EL FIN DE LA EXCEPCIÓN HUMANA
Esta reseña aborda los intereses de investigación de Ana María Lozano, indagaciones, reflexiones y preocupaciones que fueron vitales tanto para el planteamiento conceptual de la curaduría «El fin de la excepción humana» 1 , como para la selección de los artistas que hacen parte de esta muestra que se realizó en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño —institución que se ha consolidado como uno de los centros artísticos y culturales más importantes de Bogotá—, entre el 8 y 30 de septiembre de 2016.
Para cerrar este texto, escribí algunas líneas que describen mi experiencia como público de la exposición. Esto con el ánimo de recrear para el lector la manera como el conjunto de obras presentadas lograron acercarme de una manera sensible y metafórica a aquello que muchos consideran diferente a lo humano y que, infortunadamente, ven como algo secundario; que conciben como seres vivientes que no cuentan con los mismos privilegios que la humanidad y que suponen están aquí, en la Tierra, como simples cosas u objetos, como comodidades para ser consumidas.
La visión de una ensoñación
Más que un título, «El fin de la excepción humana» es un enunciado fuerte y contundente, un grito al viento, un llamado cuyo deseo es provocar una vibración que resuene y llegue a la mayor cantidad posible de personas, para despertar en ellas una reflexión sobre el impacto que han tenido las actuaciones humanas sobre el planeta, sobre la huella que hemos ido dejando a lo largo de los siglos en cuanto a fuerza geológica, sobre la importancia de desmontar el paradigma antrópico 2, es decir, sobre la importancia de despertar del eterno sueño que nos ha hecho creer que la humanidad tiene un lugar especial en el mundo, en el universo.
Pero, ¿de dónde nace esta postura tan romántica?, se preguntarán algunos. Pareciera que esta preocupación se quiere enfrentar a una tarea titánica: la de transformar un modus operandi humano que ha privilegiado los procesos de producción masivos, la ilusión de felicidad que produce la satisfacción del consumo desmesurado, la explotación de la vegetación, los animales (en oposición a los humanos), las montañas y los afluentes; o, como lo llamarían algunos entusiastas de la economía, el aprovechamiento de los recursos naturales o de la naturaleza como materia prima, por encima de la posibilidad de establecer una relación horizontal con el medio ambiente, de convivir armónicamente con las otras especies que, al igual que nosotros, habitan nuestro planeta y tienen sus propios derechos.
Desde hace varios años, Ana María Lozano despertó un interés profundo por el paisaje y sus relaciones con la narración de nación; la fotografía y la representación del otro; las relaciones entre humanos y no humanos y las narraciones de la historia del arte. Así mismo, ha desarrollado una pasión por los viajes, que la han llevado a visitar y recorrer diferentes regiones de Colombia, sintiendo una conexión especial con los páramos. Como todo explorador, Ana María se concentra en poner toda su atención en todo lo que no es ella misma; escucha, contempla, atiende y registra sin la intención de dejar huella alguna sobre lo que llama su atención. Se podría decir que este es un acto de generosidad, pues atiende lo otro con la simple intención de reconocer, entender y apreciar el medio ambiente. Este ejercicio, que ha sido incorporado dentro de su cotidianidad, la ha llevado a que su práctica como curadora, docente y teórica tenga un propósito contundente: reestablecer las relaciones entre el humano y la naturaleza. En ese sentido, para Ana María la práctica artística es fundamental como vehículo para hacerles entender a las personas la importancia de reconocer la enorme responsabilidad que todos poseen sobre las distintas formas vivientes. En sus propias palabras, «terminar con el mito de la excepcionalidad de los humanos y llevar a cabo un concienzudo proceso de desacreditación del antropismo serían el inicio del reconocimiento de la importancia de lo viviente y, quizás, la garantía de una proyección a futuro que, desde otras maneras de habitar y de vivir, les den oportunidad a las múltiples formas de vida que amenazamos» (Lozano 2016).
Lo anterior me hizo recordar un pasaje del libro El manifiesto romántico, escrito por la filósofa Ayn Rand, en el que afirma que el mayor logro del arte ha sido el romanticismo; aquel movimiento artístico que data de principios del siglo XIX y cuya característica más obvia es la de la emoción. El romanticismo, según la definición de Ayn Rand, es una categoría basada en el reconocimiento del principio según el cual el hombre posee la facultad de la voluntad. Y es precisamente en ese sentido que la propuesta curatorial de Ana María Lozano podría considerarse como una apuesta romántica. Esta tiene un gran valor no solo como una propuesta que enuncia una visión sobre la naturaleza del arte, sino como un planteamiento trascendental, al desear despertar en los otros un sentimiento y respeto profundo por cada uno de los seres vivientes —sintientes— 3 que comparten este mundo con nosotros. De ser esto posible, podríamos entendernos como una conciencia en expansión que resuena con todo lo existente, desdibujando de esta manera la división de lo que consideramos humano y no humano.
Y para esto se requiere de voluntad, de esa facultad de decidir y cambiar nuestra conducta.
Una exposición interconectada
Con el ánimo de compartir sus preocupaciones y reflexiones, Ana María decidió llevar a cabo una curaduría en la que invitó a participar a dieciocho artistas, para que, desde sus diversas perspectivas, expresaran visual, audiovisual, espacial, sonora e, incluso, gastronómicamente, sus posiciones en relación con la discusión planteada.
La selección de los artistas se llevó a cabo a partir de la gran afinidad que todos comparten por la naturaleza: María Buenaventura (Observatorio de maíz, 2014-2016), Beatriz Eugenia Díaz (Anticipaciones, 2016), Colectivo 7 (Angélica García, Carlos Mario Piragua, William Torres, Javier López, Leonel Fonseca, William Marín y Gustavo Sanabria, Abismo sin sombra, 2016), Fabián Peña (Ofrenda, 2013-2016), Santiago Díaz (Sedimento, 2015), María Elvira Escallón (Pequeño Museo del Aerolito de Santa Rosa de Viterbo, 2013-2016), Óscar Leone (Dentroadentro, tercer movimiento, 2008), Alexandra Gelis (Espacios espinosos/dispersiones aleopáticas, de la serie Plantas migradas, 2012-2016), Aníbal Maldonado (Dimensión de fragilidades, 2013-2016), Edwin Monsalve (Extinción, 2016 y Prototipos para una naturaleza rehabilitada, 2014), José Ismael Manco (Intercambio de semilla y pensamiento, 2011-2016), Carlos Medina (Una segunda oportunidad, 2016), Leonel Vásquez (Aguas Blancas, 2016), Pilar Santa María (Chachafrutos. Diálogos foliares, 2016), Javier Morales (Proyecto SIGA, 2016), Paula Montes (Malezas, 2006-2016), Viviana Salguero (Sin título, 2015-2016) y Eulalia de Valdenebro (Cuerpo permeable II, 2013-2014).
Si bien cada uno de estos artistas tiene su propia perspectiva, es importante resaltar que todos convergen en un mismo ideal: contrarrestar el paradigma antropocéntrico 4 a partir de un giro biocéntrico 5. Esta postura retoma la idea ancestral indígena del buen vivir, del vivir en armonía y equilibrio con todo lo existente. De hecho, el coloquio realizado en el marco de la exposición se centró en las políticas que le otorgan derechos a la naturaleza, implementadas en las constituciones de Ecuador y Bolivia en 2008 y 2009, en las que se propone la construcción social del «buen vivir» y el «desarrollo» como gestión política de la vida. 6
A continuación recojo parte de lo que fue la muestra, atendiendo a algunas propuestas de los artistas participantes.
Ofrenda, de Fabián Peña, nace de una serie de caminatas que el artista realiza en los páramos. Para este artista es vital recorrer y habitar estos territorios, ya que a partir de la contemplación del lugar logra despertar una conciencia con relación a la diversidad de vegetación que allí se encuentra. Peña utiliza diferentes tipos de arcilla como medio para crear un paisaje en el que representa —de manera repetida— al frailejón, planta que él considera poderosa, pues su función y tarea ambiental vital es la de almacenar el agua que capta de las neblinas que se forman en las cordilleras andinas y, con ello, regular las fuentes hídricas. Su proceso plástico tiene como propósito acercar de manera sensible a niños y jóvenes para que estos entiendan la importancia que tienen los ecosistemas paramunos en la vida de los diferentes seres vivientes.
Anticipaciones, de Beatriz Eugenia Díaz, parte de un recuerdo nostálgico de la artista. Hace unos años Beatriz Eugenia quiso hacer un retrato de Bogotá. Para ella, los sonidos de los pájaros que entraban por una de las ventanas de su vivienda reflejaban la Bogotá que ella adora. Díaz recordó que en el 2006 registró una serie de sonidos de pájaros, entre estos el canto de los copetones. Luego se percató de que llevaba tiempo sin escucharlos porque no volvieron, lo que la llevó a desear el regreso de los pájaros. Para esto, la artista decidió realizar una composición sonora basada en las gotas de agua, para ser instalada en la casa de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño con el fin de atraer a los pájaros. Para sorpresa de la artista, una torcaza anidó en uno de los parlantes, empollando dos huevos.
El título de la obra nace de la incertidumbre y certidumbre de no saber qué iba a pasar con los pájaros.
Abismos sin sombra, realizada por el Colectivo 7 (Angélica García, Carlos Mario Piragua, William Torres, Javier López, Leonel Fonseca, William Marín y Gustavo Sanabria), consiste en un mural de gráfica en linóleo como dispositivo visual que alude a la especie animal. La narrativa, que se constituye a partir de representaciones de aves, genera preguntas que aluden a problemáticas tales como los desastres ambientales, la alteración y la pérdida del hábitat de diferentes especies de animales, la caza indiscriminada, los efectos del cambio climático, entre otros. La obra hace un llamado para crear conciencia sobre el impacto que tiene la destrucción del medio ambiente en la vida de las especies que habitan las zonas que están siendo erosionadas.
Aguas Blancas, de Leonel Vásquez, recoge un archivo de material sonoro asociado a los acontecimientos del agua. Una proyección de una quebrada seca y un objeto escultórico ensamblado con diferentes elementos, como una columna de madera, la bocina de una vitrola y un cilindro de vidrio que contiene agua recogida de una quebrada que ya no existe, hacen parte de una instalación audiovisual que invita a las personas a recordar el sonido del agua; atender, escuchar y observar en silencio aquel cuerpo de agua que ha desaparecido a causa de unas condiciones ambientales y políticas que destruyen el entorno.
Observatorio de maíz, de María Buenaventura, hace parte de un ejercicio de contemplación de varios granos de maíz que siembra el custodio de semillas Frabriziano Ortiz, en el departamento de Boyacá. Para María, cada uno de los granos de maíz es único. Cada grano podría ser el universo, el planeta Tierra, una persona, una piedra o un paisaje submarino. En el proceso escultórico, que consiste en unas pequeñas columnas realizadas con arcilla de las que salen los granos de maíz como si estuvieran germinando, la artista comparte su forma de mirar esos granos de maíz y les propone a las personas que los tengan en consideración, que se acerquen, los miren y entiendan la importancia que tienen en la historia de Colombia.
Apuntes de una experiencia
Entrar a la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, escuchar una gota de agua (ploc, ploc, ploc…), sentir mi cuerpo sincronizarse con el ritmo del goteo. Mi ritmo cardiaco cambia. Sentir el olor de la lluvia, subir las escaleras y encontrarme con la representación de algunas aves. Detallar cada parte de su cuerpo, intentar recordar sus nombres. No reconozco ninguna de las especies representadas, siento un poco de vergüenza (por no decir que mucha). Leo la ficha técnica y me percato de que son aves que están en vía de extinción. Me entristece. ¿Me siento impotente?, ¿me siento responsable? No puedo dejar de sentir el sonido de la gota de agua. Me siento relajada. Sigo subiendo las escaleras, me encuentro con un video, son flores amarillas. Pienso: «¡cómo desearía estar fuera de esta ciudad, sentir la brisa de la tarde y poder sumergirme en el olor de esas flores!». Continúo mi recorrido. Me encuentro con un páramo. Me agacho, quiero tocar cada una de las representaciones del frailejón. Reconozco las arcillas con las que están hechas las réplicas. ¡Me llena de alegría ver el monje de los páramos! Y recuerdo que yo he estado allí, caminando, sintiendo el piso húmedo, conversando con esas plantas tan silenciosas, cuidadoras de nuestro recurso más preciado, el agua. Muchos frailejones, dibujos y pequeñas esculturas. «Volver a las montañas, eso me hace falta, eso nos hace falta a todos». Me encuentro otro video, reitera mi deseo profundo por salir de la ciudad. «¡Camina!», me dice. «Camina en silencio y regresa al punto de origen». Logro silenciar el sonido de la gota de agua para sentirme piedra. La piedra pasa a ser muchas piedras, me acerco a ellas. No reconozco que es una quebrada. Está seca; comienzo a extrañar el sonido de la gota de agua. Me acerco a la bocina de una vitrola. «¡Ahí está! ¡No, no está!». Es solo el recuerdo del sonido del agua… Achiote, semillas, maíz, chachafrutos, tierra, malezas; dibujos de atención, materias sin transformar, la nobleza de una naturaleza que se adapta, se deja domesticar y resiste. Siento cierta familiaridad con todo lo que me rodea en ese espacio. Me doy cuenta que no hay límites entre esos lugares, esa vegetación, esas aves, esos elementos naturales y yo. Y recuerdo, como un susurro, algo que Carl Gustav Jung solía pensar en aquellos momentos que pasaba tiempo a solas en el campo: «la Naturaleza no es solo materia, también es espíritu. Nuestra tarea no es la de retornar a la Naturaleza de la manera como Rousseau lo planteaba. Nuestra tarea es encontrar el hombre natural de nuevo» (Jung 2008).
Regreso al primer piso y decido llevarme la gota de agua conmigo.
Referencias
Arne, Naess. 2016. The Ecology of Wisdom. Reino Unido: Penguin Classics.
Carter, Brandon. 1974. «Large Number Coincidences and Anthropic Principle in Cosmology», en: Confrontation of Cosmoligical Theories with Observational Data. Dordrecht: Ed. M.S.
Cortez, David. 2011. La construcción social del «buen vivir» (Sumak Kawsay) en Ecuador. Genealogía del diseño y gestión política de la vida. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar.
Jung, Carl Gustav. 2008. The Earth has a Soul. On Nature, Technology & Modern Life. Berkeley: North Atlantic Books.
Ley 1774, 6 Enero 2016 de la Presidencia de la República
de Colombia. Disponible en: http://es.presidencia.gov.co/normativa/normativa/LEY%201774%20DEL%206%20...
Lozano, Ana María. 2016. Humanos / no humanos. Reflexiones sobre el fin de la excepción humana. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá.
Rand, Ayn. 2009. El manifiesto romántico. Buenos Aires: Grito Sagrado.
Schaeffer, Jean Marie. 2009. El fin de la excepción humana. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
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1 El nombre de la exposición «El fin de la excepción humana» hace homenaje al libro del filósofo Jean-Marie Schaeffer, cuyas reflexiones fueron vitales para la investigación de la propuesta curatorial.
2 El uso del término principio antrópico es realmente reciente (1974) y se atribuye al físico teórico Brandon Carter, quién declara que, «aunque nuestra posición no es necesariamente céntrica, es inevitablemente privilegiada en cierto sentido». Este principio se suele enunciar de la siguiente manera: el mundo es necesariamente como es porque hay seres que se preguntan por qué es así.
3 Ley 1774, 6 de enero de 2016 de la Presidencia de la República de Colombia. «Art. 1. Objeto. Los animales como seres sintientes no son cosas, recibirán especial protección contra el sufrimiento y el dolor, en especial, el causado directa o indirectamente por los humanos, por lo cual en la presente ley se tipifican como punibles algunas conductas relacionadas con el maltrato a los animales, y se establece un procedimiento sancionatorio de carácter policivo y judicial».
4 El valor antropocéntrico tiene conexión con el hombre como centro del universo y el uso de cualquier medio para su beneficio personal.
5 El biocentrismo es un término acuñado en 1970 para designar a una teoría moral que afirma que todo ser vivo merece respeto moral. Asociado en sus orígenes con la ecología profunda, el biocentrismo pretende reivindicar el valor primordial de la vida.
6 «El 28 de septiembre de 2008 se ratificó por medio de referéndum la propuesta de nueva constitución que elaboró la Asamblea Constituyente de la República del Ecuador. Es un hito histórico por varias razones, pero, sobre todo, porque no se trata de «una» reforma más, sino de dar paso a la posibilidad de «refundar» el Estado y la nación en la medida que se recogen planteamientos que provienen de «formas de vida» de las ancestrales poblaciones indígenas y afroecuatorianas. Es la primera vez en la historia del Ecuador y Latinoamérica que, en otras palabras, se procede a la aprobación de una constitución que se basa en concepciones de vida y no exclusivamente en tradiciones occidentales. […] Estos otros modos de vida aparecen en el texto de la nueva Constitución con las expresiones «buen vivir» —en español— y «sumak kawsay» —en kiwcha—, y constituyen el paradigma de vida hacia el cual deberá orientarse el «desarrollo». El «buen vivir» o «sumak kawsay» postula un reordenamiento general de lo que el término moderno «desarrollo» había querido expresar. En la medida que desborda los límites de un proyecto meramente económico, social o político, adquiere el carácter de paradigma regulador del conjunto total de la vida. […]». (Cortez 2011)