Apiádate de mí, ¡Oh, Salomé!
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, Grupo de Danza Folclórica Wanda Fox, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
(en nombre de Vividero Colectivo)*
«¡Oh, Gloriosa Salomé!/rogad por mí que soy tan miserable», reza quien lee la oración a la patrona de las prostitutas. A ella, María Salomé, se le atribuyen facultades o poderes dependiendo del menester y del contexto de quien le implore. Como a muchos de los santos y mitos populares, su leyenda la convirtió en una entidad que muta, cargada de variaciones y contradicciones sobre su procedencia. Su tumba, ubicada en un principio en el Cementerio Central, fue trasladada al Cementerio del Sur porque la romería que se armaba a su alrededor y el hollín de las velas que prendían en su honor ensuciaban y deterioraban los mausoleos de los personajes ilustres que tenía de vecinos. Su figura, hecha de una amalgama de voces, responde a la búsqueda de protección en casos donde lo oficial ha abandonado, donde lo legal no cobija y donde la moral se ha puesto en cuestionamiento.
Vividero Colectivo se tropezó con la historia de María Salomé durante una pesquisa sobre prácticas sociales relevantes dentro de la Zona de Alto Impacto de Bogotá que pudieran, de manera poética, denotar las tensiones provenientes de la situación actual de sus bienes arquitectónicos. El proceso de investigación que daría origen, durante el año 2013, al Proyecto Márgenes sucedió en respuesta a una comisión de Teatros de la Memoria, un programa iniciado por la Red Interdisciplinar de Artes Vivas y el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural para estimular la apropiación del patrimonio material e inmaterial de la ciudad mediante acciones temporales y vivas. El colectivo construyó una cartografía sensible1 del lugar por medio de encuentros y entrevistas con algunos de sus habitantes, empapándose de sus historias, sus percepciones sobre las particularidades de la zona y sus esfuerzos por mejorar el habitar dentro y por fuera de ella.
Hasta el momento de escritura de este texto, el Proyecto Márgenes se ha materializado en dos piezas: Acción de gracia y Canciones para vivos y muertos, conformadas cada una por un tejido de imágenes, sonidos y acciones. A partir de una experiencia en vivo, los espectadores de dichas piezas entran en contacto con algunos hábitos de las personas del barrio Santa Fe y el contexto de marginalización que tanto su gente como su estructura física (edificaciones, calles, parques, espacios públicos) han sufrido con los cambios urbanísticos que ha vivido Bogotá desde mediados del siglo pasado. La zona ubicada en pleno centro de la ciudad (entre la Avenida Jiménez y la Calle 26, y entre la Avenida Caracas y la Carrera 17) anteriormente fue un lugar apetecido para residencias y negocios, y por estar ubicado al lado de varias arterias metropolitanas, acogió a comunidades de extranjeros, como la judía. Con el gusto por los suburbios introducido por los modelos de consumo habitacional estadounidense, todo el centro, y en especial los barrios Santa Fe, Mártires y la Favorita, se relegaron mayoritariamente a establecimientos comerciales y luego empezaron a ser utilizados para el ejercicio de la prostitución.
El establecimiento de la Zona de Alto Impacto en el 2002 es el resultado del trabajo de un gran número de activistas trans que se han ido organizando antes y después de esta fecha para defenderse de la exclusión, violencia y explotación que han sufrido las trabajadoras sexuales. Desde allí han intentado resistir la invisibilización en espacios de representación y participación ciudadana. Este precedente, que «dignifica un oficio y unas identidades sexuales y de género marginadas» (Buriticá 2013), especialmente en el caso de las trans, ha permitido que la zona se convierta en un territorio valioso política y culturalmente por estimular la convivencia de personas con distintas maneras de estar en el mundo. Al mismo tiempo, este lugar resulta vulnerable ante los planes de transformación del corazón de la ciudad porque el interés público, es decir, el interés de los que definen y gobiernan el uso del espacio público, planea «cambiarle la cara al centro», lo que implica el aprovechamiento económico de un lugar estratégico para la ciudad y la construcción de un imaginario histórico que no las incluye a «ellas» y que, por supuesto, desconoce su contribución a la realización de una sociedad diversa y multicultural.
La Empresa de Renovación Urbana, que es la encargada de llevar a cabo el Plan Centro interpretando los planes de ordenamiento territorial, entiende en sus propias palabras que esta área:
[...] requiere transformar, revitalizar y rehabilitar las zonas deterioradas, poco aprovechadas o en desuso, para convertirlas en oportunidades para mejorar las condiciones sociales y económicas de sus habitantes residentes y usuarios; crear mayores ingresos, más y mejor infraestructura de vivienda, servicios sociales, espacio público, movilidad y condiciones ambientales. (Empresa de Renovación Urbana 2009)
Aunque los planes contemplan un censo del patrimonio cultural inmaterial y de alguna manera se puede prever la designación del Eje de Memoria (compuesto por el complejo de Cementerios y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación) como posible garante de la conservación de dichas prácticas, estas no entran en consideración o se ignoran voluntariamente porque las decisiones que se han ido tomando desplazarán, debilitarán o entrarán en conflicto con las formas de operar de las comunidades. Sus maneras de apropiarse de lo público ponen en tensión la estética y el procedimiento oficial de lo museístico, o la presencia de sus cuerpos y sus labores no son exactamente lo que se quiere relacionar con la zona, aunque en últimas, les esté legalmente permitido estar y desarrollarse allí.
El texto que sigue a continuación es principalmente una colección de fragmentos de relatos narrados por las personas que participaron en las piezas o en la investigación hecha para el Proyecto Márgenes. Fueron recolectados entre mayo del 2013 y abril del 2014, y son publicados por primera vez en este medio. Por medio de su selección y enlace, Vividero Colectivo construye una voz empática que argumenta lo positivo de la situación de los habitantes del Barrio Santa Fe y apoya el esfuerzo por resistir la marginación. Al colectivo le interesa principalmente divulgar lo que las involucradas tienen para contar y, en los momentos en los que no se da cuenta de esto, nuestra voz hará acotaciones o reflexiones derivadas de lo que acontece en una de las piezas realizadas en relación con el contexto del barrio.
La narración se hará en femenino ya que el trabajo de construcción identitaria de las principales involucradas se da en este sentido, aunque la deconstrucción de un binomio masculino-femenino esté implícita en las luchas trans. Por último, también enunciaremos y haremos reflexiones sobre algunas prácticas sociales originadas o ejercitadas por comunidades cuya sexualidad desobedece a la heteronormatividad y que consideramos tienen carácter patrimonial, o que pueden considerarse como parte de la herencia cultural inmaterial de la ciudad y el país, ya que «otorgan a las personas que las realizan no sólo un sentido de identidad y pertenencia [geoespecífica] sino de continuidad y, de manera importante, elevan la diversidad como valor y contribuyen a la cohesión social» (Unesco 2010, la traducción es nuestra). En esta medida, haremos evidente la necesidad de colaborar con su visibilidad y exaltación por dentro y fuera de lo institucional, para que los procesos de marginalización no impidan su reconocimiento y salvaguarda por las personas que las practican y por otras que se inspiran y enriquecen cultural y humanamente de ellas, y que se solidarizan con estas luchas.
Nuestra Salomé: voz de voces
La primera pieza realizada dentro del Proyecto Márgenes fue llamada Acción de gracia2y ahonda en lo que arrastra la figura de María Salomé, cubierta de muchas capasque denotan percepciones históricas sobre la construcción e historia local de lo femenino, especialmente en casos en los que el cuerpo feminizado media en relaciones que son o desembocan en asimetrías o reajustes de poder. Salomé es la jovencita que en la Biblia es reconocida por su danza exótica (Mt. 14, 1-2 y Mc. 6, 14-29). Ella bailó para complacer al rey Herodes en su cumpleaños, quien, absolutamente deleitado, le prometió darle lo que quisiera. Inducida por su madre, Herodías, ella pide la cabeza de Juan Bautista, que le es entregada en una bandeja. Salomé, un personaje minúsculo en las santas escrituras, reaparece en 1896 en la versión de Oscar Wilde que problematiza a nivel masivo la percepción sobre lo femenino a través de una Salomé provocadora, indómita, furiosa y vengativa. En la obra de Wilde, el rechazo de Juan Bautista es lo que desencadena la ira de la protagonista, y su particular manera de moverse y de exhibirse lo que le ha dado el estatus de una de las más grandes prostitutas de la tradición occidental.
Salomé encarna la creencia de la peligrosidad de la sensualidad femenina. Su encanto tiene el poder de decidir sobre la vida de otro. La mujer seductora, entonces, no puede ser más que una mujerzuela, una marginal, en los límites de la ética y, por consiguiente, de lo legal. En esa medida, la censura moral y el control sobre el erotismo femenino se instauran como necesarios para establecer opresión sobre un tipo de sexualidad que, se teme, incita a la anarquía, a la promiscuidad y, en últimas, a la emancipación. Para mantener en su lugar a los privilegiados por la dominación, las incontrolables deben ser relegadas al abuso y la explotación, mereciendo «con suerte» la reeducación forzosa o, «desafortunadamente», el castigo y la desaparición.
De la versión bogotana de María Salomé se dice que fue una prostituta que murió apedreada en el Bogotazo, razón por la que muchas mujeres (incluyendo a las transgénero) dedicadas a este oficio la consideran su patrona. Otras voces afirman que fue una campesina que comenzó a hacer milagros muchos años después de muerta. Su imagen está construida a partir de retazos de historias y su número de fieles ha ido en aumento por la gracia de sus bondades.
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, doña Rosa Helena García, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
Diana Navarro Sanjuán es una mujer transgénero que ha vivido en carne propia la relación de las trabajadoras sexuales con María Salomé; es una abogada y activista reconocida y crucial en la defensa de la comunidad trans y la consolidación de la Zona de Alto Impacto; vive en el barrio Santa Fe desde hace más de dos décadas y es directora de la Corporación Opción por el Derecho a Ser y el Deber de Hacer. Al preguntarle al respecto nos contó que:
Salomé ejercía después del grito de Independencia, era una mujer afrodescendiente a quien sus patronos le regalaron la libertad. Y ella, como no tenía trabajo, se venía los días de plaza de mercado, recogía a los tipos y se los llevaba a los extramuros, los hacía caminar hasta un ranchito, los atendía sexualmente y cobraba por eso. Cuando la gente se dio cuenta de que Salomé era prostituta, la apedrearon. La otra historia es la de la Salomé del siglo XX que cuando ya perdió la capacidad, por la edad, de trabajar en prostitución montó su negocito ahí, en el Cementerio Central, y vendía estampitas de los santos, velas y otras cosas. Y cuando se enteraba de que alguna tenía alguna enfermedad o tenía algún problema con los hijos, entonces ella, a los ricachones del cementerio —porque el cementerio en un principio fue elitista— les pedía y ayudaba. Terminó haciendo trabajo social. Los hijos y los que le sobreviven niegan que ella haya sido prostituta. Pero todo eso está en el mito. En todo caso, yo siempre escuchaba de las mayores: hay que ir a visitar a Salomé.
La antropóloga Eloísa Lamilla, que ha investigado el hecho, dice que hay quienes afirman que la decisión de la exhumación y traspaso del cadáver de María Salomé respondía más al deseo de disminuir la presencia de personas como las prostitutas que a la intención de proteger otras tumbas y mausoleos vecinos del deterioro. «Ella era la mosca en la leche», en palabras de Diana Navarro.
El trabajo sexual es una de las principales fuentes de ingreso para la comunidad trans que habita el Santa Fe. Esta comunidad, al igual que muchos otros habitantes del barrio, han elaborado unas prácticas de protección alternativas contra el maltrato, la discriminación y la marginación de la que han sido víctimas por parte de la sociedad, las instituciones y las religiones tradicionales. Se encomiendan a entidades milagrosas a través de ritos como el de María Salomé o el de Julio Garavito, quien, después del traslado de ella, y por estar sepultado en la tumba vecina, heredaría parte de su poder y de sus adeptos. El fervor de la gente se debe también a la aparición de Garavito en los billetes de veinte mil. Sin embargo, por notas de prensa que reportan sobre letreros cercanos que prohíben las interacciones típicas de la fe popular (prender velas, colocar arreglos florales, pintar, rayar, escribir o dejar marcas, poner alimentos o granos), se constata que los parientes del honorable hombre de ciencia y respetado católico no aprueban que su mausoleo se haya convertido en un centro que emana buena suerte a ladrones, consumidores de drogas, desplazados, trabajadores sexuales y personas LGBTI. Es muy probable que la presión de su familia haya tenido mucha incidencia en el desplazamiento de María Salomé al barrio Matatigres.
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
Al indagar más por la figura de María Salomé, se presentó la oportunidad de contactar a una de sus parientes, Rosa Garzón, que tiene un puesto a la entrada del Cementerio de Matatigres (el Cementerio del Sur). Doña Rosa nos contó quién había sido su abuela, Salomé Muñoz viuda de Parra, y lo que aconteció con su tumba:
Ella fue muy pobre, sufrida y mi Dios le dio ese don para hacer milagros. No trabajó aquí, en esto del cementerio, ni nada. Ella era de Boyacá, Boyacá. Murió a los 65 años, el 12 de septiembre del 55 […] de ningún que la mató los hijos, ni que la mató no sé quién, sino la mató fue la diabetes, fue los riñones. A ella le reza mucha gente. Gente que viene —que ha estado en Estados Unidos, inclusive— vienen a llevar las oraciones de ella, para mandar para allá. […] ella es muy milagrosa: todo lo que se le pide, todo lo concede.
Sobre lo que se ha generado en torno a su abuela, doña Rosa relata:
Todo comenzó por un señor que prendió unas velas, él era muy jugador y había perdido mucha plata y sus casas. Un día llegó al cementerio y dijo: «Voy a prenderle unas velas a una tumba que más me guste el nombre». Le gustó el nombre Salomé y le prendió las velas. Y cuando salió, se encontró un billete, compró un pedazo de lotería y se la ganó. Entonces él publicó eso como milagro de ella. [...] Nosotros siempre hemos estado prácticamente al lado de la tumba de mi abuela, porque antes estaba en el Central y después la pasamos para acá, porque allá estaban molestando mucho por lo que ahumaban las tumbas, porque iba muchísima gente. Ella estaba al pie de [el expresidente] Marco Fidel Suárez y la administración nos dijo: «Vayan pal sur». Nos exigieron. Mejor dicho, la gente fue siendo abusiva y de una vez nos fueron pasando y como era en ese tiempo, pues nosotros no sabíamos muchas cosas y no cogimos un abogado. No nos trancamos en que no debían de sacarla de allá. Pero bueno, aquí está bien. Ahora sí, los ricos con los ricos y los pobres con los pobres.
Acción de gracia, una mirada a la otra ciudad
Acción de gracia tiene como referente espacial el Cementerio Central y su contextoinmediato. En el anillo principal de esta necrópolis, que ha sido denominado museo, se encuentra sepultada la élite histórica de la nación. Sus vecinos del barrio Santa Fe han hecho de él un lugar de invocación, debido a que el progresivo abandono de la zona y su reapropiación por grupos sociales cuyas maneras de habitar la ciudad les generan un alto riesgo, bien por operar en contra de la ley o por haber sido puestos al margen de esta y de la sociedad. Además, se puede decir que sus habitantes han tenido una relación estrecha con la ritualidad popular vinculada a la muerte, porque en su mayoría proceden de regiones rurales en las que las prácticas funerarias responden a la fe católica y las creencias campesinas. La pieza pone en evidencia la convivencia entre las prácticas rituales y funerarias que tienen lugar en el camposanto con las realidades que ocurren en las calles del barrio Santa Fe, y que también son reflejo de situaciones extendidas a nivel nacional: violencia, desplazamiento, miseria y opresión.
Acción de gracia es un acontecimiento escénico en un espacio no convencional: una delas bodegas adquiridas a mediados de la década del 2000 por la Alcaldía de Bogotá para dar cumplimiento al Plan de Ordenamiento Territorial y que será destinada a alguno de los proyectos del Plan Centro, muy posiblemente la Estación Central de Transmilenio. En la actualidad, es usada por el Cementerio Central como lugar de almacenamiento de desechos orgánicos y materiales de construcción. Allí también se encuentran arrumados otros objetos (escombros, puertas, rejas, lápidas, vidrio, espejos) que, aunque inutilizados, son conservados por su valor simbólico y económico.
La siguiente reseña, escrita para este artículo por la crítica de arte y literatura Laura Rubio León, recoge lo vivido durante la presentación de la pieza en julio del 2013. Ella describe las paradojas y alcances sensibles de la desterritorialización que implicó, para los integrantes de Vividero Colectivo, el acercamiento al barrio Santa Fe durante el proceso de creacióninvestigación, así como las impresiones que suscitó en el público navegar un paisaje de acciones y materiales de documentación provenientes de dicha dislocación.
La palabra que intenta describir el lugar y la forma de residir en él se convierte en un discurso que muchas veces se vuelve tan importante como el habitar mismo. Palabras y prácticas se imbrican. Sobre el espacio no se crea un solo territorio, sino muchos en los que se entrecruzan voces. En Acción de gracia, Vividero Colectivo recoge las palabras que habitan un territorio específico, el barrio Santa Fe. Los artistas dispusieron su escucha no solo al lugar, sino también a las narraciones que lo configuran. El resultado de esa audición: un collage de voces en el que se puede reconocer la diversidad y multiplicidad de dinámicas y prácticas sociales que muchas veces se evita considerar.
La obra funciona como una plataforma sensorial en donde el sentido más afectado es el oído. Las voces modulan y configuran el espacio, aparecen y desaparecen como un tejido en el que ninguna se impone sobre otra como verdad o sentido único de interpretación. Los artistas son solo diseñadores del ensamblaje, sus cuerpos únicamente están como apoyo técnico, hacen de tramoyistas visibles, mientras quienes performan o están en escena son los mismos habitantes del barrio. El público es invitado a una bodega contigua al Cementerio Central, adjunta a la sala donde se hacen los desentierros. Allí, una vendedora sentada en una mesa envuelve velas de sebo en papel de directorio telefónico viejo y las entrega a los espectadores. Estos las encienden y las ponen sobre otra mesa, a modo de inicio de un rito.
Un sacerdote, en compañía de dos músicos ciegos, empieza la narración propia de la misa católica. Mientras el clérigo invoca la presencia de Dios, una transgénero con un ajustado atuendo rojo se arregla delante de un espejo. Enseguida, proyectada sobre la pared, se ve y se escucha la grabación de la voz de la mujer de rojo u otra como ella, pero en la intimidad de su habitación. De la pantalla se desprende el relato de la muerte de una dirigente del barrio de la comunidad LGBTI. La mujer de rojo se pone de pie y a ella se unen tres mujeres más. Es el Grupo de Danza Folclórica Wanda Fox, que rinde un homenaje a su líder muerta. Los voluptuosos cuerpos de las cuatro transgénero danzan en círculos, con fuego y banderas, como en el goce de una exuberante fiesta pagana. La tensión del cuerpo del espectador, involucrado en una misa en medio de una sala de exhumaciones, se difumina en la observación de la piel tersa de las bailarinas. La música, aunque irreconocible3 en un primer momento, atenúa un poco la tensión. Esa leve calma se disloca cuando un hombre de mediana edad vestido formalmente se pone delante del micrófono y expone su voz de mujer mientras lee una oración. No se reconoce ni el cuerpo, ni la voz, ni el atuendo, con un único código, sino que es necesario expandir la mirada para poder contemplar la unidad compleja e indivisible que constituye esta persona que habla sin encasillarse de forma unilateral, en un solo registro representativo.
Entonces, aparece un tercer elemento: la reconstrucción del rito creado popularmente alrededor de la tumba de María Salomé. El registro visual del modo en que esta tumba es venerada evidencia las prácticas religiosas cristianas adoptadas por la comunidad LGBTI, que construye ritos diferenciados de religiosidad. Así, pese al traslado de la tumba, la comunidad del barrio Santa Fe continúa visitando el lugar donde reposaba María Salomé. A pesar de que el símbolo fue removido, el ritual continúa atado al espacio. La palabra permanece como una práctica en la que el cuerpo instaura y construye un territorio.
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, sacerdote Miguel Gutiérrez con los músicos Germán López y Jaime Urrego, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
Luego de apreciar el sincretismo de estos elementos, la presencia de la voz de uno de los guías del Cementerio Central suena un tanto vacía. El guía camina por el espacio y con sus palabras dibuja uno de los recorridos patrimoniales que usualmente realiza. El texto de este narrador es simplemente información, lo que adelgaza el tejido narrativo que se ha construido a lo largo del collage de la obra. El mito desaparece, puesto que en ese momento las palabras simplemente refieren, ilustran y señalan: allí, allá, enseguida.
Después aparece el discurso institucional sobre la ciudad. Un video oficial de la Alcaldía de Bogotá presenta el Plan Centro. Este discurso parece una parodia de sí mismo. El Plan Centro plantea una nueva ciudad desconociendo su pasado, como si se tratara de una construcción sobre un espacio vacío. El tono de la presentadora resulta completamente risible, puesto que ha sido posible constatar la complejidad de las relaciones tejidas en la práctica del habitar. En ese sentido, la inclusión de este video acusa con ironía el soterrado arrasamiento de espacios, prácticas y ritos de comunidades difícilmente aceptadas.
En Acción de gracia la ciudad visible desaparece para dar lugar a los silencios, en apariencia inexistentes, que habitan en ella. La memoria exige el olvido, seleccionar lo que merece ser recordado de lo que no. Esto implica una política, en tanto la elección de lo que se recuerda o se olvida es situada. En esa medida, la acción propuesta puede ser comprendida como una invitación a observar la invisibilidad de la ciudad que a menudo no se ve porque no se desea hacerlo. Así, la obra plantea otra posibilidad de memoria, en la que no se propone la rememoración de lo paradigmático, sino, por el contrario, de lo que se ha pretendido mantener oculto e ignorado.
La ceguera que propone la memoria institucional es la evidencia de la ofuscación de la mirada del espectador. A todas luces, cuando se plantea la posibilidad de erradicar el foco de alto impacto que constituye la zona del barrio Santa Fe, muchos ciudadanos se alegran de la posibilidad de «despejar» una de las arterias de entrada al centro de la ciudad. Aunque no existe una restricción oficial, el tránsito por esta zona se limita casi exclusivamente a las personas que tienen algún vínculo con este espacio. A pesar de los recorridos propuestos por el Instituto de Patrimonio, caminar por esta zona es prácticamente una excepción para la mayoría de los bogotanos, pues está excluida y vetada de sus prácticas cotidianas de ciudad. Así, aunque se esté obligado a pasar por este sector, no es posible ver el territorio, pues el otro es obliterado, por amarillismo o por negación, debido a que la mirada se detiene en el morbo o en el prejuicio moral.
Al respecto, es imposible dejar de pensar en Testigo de las ruinas de Mapa Teatro, obra de investigación en la que se evidenció el modo en que a partir de una política pública se arrasó con un territorio, a modo de «limpieza», para construir un lugar vaciado de las huellas de su pasado. El parque Tercer Milenio, que fue construido para purgar el espacio, puede definirse como un no-lugar. La intención de ocultar las formas de habitar tiene como límite el recuerdo, pues la memoria de estas aún pervive sin que pueda borrarse del imaginario de la ciudad. La tábula rasa que plantea el Plan Centro no parece una opción, sino, por el contrario, la continuación de un paradigma de ciudad que niega la condición de ciudadanía a algunos de sus habitantes. Entonces se observa la complejidad del tejido citadino: ¿cómo lograr un acuerdo entre las prácticas de ciudad de sus diferentes habitantes sin establecer dinámicas de exclusión?
No se trata de buenos ni de malos, sino del enfrentamiento de diferentes paradigmas de ciudad, de diferentes maneras de habitar el espacio. Así, el collage sin resolución que propone Acción de gracia se construye en la miradadel espectador. Aunque al final de la acción parece no haber salida, porque la entrada ha sido bloqueada con ladrillos, la discusión se encuentra abierta. Del mismo modo en que uno de los artistas golpea las paredes durante la obra, quizás buscando un eco o una voz, el espectador vuelve a la ciudad con una mirada distinta, atravesada por la complejidad de la obra que ha sido integrada a su mirada como pregunta.
Metáfora de una fractura
El caso de la construcción de la figura de María Salomé es una prueba de la tendencia orgánica de la urbe a erigirse como un ecosistema que permite la confluencia de una multiplicidad de versiones y sentidos. Sin embargo, el traslado de la tumba constituye un ejemplo claro de cómo desde hace más de cuatro décadas, desde las instancias del gobierno nacional y local, se interrumpe la posible coexistencia y el enriquecimiento mutuo de los numerosos usos de la metrópoli, y de cómo se viola el derecho a la ciudad. Los logros alcanzados por grupos sociales como las prostitutas trans no son una garantía de la protección de sus derechos, porque en un pasado muy reciente y de forma reiterada diferentes alcaldías los obviaron o siguen «relacionando ese tipo de trabajo [y esa identidad de género] con el deterioro de la zona» (Buriticá 2013), con criminalidad y consumo de drogas.
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, cantante Graciela Triviño y doña Rosa Helena García, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
El alcalde Gustavo Petro introdujo cambios significativos para modificar el Plan de Ordenamiento Territorial, al mismo tiempo que se mostraba por primera vez Acción de gracia a mediados del 2013; «cambios con los que se intentan revertir patrones desegregación socioespacial y de género para disminuir desigualdades sociales» (Alcaldía Mayor de Bogotá 2013). Allí se otorga especial importancia al patrimonio cultural y se señala también que la revitalización de las zonas estratégicas debe permitir su «valorización», objetivo en el cual la prostitución no es entendida como aporte. Esta se relega a zonas industriales excéntricas y se le saca totalmente del espacio público. «A las personas que la ejercen se les ofrecen unas condiciones de vida más dignas con alternativas de trabajo como guías de la ciudad» (Oficina de Prensa, Alcaldía Mayor de Bogotá 2014). Tras legislaciones como estas vale la pena preguntarse por qué la prostitución no puede pertenecer también al ámbito de lo público si tradiciones como la de María Salomé contribuyen a generar valor en términos patrimoniales, evidenciando críticamente un paralelo entre su historia y lo que posiblemente sucederá con la comunidad de prostitutas de la localidad de Mártires.
El Plan Centro se desarrolla en varias localidades incluyendo Santa Fe y Mártires, en las cuales se ubica la Zona de Alto Impacto. Un problema institucional se revela inmediatamente al constatar que la estrategia empresarial (costo-beneficio) que está siendo implementada para realizar este plan maestro antecede a las condiciones actuales de muchas de las personas que habitan el lugar y que se verán forzadas a desplazarse y generar nuevos entornos de marginalidad o subnormalidad. «Lo socialmente justo implícito en la definición oficial de ordenamiento territorial» (Massiris Cabeza 2014) queda a la merced de procesos en donde el capital es realmente el que ordena.
Cuando se le pregunta sobre el plan a muchas de las mujeres que trabajan en prostitución en la zona, muy pocas están realmente informadas, pero al hablar con Trina, una de las «madres» más poderosas y que maneja varios de los locales exclusivos para las trans, entiende uno que ese proceso empezó hace ya más de diez años, que las que han estado verdaderamente involucradas son las propietarias y que es imposible legalmente sacarlas de allí, pero lo que seguramente sucederá es que las que queden van a tener que ejercer de puertas para adentro. Otras, como Carolina y Johanna o Jaime Ahumada (encargado de asuntos LGBTI de la Alcaldía Local de Mártires), que llevan muchos años allí, son capaces de tener una perspectiva histórica de cómo era estar desprotegidas por fuera del Santa Fe y luego pasar a estar «enrejadas» y no poder salir a la calle, antes de que se estableciera la Zona. En la actualidad ellas están a la vista y pueden caminar y hacer vida social, aunque sean relegadas a su pedazo particular dentro de la calle del comercio sexual, como si no fuese la zona de tolerancia ya suficiente encierro «forzoso». Propuestas como las de configurar centros comerciales dedicados a la industria del entretenimiento para adultos, o una reubicación en Suba o Soacha, implican un retroceso, la pérdida de una integración a un tejido delicado que ya se ha establecido, y puede desencadenar que las personas de los nuevos lugares las maltraten y violenten. Eso implica exponerlas una vez más.
Es entonces cuando la figura de María Salomé y el desplazamiento de su sepultura se convierten en metáfora de la situación. No obstante, hasta nuestros días, las personas siguen visitando la tumba que solía ser la de Salomé —a pesar de que ahí reposa otro cuerpo— y se siguen llevando a cabo los rituales en su honor. Irónicamente, la ruptura logró que ahora Salomé tenga dos sedes, que se multiplicara. La prevalencia de María Salomé en el Cementerio Central es un referente de una tradición de presencia y un símil de un creciente empoderamiento heredado de generación en generación; es la constatación de que sus luchas no cesarán a pesar de la pérdida de una gran parte de sus alcances como ciudadanas, incluso al quedar invisibilizadas y por ende expuestas a una mayor desprotección, y a que pueda romperse el tejido socioafectivo entre ellas con una zona situada en su corazón y el de la ciudad.
El Santa Fe, médula de la comunidad trans
Como oímos durante varias de las entrevistas hechas a mujeres trans que ejercen o ejercieron en el Santa Fe, tanto el hecho de adoptar una sexualidad que desobedece al binomio del canon biológico reproductivo, como el tener la valentía de transitar hacia otro género distinto al asignado al nacer y construir así una nueva identidad, conllevan en la mayoría de los casos rupturas drásticas con los vínculos familiares y los entornos de origen. La santería (especialmente la cubana) aparece entonces como otra práctica y alternativa que permite establecer nuevas configuraciones de familia entre mujeres trans, convirtiéndolas en madres, hermanas, madrinas o ahijadas las unas de las otras. Sus santos, híbridos entre lo terrenal y lo divino, lo racional y lo salvaje, lo católico y lo pagano, entre lo masculino y lo femenino, entre la maldad y la bondad, operan de forma simbólica y barroca, entendiendo la densidad de las afecciones y pugnas entre los mortales con maneras más dignificantes de dualidades y complejidades como las que implica lo trans. Lorna, una de las madres que atiende a las mujeres trans del Santa Fe, encarna con su figura esbelta, belleza de indígena caucana y un aire de gitana del Caribe, el glamour de este poder. Para llegar a ella fue necesario pasar por innumerables filtros, preguntar a mujeres que constantemente cambiaban sus nombres para, finalmente, ser permitidos en su fortaleza. Esa misma compleja operación se requiere para acercarse y poder hablar con muchas de ellas. La desconfianza es siempre la primera reacción. Las razones son obvias. Solo mediante recomendaciones y referencias se puede obtener el contacto y solo en sus términos puede mantenerse. Ellas son guerreras y criaturas de la calle, se las saben todas y aun así son blanco fácil, porque sus cuerpos y sus maneras de vestir y deambular delatan una feminidad esculpida con orgullo. Es por eso que mostrar las tetas durante «La marcha» es la acción emblemática que pregunta por la capacidad de la sociedad colombiana para aceptar cuerpos y maneras que ponen en conflicto y obsolescencia los cánones de lo masculino y lo femenino.
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, cantante Graciela Triviño, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
El tejido afectivo que se ha ido estableciendo durante décadas se extiende por dentro y hacia fuera de la Zona de Alto Impacto. Una red de mujeres trans que se ayudan y apoyan debido a que todas conocen la situación adversa que implica el tránsito. Liseth Mejía, una de las bailarinas del Grupo de Danza Folclórica Wanda Fox, decía después de una de las presentaciones de Acción de gracia, en agradecimiento a los espectadores por el modo en que se acercaban a ella y a sus compañeras después de verlas en escena: «Es que a una se le aleja todo el mundo, una queda muy sola». Diana Navarro también lo plantea cuando hace evidente las dificultades que un registro legal de «hombre» y una apariencia de «mujer» conllevan para abrir una cuenta en un banco, alquilar un apartamento o buscar trabajo. Tal vez esta sea una de las razones por las que el barrio es lugar de compañía y de hermandad, y las personas que lo habitan conviven actualmente con ellas sin mayor problema; ya sea por costumbre, porque se han ganado un espacio o porque la economía del lugar depende también de ellas.
Alexa Meza, activista luchadora por los derechos, especialmente de las personas trans, trabaja actualmente en la Casa de Ciudadanía LGBTI en Teusaquillo y a pesar de que estaría en capacidad de no seguir viviendo en el Santa Fe, allí sigue. Durante una entrevista, mientras preparaba su vestido y se ponía sus extensiones para estar acorde al Día del Orgullo, nos abrió las puertas de su habitación, en uno de los hoteles donde también moran muchas de las chicas que ejercen.
A pesar de que vivo en un barrio muy pesado, un contexto muy pesado […] yo digo que dentro de una comunidad, un espacio que sea peligroso, podemos vivir, siempre y cuando uno no haga las cosas que hacen los demás, pero la gente estigmatiza mucho. ¿Por qué vives en ese barrio si ese barrio es tan peligroso? Yo aquí me siento bien y me gusta el ambiente de las trans, viviendo el día a día de todo lo que se genera, las discriminaciones, todo eso para mí es muy importante porque me doy cuenta, tanto personal como en lo que vivo, las necesidades que tenemos nosotras las trans y todas las clases de vulneraciones que recibimos a diario [...] La mayoría de chicas trans tienen un nivel académico muy bajo y es por eso, porque salimos de nuestras casas, no tenemos el apoyo de nuestras familias, y entonces qué más podemos hacer, salir a buscar la supervivencia; porque las chicas llegan acá, a este barrio y ya es «vengo preocupada, tengo que pagar arriendo, tengo que comprar comida y bueno yo hago lo que sea para la supervivencia, porque yo no me voy a dejar morir de hambre». Las chicas dicen: «me voy para Bogotá, porque quiero hacer ese proceso de cambio de nombre, operarme los senos, operarme la cola, volverme bonita», entonces las chicas todas llegan acá al barrio Santa Fe. Ya con quince años tú las ves a la semana con sus cuerpos como quieren, con sus senos grandotes y pues eso, eso también es político [...].
Sobre su trayecto en el activismo, Alexa nos contó:
Logré entrar a una ONG que labora aquí en este barrio, que se llama Fundación Procrear, trabajaba con un proyecto Zona Trans. Un proyecto muy bueno, de rei-vindicación de derechos, de defensa de derechos, de relación de ayuda. Con eso logramos una herramienta de enganche que fue una escuela de danza que creamos en memoria de una chica que fue asesinada por transfobia, le colocamos el nombre y el grupo se llama Grupo de Danza Folclórica Wanda Fox [...] y las demás, al vernos a nosotras, se incentivan y también participan, más que todo en estos eventos, en este tiempo, en la marcha […] Wanda Fox fue una activista muy pilas, luchadora dentro de las cosas que se hablaban dentro de la fundación, pero había cosas muy delicadas que no se podían divulgar […] que es lo que está pasando alrededor [se refiere a la presencia de paramilitares] y ella todo el tiempo fue muy rabiosa por las injusticias, más que todo de las instituciones como la policía […].
Aunque algunos esfuerzos se llevan a cabo para cambiar el trato oficial que se les da a las mujeres trans, mucho queda por hacer y es por eso que estar al pie del pleno conocimiento de la situación, es fundamental. Alexa termina la entrevista diciendo «Aquí desde esta ventana veo todo lo que pasa en la calle». Para ella y otras el Santa Fe es más que una zona de trabajo, es el epicentro alrededor del que gravita una comunidad, desde donde nacen y se establecen proyectos que intentan cambiar la percepción negativa y la desprotección que sufren las trans.
El nombre de las acciones contra la transfobia: Wanda Fox
Alexa menciona a Wanda Fox, quien desde el 2009 ha dado nombre propio a los esfuerzos por parte de muchas instituciones por acabar con la transfobia y los crímenes de odio a mujeres transgénero. El Grupo de Danza Folclórica que le hace honor ha mutado lentamente en otras iniciativas y cambiado su nombre. Lo que se mantiene es ella como estandarte de acciones que visibilizan esas luchas y una situación que aún es latente. Así, no permiten que queden en el olvido otras víctimas como La Alex, Zarita, La Africana, Natacha, Carolina, Josefa, Cúcuta, Melina, Marcela, Betania, Jenifer, Vanessa, Eduardina, Angi o Tatiana. Esta comunidad no desea olvidar a sus muertas.
Y muchas de ellas han sido enterradas allí mismo, en el Cementerio Central, como lo comenta Coqueta, otra integrante del grupo de danza.
El sacerdote Miguel Gutiérrez, quien oficia la misa popular al comienzo de Acción de gracia, las menciona a todas y ofrece una plegaria por ellas antes de invitaral público a la ceremonia fraternal de la paz. Él mismo acompañó la ceremonia de entierro de Wanda Fox. Luego de ese gesto sencillo, la danza empieza, los diablos espejos aparecen. Las bailarinas cargan velas que después se vuelven antorchas, a manera de una progresión. El fuego, que en muchos casos les quema los dedos, es también una provocación poética escogida por ellas mismas como seducción y peligro, como la luz de las voces que fueron apagadas y que hay que mantener ardiendo en la memoria como indicadores del camino. Agitadas, iluminan a los espectadores que están a un paso de ser quemados, pero que deciden confiar en su destreza.
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, Grupo de Danza Folclórica Wanda Fox, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
Después de entremezclarse con el público, aparecen desde otra cara del espacio y detrás de ellas, una proyección donde se ve a sus colegas y amigas marchar en las calles de Bogotá, con su presencia en primera línea de la lucha LGBTI. Mientras algunas de las chicas del video se desnudan en las imágenes en movimiento estampadas sobre la pared gigantesca de la bodega antes mencionada, nuestras protagonistas, una a una, toman la palabra.
¡Buenas tardes para todos, mi nombre es Liseth Mejía! Soy participante del Grupo de Danza Folclórica Wanda Fox, con el cual le estamos haciendo un homenaje a nuestra excompañera, la que aún, todavía, sobrevive en nuestros corazones. La cual hizo parte de una sensibilización a una sociabilidad de la cual todos dependemos, ya que todas las personas que estamos acá, antes de cualquier género, cualquier sexo, somos seres humanos hijos de Dios. Un lema muy lindo de nuestra compañera Wanda Fox: «Yo no me hice poner tetas para que me siguieran diciendo señor».
Katalina Ángel prosigue:
Esto es una manera de sensibilizar a la sociedad y de qué forma más bonita, ¿no?, con un lenguaje universal como lo es el arte, la danza. Todo este lenguaje que podemos hacer con nuestro cuerpo es mostrar que tenemos aptitudes para cualquier tipo de actividad y que no solo servimos para trabajar en una peluquería o pararnos en una esquina.
Daniela Maldonado, afectuosamente llamada Lulú por sus amigas, concluye:
Y nosotras, como personas trans, transgeneristas, transformistas, travestis y transexuales durante toda la historia siempre hemos sufrido el rechazo y la discriminación por parte de toda la sociedad, debido a que rompemos los cánones de heteronormatividad, debido a que nos mostramos tal como somos. Siempre hemos chocado y vamos en contra de lo que dice ser normal. Nosotras nos movilizamos y actuamos para mostrarle al mundo que también somos, que tenemos los mismos derechos, las mismas oportunidades. Que tenemos derecho a ser iguales sin que se nos juzgue, sin que se nos discrimine, sin que se nos reproche. ¡No más crímenes de odio por identidad de género!
Las prácticas de protección en el Santa Fe van más allá de los rituales para adentrarse en los terrenos de la búsqueda de seguridad y protección oficial y «paraoficial» por medio de fundaciones y ONG. En esa medida, la comunidad trans se ha encargado de tener una actitud firme y así, poco a poco, construir un escudo legal, espiritual y colectivo que la resguarde y dignifique ante los ataques y el rechazo, dado su estado de latente vulnerabilidad. Wanda Fox es un ejemplo claro de los alcances de la comunidad trans en el Santa Fe. Alrededor de ella se organizan varias actividades, pero es en especial en noviembre, mes de las almas, cuando las artes se manifiestan como medio para que activistas, como las bailarinas que acabamos de leer, reúnan sus voces y le muestren al resto de sus compañeras, al barrio y a la ciudad que hacer memoria implica transformar el presente.
De mártires a putas en el mejor sentido de la palabra
Lo logrado en el Santa Fe es legendario y un punto de referencia para una gran cantidad de mujeres trans de Bogotá y del país, así como para toda la sociedad colombiana. Si una se atreve a caminar en el barrio, podrá darse cuenta de que es un lugar especial en donde lo que impacta es encontrar un ambiente en el que sujetos tan distintos pueden convivir. Es un barrio con niños y personas que han vivido allí desde hace mucho tiempo, como Coqueta, que trabaja como muchas otras chicas para organizaciones como la Fundación Procrear, donde nació Wanda Fox. Es un hecho que la legalización de la Zona de Alto Impacto tuvo implicaciones que otorgaron y requirieron unas garantías mínimas para poder ejercer la prostitución, mejorando condiciones laborales y de vida. No es que la única salida que tienen las trans sea ser putas, pero mientras la percepción cultural no se transforme y los garantes de igualdad de derechos y oportunidades no existan para personas cuya construcción de género y ser sexual son divergentes de los cuerpos que perpetúan los ideales de las naciones estados modernos, podría una atreverse a decir que hay que seguir siendo puta con orgullo y trabajar con el potencial de subversión de cualquier desobediencia de este tipo. La Marcha de las Putas, que ya ha creado vínculos con el activismo trans del Santa Fe, ha ido también abonando lentamente el terreno para un cambio en la mirada sobre las feminidades que son dueñas de su sexualidad, creando un rechazo a la idea de que la «indecencia» es algo dañino y que justifica el maltrato, la censura y la opresión.
Vividero Colectivo, Proyecto Márgenes. Acción de gracia, Patricio Índigo Acosta, 2014, Bogotá. Foto © Carolina Assik.
Ahora bien, mientras no se «descriminalice» la mirada sobre la prostitución bajo el argumento de que el desorden y riesgo que causan a la ciudad tienen que ver con la actividad misma, mientras se siga ignorando que son las condiciones de criminalidad que se le imponen las que causan esa confusión, será imposible entenderla como un aporte en los avances de emancipaciones biopolíticas capaces de generar, ahora sí, un alto impacto cultural.
No se olvide que lo mismo sucedió con la homosexualidad hasta hace muy poco. Ahora que la memoria juega un papel trascendental ad portas de una posible resolución y cese del conflicto armado en el país y que la reparación de las víctimas se convierte en un imperativo para garantizarlo, no se puede desconocer que prácticas simbólicas de resistencia y cohesión de grupos desfavorecidos como las prostitutas y las trans aportan significativamente a una cultura de memorias (en plural), de reconciliación y solidaridad.
La consolidación de la Zona de Alto Impacto en el marco del establecimiento de una tradición de activismo trans y de prostitución tiene en las historias de Wanda Fox y de María Salomé ejemplos significativos de patrimonio cultural inmaterial espacio específico y, por lo tanto, deberían garantizarse los instrumentos para su protección a nivel gubernamental. Pero es justo también desde allí donde se debilita a las comunidades que les dan vida. Hasta ahora, el único mecanismo perceptible para salvaguardar este tipo de patrimonio es el estímulo para que sea «reconocido por las comunidades, grupos o individuos que lo crean, mantienen y transmiten» (Unesco 2012). Y aunque su escasa promoción y divulgación sigan los modos usuales de mapeo de rituales o el estímulo de festividades locales, el trabajo de activistas, artistas y académicos por ampliarlas y profundizar los sentidos que producen contribuyen con vías efectivas para generar un contexto de empatía, valoración, diseminación, apropiación y soporte de tales disidencias.
Mediante el desarrollo de una segunda parte del Proyecto Márgenes, en la que Vividero contribuyó a la creación colectiva de Canciones para vivos y muertos (una coinvestigación con el Instituto de Patrimonio Cultural, la Escuela Taller de Colombia, la Unidad Administrativa de Servicios Especiales de la Alcaldía, el Departamento de Historia de la Universidad Nacional, la Red de Artes Vivas y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación), se rastreó y elaboró un listado de prácticas vivas relacionadas con los bienes, usos y sentidos del Eje de Memoria. Los recorridos que se diseñaron por el Cementerio Central, los Columbarios y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, y que incluyeron la participación de personas del Santa Fe, demostraron que existe un interés desbordado por el patrimonio cultural de toda la zona y despertaron la atención de las instituciones por promover y continuar reflexiones sobre cómo los vecinos han configurado ese territorio de manera tan particular y significativa. La experiencia de las dos piezas nos muestra a nosotras que, con el fin de que los alcances de este tipo de activismo patrimonial puedan mantenerse e incidir masivamente, es necesario trabajar de la mano y articular esfuerzos y conocimiento con instituciones cuyo objetivo y competencia sea la diseminación, resguardo y enriquecimiento del patrimonio cultural. Son estas en últimas las que tienen el poder de afectar instancias capaces de cambiar el rumbo de decisiones que deterioran la cultura ciudadana.
Los muchos pliegues que constituyen los actos de fe y las prácticas funerarias obligan a pensar que del mismo modo Wanda Fox y María Salomé se han convertido en figuras locales trascendentales dentro de las tradiciones en las que los muertos interceden por los vivos. La permanencia silenciosa de dichos actos rituales a lo largo de los años —como los que ocurren cada lunes en el Cementerio Central—, sin que haya mayor noticia en el resto de la ciudad, es prueba del carácter vivo y aislado pero no por ello menos poderoso del tejido activo y del patrimonio cultural inmaterial del Barrio Santa Fe y de Bogotá. Hacerlos visibles, audibles y palpables es la razón última para lograr que historias como la de María Salomé entren al acervo del orgullo de los bogotanos y que la zona sea percibida como un lugar valioso que merece ser recordado y reconocido como epicentro de las luchas trans y de las trabajadoras sexuales y como un ecosistema de vínculos humanos significativos que merecen ser cuidados. En últimas, sus cuerpos se erigen en ese lugar como portadores de lo que es imprescindible y vital para una ciudad: unos seres-estares diversos y orgullosos de lo que sus particularidades pueden aportar positivamente a un nivel expandido.
Acción de gracia es una ofrenda para todas las mujeres que han sido asesinadas porasumirse y construirse tal como lo han deseado.
Bogotá, junio del 2014.
Referencias
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1. Es un tipo de acercamiento metodológico en el que el investigador reconoce la manera en que se ve afectado por el objeto de estudio. Al mismo tiempo, mediante esta operación se rastrean relaciones entre el objeto de estudio y los sujetos involucrados con él, poniendo en evidencia un territorio originado por procesos de subjetivación.
2. Acción de gracias es el acto que se realiza para devolver a una personalidad santificada (vinculada, por lo general, a la religión católica) un favor recibido. Tradicionalmente, además de una misa y una serie de novenas y oraciones que se rezan en nombre del santo, el agradecimiento queda consignado en una placa que se coloca cerca al lugar donde el cuerpo milagroso reposa.
En este caso, el título de la pieza refiere en parte a esta manifestación por el carácter de acción performática que tiene esta puesta en escena. El título también relaciona los distintos sentidos de la noción de gracia: plazo extra, atributo de belleza, benevolencia, don.
3. «Danza de diablos espejos», de origen religioso y con contenido ritual, es ejecutada desde la Colonia por toda Iberoamérica. En una representación del diablo y su poderío, sus movimientos son fuertes, con saltos y fuego lanzado por la boca. Se dice que simboliza la lucha entre el bien y el mal con la toma de la Eucaristía, mientras los feligreses asisten a la misa y los diablos danzan alrededor de la iglesia, para impedir que esta se lleve a cabo. Los diablos del Carnaval de Barranquilla proceden de los departamentos de Bolívar, Magdalena y Cesar. Los figurantes llevan un atuendo de color rojo que se adorna con espejos. Los preside una especie de diablo (o diablo mayor), de postura sacerdotal, quien dirige el rito.
* Este artículo fue escrito con la colaboración de Laura Rubio León.