La crítica cercana. Los bordes de la historia.
La oportunidad Strik
Hubiera querido que escribir sobre Elly Strik fuera como entrar directamente en otro lenguaje: un estallido de paz en medio de una guerra constante. Pero inevitablemente este ejercicio de escritura será otra vez una batalla que habrá que librar dentro del abarrotado palimpsesto de la crítica.
Hace tiempo que vengo luchando con la historiografía hegemónica del arte, con su aparato discursivo y visual de producción de verdad, con las reparticiones que operan entre lo masculino y lo femenino, lo heterosexual y lo homosexual, lo sano y lo enfermo, lo válido y lo inválido, lo humano y lo animal. He refutado esa historiografía por medio de imprudentes empujones teóricos y alocados asaltos performativos, reuniendo las voces y los cuerpos de Ocaña y Nazario, las de las Yeguas del Apocalipsis, la de Adrian Piper y Trinh T. Minh-ha, las de la Womanhouse Project, las de Annie Sprinkle y Beth Stephens, las de Itziar Okariz y Jo Spence, las de Jürgen Klauke y Gironcoli, las de Act Up y General Idea, las de Guillermo Gómez Peña y la Pocha Nostra, y otra vez la voz, ahora entrecortada, de Pedro Lemebel… Pero la historiografía dominante, su taxonomía y sus rituales, vuelven cada vez que el museo se abre, que la escritura comienza. Y ya se sabe que la epistemología dominante siempre tiene más tropas y armas, siempre pega más fuerte y hace más daño que el subalterno. El enviste epistemológico se siente a veces en forma de remordimiento por no adecuarse al canon institucional, otras, como un golpe seco que te paraliza y te hace renunciar de inmediato. Y cuando el lenguaje hegemónico no vuelve en forma de golpe, retorna con la seducción de la cita al uso, del aparato crítico ready to eat. Me digo, una vez más: voy a oponer toda la resistencia de la que soy capaz. YElly Strik me brinda una oportunidad para intentarlo de nuevo, como un mago que me invita a subir en sus alfombras voladoras de papel de 300 x 200 cm.