar rienda suelta al impulso de devenir diferente en una especie de transformación colectiva. Al respecto él afirmaba:
Mi trabajo me ha llevado a usar formas de entretenimiento accidental como elementos directos hacia una nueva apertura. [...] De la situación accidental de acostarse en el piso, por ejemplo, pueden emerger situacionespreguntas internas; posibilidades de relacionarse con conductas-situaciones no condicionadas. (Oiticica 1973a, 3-5)
Hélio Oiticica, Notas para el film Boys & Men, 1970.
El mundo-abrigo que Oiticica buscaba crear en Nueva York continuaba esta búsqueda hacia una experimentación no condicionada y no-artística que liberaría el arte y la vida de condiciones preconcebidas por la sociedad y permitiría que el azar creara situaciones no familiares que descentraran tanto el trabajo artístico como la experiencia del espectador en el sentido contemplativo y retinal heredado de la modernidad. Oiticica aseveraba: «Las condiciones accidentales son necesarias para lograr el cambio experimental [...] ya que lo que se experimenta en términos de decondicionar (no experiencia sublime, no catarsis) los patrones de conducta es radical» (Oiticica 1973a, 4). Estas condiciones accidentales eran también una forma de crear una «experiencia colectiva libre», una suerte de día del juicio final que no buscaba «limpiar la tierra de la especie humana, sino más bien exterminar la idea del “ejercicio experimental de la libertad”» (Oiticica 1973a, 7), citando la frase con la que el crítico Mario Pedrosa denominó la propuesta ética y estética de Oiticica. Por último, para Oiticica, la idea de lo colectivo se separa de aquellas estructuras impuestas por la sociedad, como la familia. Para él lo colectivo es más un grupo mutante que resiste definirse como una familia y mucho menos como una liberada (Oiticica 1973a, 7).
Me interesa además señalar que las características que adquieren sus mundo-abrigo en Nueva York parecen resignificar esta búsqueda ética y estética de Oiticica al inscribirlos en un marco más complejo que articula las relaciones entre arte y sexualidad desde una perspectiva decolonial. Como verdaderas experiencias quasi-cinema —en el sentido propuesto—, Neyrótika1 y Agrippina é Roma-Manhattan, junto con los proyectos fílmicos inacabados como Brazil Jorge, Boys & Men y Babylonests (que debían ser realizados en su apartamento de la Second Avenue en Nueva York) se componen de secuencias fragmentadas que incluyen parejas latinas gay en un apartamento, muchachos semidesnudos y drag queens y travestis latinos llevando a cabo actos prohibidos tanto en entornos privados, como parques, calles y bares de Manhattan.
Los mundo-abrigo de Nueva York devienen en un universo que he convenido llamar Eroiticica, esto es, en un entorno propicio para albergar subjetividades queer decoloniales dispuestas a compartir placeres perversos, así como otras formas de solidaridad y afecto: un universo donde Oiticica intentó integrar su vida y su trabajo, así como crear condiciones para compartir su experiencia marginal con inmigrantes, habitantes de la calle, amigos y amantes (Rodríguez-Sarmiento 2010). Esta suerte de albergue tercermundista en el primer mundo buscaba acoger y promover conductas incondicionadas que trastocaran los roles sociales y sus contextos, dando lugar a experiencias imprevistas y accidentales que facilitan formas de «transformación permanente y violenta», resaltando la «rareza» de la presencia del otro colonial en contextos hegemónicos.
Mi interés en el vínculo entre arte, sexualidad y colonialidad en el trabajo de Oiticica se inscribe, a su vez, en una indagación más amplia, que en otro lugar denominé la colonialidad del placer (Rodríguez-Sarmiento 2014). Sostengo que la representación del sujeto colonial latinoamericano ha articulado formas de diferencia y figuras metafóricas y metonímicas que van desde lo no-humano/no-civilizado/no-desarrollado hasta lo deseado/lo prohibido. Como una relación estructurante del encuentro colonial, el deseo del otro y la negación de ese deseo hicieron proliferar representaciones del otro colonial marcadas por el fetiche y la fantasía sexual. En este marco de representación, el otro colonial devino en repositorio de los placeres construidos por Europa como perversos y, por ese camino, se posibilitó la construcción cultural del otro latinoamericano como sujeto sexuado disciplinable. La sexualidad como discurso que disciplina los placeres debe abordarse entonces a partir de su correlato colonial, esto es, a partir de la representación del sujeto colonial sexuado como el polo abyecto de la ecuación colonial del placer.
Propongo entonces articular algunas indagaciones contemporáneas que se llevan a cabo desde lugares decoloniales para pensar estrategias «otras» no eurocéntricas con las propuestas queer que apunten a desmantelar la naturalización y el esencialismo propios del régimen sexual moderno. Su punto de encuentro podría ser la negativa necesaria a definir un nuevo sujeto y las apuestas mutuas para implementar estrategias compartidas de activismo político. Busco entonces tanto decolonizar la teoría queer como queering o «mariquear» los estudios decoloniales. Esto es, situar la teoría queer en las cartografías coloniales del placer y, de otra parte, ubicar los placeres en las indagaciones propias de los dilemas decoloniales y del proyecto modernidad/colonialidad. Con respecto a lo primero, intento disminuir el riesgo que corren las potentes posibilidades políticas de la teoría y el activismo queer a la hora de cuestionar y resistir el régimen heteronormativo heredado de la modernidad, cuando olvida la condición colonial que dio forma a la sexualidad como un discurso/ práctica para la normalización de los placeres, cuyos imaginarios y representaciones tuvieron su asidero fundacional en la construcción del otro colonial como fuente perversa del placer. Con respecto a lo segundo, supone cuestionar los riesgos de representar al «otro» desde retóricas esencialistas y fundamentalistas, e incorporar la sexualidad como un componente estructurante de la relación colonial, desnaturalizando las sexualidades coloniales y devolviéndole heterogeneidad a la representación del sujeto colonial. Sostengo que no solo hay que resistir el sujeto ilustrado eurocéntrico, sino la apuesta política por ser sujeto, que ya es eurocéntrica. Las búsquedas compartidas entre las estrategias queer y decoloniales podrían articularse quizás en la búsqueda necesaria de éticas y estéticas no dialécticas y suplementarias que resistan el humanismo liberal que subyace al activismo político multicultural.
En este marco ético, quiero explorar algunos de los proyectos colaborativos que Oiticica realizó con Mario Montez (René Rivera, 1935-2013). Como ya he señalado, y en razón a su muerte reciente, quiero rendir un homenaje a su importancia en el mundo de las luchas de la gente queer latina en contextos colonizados.2 Mario Montez era la estrella preferida de autores como Jack Smith, Andy Warhol y Hélio Oiticica, y ha sido considerada como la diva drag queen por excelencia del cine underground de Nueva York de las décadas de los sesenta y setenta. Además del film corto Agrippina, Oiticica esbozó Subterranean, que contaba con Mario Montez como personaje principal, explorando algunos estereotipos de género y sexualidad acerca de América Latina, a través de la personificación de Mario como Carmen Miranda. Mediante este acercamiento a Mario Montez, Oiticica parece desplazar su interés en los procesos de representación colonial de lo latinoamericano como popular, explorados previamente en su proyecto Tropicalia, hacia el vínculo entre esta representación colonial con asuntos de género y sexualidad, que denominó Tropicamp. Este desplazamiento facilitó su inmersión, desde lugares coloniales, en la rica escena queer underground que encontró en Nueva York y que contaba con estrellas como Warhol, Smith y otros. Mediante Eroiticica como un mundo-abrigo queer y decolonial, Oiticica propone apostarle a vidas «otras» desde lugares donde América Latina es representada como tercer mundo y construida así como la diferencia del desarrollo. Al considerar la sexualidad desde la perspectiva de la construcción colonial de América Latina, Oiticica dibuja una doble condición del poder colonial de aquellos sujetos (incluido él) que son construidos como un otro a partir de su sexualidad marginal y de su condición de latinoamericanos.
Mario Montez, Tropicamp
Como ya he señalado, Oiticica esbozó dos proyectos colaborativos con Mario Montez: el film inacabado de 1972 Agrippina é Roma-Manhattan y la instalación Subterranean que, a su vez, incluía el proyecto Tropicamp. Subterranean iba a ser realizado en el Central Park con Mario Montez como protagonista, interpretando algunas de sus «actuaciones antológicas» de las figuras de Tropicamp, tales como «Carmen Miranda + otras cosas» (Oiticica 1971b, 4). En el marco de la investigación de Oiticica respecto a la articulación de la narración, la imagen fílmica y sus mundo-abrigo, la instalación en el Central Park era un laberinto enorme a través del cual la gente caminaría en medio de sonidos e imágenes que evocarían las representaciones creadas por la cultura pop norteamericana sobre América Latina.
En una carta del 15 de octubre de 1971, Oiticica cuenta a su amigo Torquato Neto cómo conoció a Mario Montez en casa de Ira Cohen. Para Oiticica, Ira era una suerte de «Califa de la atmósfera underground» de Nueva York y en una carta a Neto cuenta las historias de Mario acerca del cine underground y la filmación de Harlot de Warhol, dando pistas acerca de su rol en esta atmósfera y la razón de su nombre artístico:
¿Por qué escogió el nombre de Mario Montez? De acuerdo con lo que me dijo, deduzco que Jack Smith, con su obsesión con MARÍA MONTEZ, fue una influencia decisiva en todo esto: [Smith] la adoraba como una estrella Tropi-Hollywood. Mario me dijo: Tú sabes, Jack me habló montones acerca de ella, y cuando estaba en el proceso de encontrar un nombre para mí, me absorbí en ella, leía y veía todo acerca de MISS MONTEZ — cuando llegó el momento de realizar CHUMLUM, les dije: Me gustaría que me llamaran MARIO MONTEZ. (Oiticica 1971b, 1)
Mario Montez como Carmen Miranda. Oiticica escribió en la parte posterior de la fotografía: Mario Montez como Carmen Miranda (repertory image) en Vain Victory de Jackie Curtis, 1971, Nueva York. Foto: Carlos Vergara.
Para Oiticica la decisión de Mario fue «tan simple y tan lúcida como una revelación», ya que expresaba una identificación precisa entre dos «estrellas» en situaciones similares: María Montez y Mario Montez. Dos latinas que evocaban el cliché «Tropi-pop» de los norteamericanos, en el caso de María gracias a Hollywood y en el de Mario gracias al cine underground de Nueva York.
Inspirado en Mario Montez, Oiticica consideró el trabajo de Jack Smith como una indagación acerca de los clichés americanos sobre Latinoamérica. «Tropi-Hollywood», «Pop-Tropicália» y «Tropi-Pop» son algunos de los nombres con los que Oiticica denominó el tratamiento de Smith de las estrellas latinas de Hollywood. Para Oiticica, el punto de vista de Smith era «como una suerte de Pop-Tropicália; más que una nostalgia por la música latinoamericana; su trabajo, a diferencia del enfoque estrictamente norteameri-cano del pop de Warhol, era una búsqueda del cliché “Latinoamérica” y de su importan-cia en la creación de la identidad de los Estados Unidos como Súper-América» (Oiticica 1971b, 2). Al comparar estas dos figuras trascendentales de la escena underground en términos de su aproximación a los estereotipos sobre América Latina, Oiticica pensaba que Smith representaba quizás una Tropicalia en un registro «pre-pop tempo», mez-clando los clichés tropi-hollywood-camp. Warhol, por su parte, era para Oiticica «un tipo de pop y post-pop que combina todos los clichés de Hollywood-América».
La representación de Mario Montez acerca de América Latina condujo a Oiticica a proponer los proyectos Agrippina e Roma-Manhattan y Mario Montez-Tropicamp. En ambos, Oiticica repite la representación de Mario Montez creada por Smith como la estrella tropicamp al insistir en que «Mario personifica el cliché AMÉRICA LATINA COMO UN TODO; aún más importante es el hecho de que esta imagen-encarnación-personaje fue creado en los Estados Unidos» (Oiticica 1971b, 3). De igual forma, tanto Agrippina como Mario Montez-Tropicamp intentaban transmitir la percepción de Oiticica sobre Manhattan como un laberinto fragmentado donde la arquitectura «grecorromana», que evoca una falsa grandeza, se mezcla con calles, malandros, prostitutas, situaciones inesperadas y personajes sorprendentes.
Agrippina é Roma-Manhattan es una película filmada en 1972 en Super-8, de aproximadamente dieciséis minutos de duración, en la que participan Christiny Nazareth, Mario Montez, David Starfish y el artista brasilero Antônio Dias. Su nombre es tomado del poema O Guesa errante de Joaquim de Souza Andrade/Sousândrade (1833-1902), escrito entre 1858 y 1888. O Guesa errante es un drama épico organizado en trece cantos que narra las historias trágicas de Guesa: un indígena de la sabana de Bogotá que debe ser sacrificado al cumplir quince años para dar inicio a una nueva era en el calendario muisca.3 El poema se basa en el texto de Humboldt sobre la altiplanicie, que Sousândrade anexa al final de sus trece cantos. De acuerdo con el relato de Humboldt:
El principio de cada indiccion se señalaba por un sacrificio cuyas bárbaras ceremonias se referían á ideas astrológicas, segun lo poco que de esto sabemos. Llamábase á la víctima humana guesa que significa errante, sin hogar, y quihica, puerta, así dicho, porque la muerte del desventurado abria un nuevo ciclo de ciento ochenta y cinco lunas.
Era el guesa un niño arrancado de los brazos de sus padres, y con gran esmero criado en el templo del Sol en Sogamozo, hasta la edad de diez años; sacábasele entonces para pasearle por aquellos caminos que Bochica habia seguido en su predicacion y hecho célebres por sus milagros; y á los quince, cuando llegaba la criatura á contar tantos años como sunas contiene la indiccion del ciclo muisca, se la inmolaba en una de esas plazas circulares en cuyo centro se levanta alta columna. Debia necesariamente ser el niño de cierta aldea situada en las llanuras que hoy llaman de S. Juan que se extienden desde la pendiente oriental de la Cordillera hasta las márgenes del Guaviaro; region del Oriente por donde Bochica, símbolo del Sol, vino, cuando su primera aparicion á los Muiscas [...] Llevábase en procesion por la suna que daba nombre al mes lunar, á la pobre victima, guesa, cuyo sacrificio debía celebrarse al comenzar una nueva indicción ciclo de quince años; conducíasele hasta la columna en que se median las sombras solsticiales ó equinocciales y los pasos del Sol por el zenit, seguida de los xeques, que se enmascaraban como los Sacerdotes egipcios. Representaban unos á Bochica, que es el Osiris ó Mitras de Bogotá, con tres cabezas como el trimurti de los Indos, significando tres personas y una sola Divinidad; llevaban otros los emblemas de Chia, esposa del anterior, Isis ó la Luna; iban cubiertos algunos de caretas imitando ranas, que aludían al primer signo del año, ata; y muchos, finalmente, imitaban á Fomogata, mónstruo simbólico del mal, con un ojo, cuatro orejas y larguísimo rabo. Fomagata, quiere decir en chibcha, fuego, masa fundida que hierve, y era el espíritu malo, que viajaba por el aire entre Tunja y Sogamozo, trasformando á los hombres en serpientes, lagartos y tigres. Tambien hay tradiciones que suponen á Fogamata un príncipe cruel que Bochica, para asegurar la sucesion de su hermano Tusatua, hizo tratar, la noche de sus bodas, como Saturno á Urano. Ignoramos qué constelacion pudo llevar este nombre del fantasma; pero Duquesne piensa que los Indios unían su recuerdo á la aparicion de algun cometa. Cuando la procesion del guesa, de que hablaremos, semejante á las astrológicas de los Chinos y á la fiesta de Isis, llegaba á la extremidad de la suna, ataban la victima á la columna que hemos citado, y una vez allí, moría asteada por una lluvia de flechas. Le arrancaban luego el corazon para ofrecerlo al Rey Sol, á Bochica, y recogían su sangre en unos vasos sagrados. (Humboldt 1878, 402-403)
En medio de la ceremonia alrededor del fuego, los nativos cantaban trágica y nostálgicamente la canción: «con la llegada de los blancos nuestras mujeres fueron raptadas, nuestros hijos esclavizados y nuestras tierras robadas. En cambio recibimos una civilización corrupta administrada por políticos deshonestos que introdujeron en nuestro medio las dolencias, la lujuria, y una religión hipócrita, predicada por sacerdotes sin Dios» (Humboldt 1878, 405).
En el poema de Sousândrade, el Guesa visita dos infiernos del Nuevo Mundo, uno de los cuales era Nueva York. Las vicisitudes y avatares de Guesa en la Gran Manzana se relatan en el Canto X, también conocido como el Infierno de Wall Street. El nombre «Agripina é Roma-Manhattan» aparece al comienzo de uno de las 176 secciones que lo componen:
Em rum e em petróleo
a inundar
Herald-o-Nero
aceso facho
E borracho
Mae-pátria
ensinando a nadar!…
En ron y en petróleo
inundada
Heraldo-el-Nerón
Antorcha encendida
está embriagado
Madre-patria enseñando a nadar!...
(Sousândrade 2012)
O Guesa es un edificio poético monumental que no fue valorado favorablementepor los críticos literarios de su época. Solo en la década del sesenta del siglo XX su obra empezó a ganar un notable reconocimiento en razón a las revisiones de la historia literaria brasilera que realizó juiciosamente el crítico brasilero Haroldo de Campos. Para este último, Sousândrade anticiparía no solo los movimientos de la poesía neoconcreta brasilera, sino especialmente formularía importantes preguntas con respecto a las articulaciones y dilemas decoloniales respecto a las tradiciones culturales heredadas de la modernidad. Para De Campos, Sousândrade era una suerte de «terremoto clandestino» en la historia de la literatura brasilera, ya que sus innovaciones y rupturas resonaban esporádicamente en las propuestas de la poesía concreta y neoconcreta. Parte de la importancia de Sousândrade radica en su premonición al formular preguntas fundamentales acerca de los dilemas del futuro de la modernidad y el modernismo en contextos coloniales, preguntas que también movilizaron algunos proyectos culturales y artísticos brasileros durante la Guerra Fría acerca de las nuevas formas de colonialismo instituidas por el desarrollismo, desde lugares que hoy podríamos reconocer como decoloniales. El canto recoge la relación tormentosa de América Latina con la tradición occidental. Vale la pena anotar que Sousândrade hace especial énfasis en la forma como estas herencias culturales relatan y construyen representaciones de América en las que el Guesa comparte con los héroes de la literatura europea los dilemas del sacrificio y la redención.
La elección del relato de Guesa como eje del canto épico de Sousândrade se puede examinar en una doble dimensión, tanto ética como personal. Aunque el Guesa es un personaje que surge de la sabana de Bogotá, se entiende que busca representar a todos los indígenas nativos americanos en su condición de errantes y desterrados, en razón al exterminio físico y cultural de la conquista y la colonia. Desde un punto de vista personal, el autor brasilero adoptó el apodo «Sousândrade» para que su nombre tuviera el mismo número de letras que el de Shakespeare e inspiró su canto en legados europeos como Fausto de Goethe, incluyendo en la travesía de Guesa personajes como Humboldt, Dante, Byron y otros. El mismo Sousândrade era un errante, lo que lo llevó a una fuerte identificación con la vivencia del joven muisca, tal como la relata Humboldt. Viajó a París, Lisboa, Londres y África y recorrió el río Amazonas para instalarse luego en Nueva York, donde escribió buena parte de O Guesa. En viajes de ida y vuelta de Nueva York a Brasil, visitó Colombia, Ecuador y Perú, entre otros países, y los relatos de viaje quedaron plasmados en los diferentes cantos que componen la obra.
Hélio Oiticica, Agripina é Roma-Manhattan, 1972. Fotos: Hélio Oiticica. © César y Claudio Oiticica.
El pasaje más valorado de O Guesa es el Canto X Infierno de Wall Street en el cual retrata la decrepitud del capitalismo norteamericano reflejada en la corrupción, la traición y en sus valores centrados en el dinero y el poder. Como lo confirma Frederick G. Williams, el Canto X de O Guesa:
[C]atapultó a Sousândrade hacia el prestigio que nunca tuvo en vida. Los elmentos modernistas permitieron a Sousândrade capturar el espíritu sórdido y rimbombante de la Gilded Era (1870-1898) en un poema [...] que ofrece comprensiones penetrantes acerca de la vida de los Estados Unidos durante su período de crecimiento más deslumbrante, un período marcado por la transición rápida de la agricultura rústica hacia el conocimiento surgido del imperialismo y el capita-lismo depredador. (Williams 1976, 16)
Sousândrade expresa en O Guesa su enorme preocupación en torno a los principios y valores de la democracia liberal, al menos, a partir de su vivencia y en la forma como se convirtió mediante el imperialismo depredador norteamericano. Especialmente inquietaba a Sousândrade la forma como estas ideas orientaban el desarrollo de las naciones latinoamericanas recién nacidas. Cuestionaba la convivencia de los principios de libertad con la esclavitud soterrada del capital, la explotación, la corrupción, entre otros males de la democracia liberal. De hecho, introduce en el relato personajes de la vida del momento que van desde el Emperador Don Pedro II del Brasil hasta miembros del gobierno norteamericanos y figuras del sector corporativo de los Estados Unidos. El Canto X, «El Infierno de Wall Street», comienza con la Bolsa de Nueva York en Wall Street, donde se encuentra Guesa luego de llegar a Estados Unidos de las Antillas. Guesa se representa como una «nueva figura literaria» que escapará a los jeques muiscas y será redimido de su castigo al infierno. El Canto X cita también situaciones de la vida norteamericana del momento: los millonarios, las compañías de trenes, los engaños financieros, todos unidos alrededor de la Bolsa como un templo demoníaco.
Hélio Oiticica, Agripina é Roma-Manhattan, 1972. Fotos: Hélio Oiticica. © César y Claudio Oiticica.
El encuentro de Oiticica con Sousândrade parece ocurrir a partir de la correspondencia y el diálogo fructífero que mantuvo con los hermanos Haroldo y Gustavo de Campos, y que tuvo lugar no solo en los círculos de discusión del arte y la poesía neoconcreta en Brasil, sino en una correspondencia prolífica mientras Oiticica vivía en Nueva York.4 De hecho, Oiticica recibió varias visitas de los hermanos De Campos en Nueva York y sus intercambios quedaron registrados tanto en las notas de Oiticica, como en una entrevista grabada y transcrita por el mismo Oiticica el 27 y 28 de mayo de 1971 en el Hotel Chelsea en Nueva York (Oiticica 1971a). El interés conjunto en O Guesa es entendible por la comprensión mutua de cómo Sousândrade anticipa preguntas que resonaban en los círculos del arte y la poesía en las décadas del sesenta y setenta en Brasil respecto a la resistencia a los movimientos vanguardistas (no tropicalismo, sino tropicalia; no neoconcretismo, sino poesía neoconcreta; afirmaban en la entrevista), y por la inquietud en torno a la condición colonial de América Latina en el marco del desarrollismo. Sobra resaltar la identificación de Oiticica con la errancia de Guesa y su experiencia en Manhattan, que en alguna ocasión el mismo Oiticica describió así: «La única ciudad que me interesa se ha convertido en una “isla infernal” que “vive del trabajo esclavo”» (Basualdo 2002, 47).
Agrippina evoca los recorridos de Guesa en el infierno de Wall Street y, al estilo delos quasi-cinemas, examina las relaciones entre imagen y narración, intentando crear un cinema de no-narración. Oiticica registra en sus notas la preparación de las locaciones en Manhattan, extraídas del texto H/A CAMPOS citado por Campos:
a) photos as in sup.8 shorts at TRINITY CHURCH
b) fragments of NEW YORK STOCK EXCHANGE
c) BATTERY PARK shots […] H. CAMPOS & Company doing WALL ST expedition
g) TRINITY CHURCH cemetery: enlarge photo of word BODY showing BOD (exclude Y in print). (Campos y Campos 2002, 350 y 403)
En lugar de presentar una secuencia continua, el film está hecho de imágenes sueltas y fragmentadas, a la manera del poema de Sousândrade, que subrayan y cuestionan la forman espectral como habitan los sujetos coloniales a Nueva York.5 A tono con Eroiticica, la ciudad se inunda de personajes errantes que la dibujan de la mano del motto de la perversión como piedra angular de la representación del sujeto colonial sexuado: un proxeneta, una prostituta y una drag queen latinos se instalan con extrañeza en un universo que es al mismo tiempo familiar y ajeno.
El film podría dividirse en cuatro secciones con locaciones y personajes diferentes. La primera sección presenta a Christiny Nazareth, quien permanece de pie en la puerta trasera de un automóvil, mientras la cámara panea de forma repetida el edificio de la Bolsa de Nueva York en Wall Street y la Torre Metropolitan Life Insurance. La cámara se detiene ocasionalmente en los detalles del vestuario de Nazareth, que lleva sandalias romanas y un maquillaje al estilo Cleopatra. Luego de un corte abrupto, aparece su amante/proxeneta latino quien la invita a caminar y la dirige al edificio de la Bolsa de Nueva York. Antes de entrar, ambos dan la vuelta y dirigen su mirada a la cámara.
La siguiente sección empieza con la entrada solemne de Nazareth a la Bolsa. La cámara subraya su arquitectura anacrónica, al compararlo con los edificios adyacentes que expresan estilos arquitectónicos más contemporáneos. Nazareth adopta una actitud pomposa y posa cerca a una de las columnas enormes. La cámara recorre a Nazareth, la columna y los edificios circundantes. La próxima escena muestra a Nazareth vestida en minifalda en una esquina de Madison Square, quien parece esperar a alguien mientras la cámara panea entre el Flatiron Building, el Empire State y la Madison Square. La escena final introduce a Mario Montez, quien al interior de un vehículo se apresta para actuar. Luego de asegurarse que su peluca está en orden, Mario sale del carro y camina por la Quinta Avenida junto con el artista brasilero Antônio Dias. Mario lleva un vestido que recuerda a las «lolas» españolas y lleva zapatos al estilo del flamenco. Empiezan a jugar dados encima de una plancha de metal en la acera, mientras la cámara insiste en el cuerpo y el vestuario de Mario. La última escena se concentra insistentemente en el cuerpo de Mario, dando detalles de su espalda, su trasero, sus piernas y zapatos, revelando su cuerpo como un hombre/mujer latino.
En Agrippina, la Manhattan de Oiticica parece ser un mundo lleno de placeres, de éticas y estéticas de la existencia «raras y decoloniales», donde Nazareth, su novio malandro, Antônio Dias y Mario Montez viven de manera extraña en medio del acecho del azar. En una carta a Carlos Vergara del 22 de julio de 1972, Oiticica describió esta última escena como un oráculo en la que los edificios parecen «edificios al estilo Magritte». Para él, los juegos de azar son combinaciones inesperadas en las que lo solemne, representado en «la solemnidad vulgar y austera de Wall Street», deviene amenazado por circunstancias prosaicas y pedestres, como una amenaza que se cierne sobre Manhattan cuando la inunda su propia otredad racial y sexual.
La idea de Oiticica de que Mario Montez personificara a Carmen Miranda forma parte del proyecto antológico Tropicália-Subterrania. «Ver la fotografía que acompaña este artículo», escribió Oiticica, refiriéndose a la fotografía de Carlos Vergara en la que Romero, el compañero de Oiticica, posa con Mario Montez personificando a Carmen Miranda. Oiticica, a partir de la interpretación de Mario como Magdelaina del Moppo en la obra Vain Victory, considera que
Ella es Carmen, sin imitar, lo cual hace pensar a algunos que es una película pésima: pero, la CARMEN-imagen es más que eso: no es una representación naturalista imitadora de CARMEN MIRANDA, sino una referencia clave del cliché TROPICAMP: es a partir de este cliché que se arma todo el film: «she met her guy, uy, uy—in Uruguay, ay, ay [...]»: [La veo con] el vestido verde y rojo de una escuela de samba, combinado con algunos otros elementos que permitan crear un contrapunto. (Oiticica 1971b, 4)
Lo que parece interesar a Oiticica, en contraste con los enfoques de Warhol y Smith, es su identificación con, y a su vez, la identificación entre María Montez y Mario Montez: todas son queer latinos que viven en la mente de los norteamericanos y en los entornos de los Estados Unidos. A esta identificación, Oiticica incorpora la de Mario Montez y Carmen Miranda para relatar las complejidades de su propia situación como un brasilero queer y artista, y su identificación como y con aquellos que viven dolorosa y avergonzadamente un drama similar al sacrificio de Guesa. La insistencia de Oiticica en marcar la condición latina de Mario en Agrippina y de resaltar el tránsito entre los códigos de género en su cuerpo, se expande a su vestuario, recordándonos su representación —y la de Mario y María— como sujetos sexuados latinoamericanos.
El camp, tal como lo definió Andrew Ross, es una forma de activismo cultural mediante el cual las minorías sociales ponen a su servicio códigos culturales anacrónicos. Al usarlos, las minorías no solo los resignifican para su propia ventaja, sino que también cuestionan los valores sociales de la cultura hegemónica de la cual una vez fueron excluidos. Mario Montez es la versión campy creada por Smith de María Montez, el ícono gay norteamericano de la década de los años cuarenta, por la cual la cultura gay norteamericana reivindicaba la apropiación de modos hegemónicos de producción cultural con el propósito de crear un sentido de comunidad y ejercer su derecho a ser diferentes. Oiticica, por su parte, se apropia de la apropiación de Smith para crear una versión campy del camp de Smith, es decir, para proponer una doble representación camp de Mario como queer y como latinoamericano. Al hacerlo, la versión camp de Oiticica del camp de Smith—su Tropicamp— insiste en recalcar el colonialismo que subyace tanto a la representación de María Montez por la industria de Hollywood como a la de Mario Montez por el cine underground de Jack Smith y Andy Warhol. Propone entonces apropiaciones y resignificaciones de los modos norteamericanos hegemónicos de producción cultural para ponerlos al servicio de agendas culturales y políticas decoloniales. La errancia, la persecución, el sacrificio y la redención de Guesa se traslapan en la cadena de identificaciones y representaciones de Sousândrade, Oiticica y Mario. Representado como un joven de quince años, Guesa reaparece como una drag queen latina que deambula en Nueva York viviendo en medio de la rareza, el acecho y el azar. El deseo y la necesidad de Guesa para abrir una nueva era en el calendario muisca se traducen en Mario como la representación del deseo homoerótico por el otro que debe sacrificarse y morir.
Hacia una ética queer trash/malandra/delincuente/desobediente
Con su Eroiticica, Oiticica parece desplegar no solo su identificación con lo marginal, sino también la marginalidad de su propia vida. En Nueva York, Oiticica se volvió más y más una especie de malandro, articulando su ethos individual con su proyecto antiartístico. El malandro es aquel personaje «callejero y astuto del mundo underground carioca que se caracteriza por vivir con sabiduría en los márgenes de la sociedad a través de la simulación, el robo y la explotación sexual» (Ramírez 2007, 297).
antiartístico. El malandro es aquel personaje «callejero y astuto del mundo underground carioca que se caracteriza por vivir con sabiduría en los márgenes de la sociedad a través de la simulación, el robo y la explotación sexual» (Ramírez 2007, 297).
En el artículo «Waiting for the Internal Sun: Notes on Hélio Oiticica’s Quasi-cinemas», que forma parte del catálogo de la exhibición Hélio Oiticica: Quasi-cinemas que tuvo lugar en Nueva York y Columbus (Ohio) en el 2002, Carlos Basualdo intenta abordar el trabajo de Oiticica en Nueva York a la luz de su búsqueda personal de vivências. Para Basualdo, sin embargo, la experiencia de Oiticica en Nueva York estuvo condicionada sobre todo por sus dificultades económicas y sus sentimientos de ser explotado: «La visión optimista [de Oiticica] sobre Nueva York se oscureció». Basualdo afirma que para Oiticica:
La única forma de resistir la violencia represiva era configurando su posición como un artista que orbita en torno a la figura del delincuente; la única forma de resistir la violencia instrumental del capitalismo tardío (y, podría uno decir, del neoliberalismo) era apropiarse, mediante un gesto transgresor, de uno de los signos más potentes del poder instrumental y usarlo precisamente como material artístico. La «trash-image», un residuo puro que violenta el proceso mismo de producción como valor para acumularse, es la herramienta que usarían Oiticica y D’Almeida para organizar el proyecto Cosmococas. (Basualdo 2002, 50).
El artículo de Basualdo se concentra principalmente en la serie Cosmococas y vagamente menciona los trabajos de Oiticica sobre sexualidad. Por ejemplo, de Nitro Benzol & Black Linoleum dice únicamente que, a diferencia de otros quasi-cinemas,incluye «la puesta en escena de acciones con un fuerte contenido sexual» (Basualdo 2002, 42) En el caso de Agrippina, junto con la información anecdótica del rodaje, cita la descripción de Waly Salomão de Mario como «una actriz que se inventaron Jack Smith y Andy Warhol en homenaje al ícono mexicano [sic] María Montez» (46).
Basualdo recurre a la figura del artista como delincuente, la cual, a su vez, usa para proponer la trash-image como la piedra angular que inspira el arte de Oiticica. Desde el punto de vista de Basualdo, la relación de Oiticica con la trash-people le permitió asumir una figura pública como un artista delincuente y, por la misma razón, encontrar una inspiración o solución al problema de «la matriz alienada de la producción» del capitalismo tardío (Basualdo 2002, 50). Él sostiene que: «La representación romántica de la figura del delincuente —y la identificación recurrente de Oiticica con figuras como Antonin Artaud, Arthur Rimbaud, Jimi Hendrix y el mismo Jack Smith— significa para él no más que un intento por resistir las tendencias instrumentales del capitalismo tardío en la esfera de la producción artística» (48). El argumento de Basualdo cita la experiencia de Oiticica con el propósito de dar cuenta de las fuentes de su proyecto desde la trash-image. Sin embargo, no parece tener en cuenta otros lugares desde los cuales situar su trabajo, más allá del capitalismo tardío, que podrían dar cuenta de su activismo artístico, cultural y político. Al quedar sujeto a la retórica de la política izquierdista más tradicional, el argumento de Basualdo no hace justicia a la propia vivência de Oiticica ni a sus posturas políticas y al trabajo crítico que realizó contra estas retóricas.
Esto aplica del todo a su serie Cosmococas, la cual fue desarrollada en colaboración con el director de cine brasilero D’Almeida. En resumen, el proyecto consiste en ocho trabajos que Oiticica denominó block-experiences. Como en todos sus quasi-cinemas, los Cosmococas incluían una proyección de diapositivas en ambientes «preparados» donde se convocaba a la gente a caminar, sentarse, acostarse y a compartir sentimientos y pensamientos. Las proyecciones de Cosmococas se hacían a partir de guiones y tenían duraciones establecidas: eran cinematográficas en el sentido en que incluían notas sobre su creación, actuación y banda sonora (Bentes 2002, 142). Usando música brasilera y latinoamericana, rock y sonidos grabados en su apartamento de la Second Avenue, las proyecciones presentan cubiertas de álbumes; libros de Yoko Ono, Heidegger y Charles Manson; fotografías de Luis Buñuel, Jimi Hendrix, Marilyn Monroe y Mick Jagger; así como líneas de cocaína sobre un libro a manera de maquillaje sobre retratos.
«Los participantes —señalaba Oiticica— serán inducidos a un juego simple y alegre del cuerpo a través de la danza elevándose del piso» (Oiticica 1973b, 2). Para su Cosmococa sobre Marilyn Monroe, los participantes ingresan a la sala descalzos, se les entregan balones inflables y silbatos, y se les pide que se acuesten sobre un piso de arena cubierto con vinilo y que den vueltas sobre su propio cuerpo como les parezca. La Cosmococa «CC4 NOCAGIONS» incluye una piscina rectangular donde los participantes pueden nadar o tan solo observar.
Oiticica pensaba que la música rock y las drogas son efectivos para desafiar los estereotipos y valorar la trash-people, no tanto como una inspiración para su «obra». Sus propias adicciones lo llevaron a una profunda identificación con sus protagonistas, a quienes él veía como héroes luchando contra los estereotipos coloniales, de etnia o de género, y que tratan de inventarse nuevas vidas o vivências. Por ejemplo, respecto al retrato de Marilyn en «Cosmococa CC3» él dijo:
Una unidad supuestamente manifiesta deviene fragmentada a medida que ella resiste el estereotipo que debería definirla y limitarla. Todo intento de vincularla a una unidad constante parece disolverse. Había algo que disolvía esa unidad; la fragmentación que lleva a otra clase de identificación. Es un comportamiento que fragmenta el hábito unívoco de lo que es verbo-voz-apariencia. (Oiticica 1974, 8)
Si el uso de la trash-image por parte de Oiticica no puede verse como «inspiración» o «tema», sino más bien como una apropiación de los estereotipos para crear representaciones de representaciones, lo que está en juego es un proceso complejo de subjetividad de la diferencia que promueve no tanto la normalización, sino una suerte de productividad cultural y política de la marginalidad que opera como un punto que se escapa y disuelve la pulsión de una unidad constante, entonces el trabajo de Oiticica podría verse como un cuestionamiento a la representación de la marginalidad y de sus sujetos, vinculados a condiciones coloniales o sociales. La identificación de Oiticica con los excluidos y los marginales aparecía ya en la Parangolé y retornó en proyectos como Neyrótika y Agrippina como pregunta a las representaciones de las culturas sexuales marginales latinoamericanas. Mediante su apropiación y repetición de los estereotipos coloniales del sujeto sexuado latinoamericano, su trabajo en Nueva York exploró profundamente el papel crucial de la sexualidad en la configuración de la condición colonial de América Latina.
Nueva York le permitió a Oiticica hacer de su trabajo una vivência personal y de su vida un asunto público. Al explorar el trabajo de Oiticica sobre la sexualidad y los vínculos con su propia experiencia como sujeto sexuado latinoamericano, he intentado sacar a luz no tanto sus fuentes de inspiración (que de paso han sido ignoradas por historiadores del arte, críticos y curadores), sino más bien las relaciones entre su trabajo y asuntos para una subjetividad y una ética queer. Pues los relatos acerca de él como antiartista, drogadicto y queer, entre otros, hablan sobre todo acerca de los modos en que su proyecto intentaba promover formas experimentales de ser marginal. Al erigir su Eroiticica como un mundo-abrigo para vidas «otras» intentó crear una estética que puso su trabajo al servicio de nuevas formas de vivir diferente, tanto individual como colectivamente. Esta estilística, como lo señaló David Halperin, no es otra que la forma de vida queer que «al fin y al cabo significa cultivar esa parte de uno mismo que lo lleva a uno más allá de uno mismo, que lo trasciende: significa elaborar posibilidades estratégicas acerca de la dimensión más impersonal de la vida personal —es decir sobre la capacidad para darse cuenta de uno mismo al devenir en algo que uno no es—» (Halperin 1995, 76).
Situar el trabajo y la vida de Oiticica en contextos éticos, culturales y artísticos más amplios hace pensar que sus luchas comparten una ética y estética de aquello que conocemos queer. No es mi intención sacar a Oiticica del closet y meterlo en la institución arte. Ni veo su trabajo sobre la sexualidad queer como una salida tímida del closet, mediante la cual Oiticica hizo pública su sexualidad. Reconozco que su trabajo —como el de muchos artistas queer— no es más o menos queer debido a su sexualidad. Aún más, el hecho de que un artista se defina a sí mismo como queer no convierte su trabajo en queer, incluso si su trabajo aborda asuntos queer. Creo que Eroiticica, articulado con su proyecto estético como antiarte, promueve una suerte de antisexualidad que deconstruye la sexualidad como discurso y resalta su condición colonial, compartiendo algunos aspectos de la política de las estrategias queer y resistiendo darle a la identidad un contenido identitario o un referente utópico. Así entiendo la ética del término queer: al cuestionar el esencialismo ofrece nuevas formas de significar y vivir quedesafían la normalización. Me gustaría replantear las palabras de Salomão (1999) cuando afirma que Oiticica ayudó a los latinoamericanos a deshacerse del complejo de inferioridad como sujetos resultado de relaciones coloniales de poder. En su lugar afirmaría que lo que hizo fue convertir esa marca propia de la colonialidad y la marginalidad en un método productivo para imaginar mundos «otros» gobernados por los placeres alternativos y modos diferentes de solidaridad y afecto.
Bogotá, septiembre del 2014.
Referencias
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Basualdo, Carlos. 2002. «Waiting for the Internal Sun: Notes on Hélio Oiticica’s Quasi-cinemas», en: Hélio Oiticica: Quasi-cinemas, Carlos Basualdo (ed.). Ohio: Wexner Center for the Arts; Köln: Kölnischer Kunstverein; London: Whitechapel Gallery; New York: New Museum for Contemporary Art.
Bentes, Ivana. 2002. «H.O. and Cinema World», en: Hélio Oiticica: Quasi-cinemas, Carlos Basualdo (ed.). Ohio: Wexner Center for the Arts; Köln: Kölnischer Kunstverein; London: Whitechapel Gallery; New York: New Museum for Contemporary Art.
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1. Un análisis de este trabajo está disponible en la revista ramona: http://www.ramona.org. ar/ramona99/
2. Agradezco a Douglas Crimp por introducirme al trabajo de Mario Montez. Aunque desde lugares y preguntas diferentes, compartimos la fascinación por su papel protagónico en el desarrollo de estrategias queer y decoloniales antes de las políticas multiculturales de la diversidad.
3. De acuerdo con la Gramática de la Lengua General del Nuevo Reino Llamado Mosca de Fray Bernardo de Lugo (Madrid, 1619) que fuera consultada por Humboldt, gue equivale a «casa» y guesa significa el «sin casa», en condición de destierro y orfandad.
4.Una revisión más detallada de estos diálogos entre Oiticica y De Campos puede encontrarse en Gonzalo Aguilar (2006).
5. Una versión del film puede verse en <youtube.com/watch?v=3SO9FV4ET9I>, a partir del minuto 4’57”. La música no hace parte del original.