REGIÓN Y REGIONES EN EL 16SRA
Son muchas las versiones que se escuchan sobre lo que sucede en el día a día en las diferentes regiones del país. Cuando se toma un bus o un taxi, la radio se inunda de noticias devastadoras sobre lo que sucede allá en el Caquetá, en el Cauca, en el Vaupés, etc. Se presenta, por lo tanto, un panorama según el cual parece que es preferible mantenerse resguardado en las ciudades y lo más lejos, dentro de lo posible, de ciertas zonas y pueblos, según las recomendaciones de los medios de comunicación.
Sin embargo, los 16 Salones Regionales de Artistas de este año, en contraposición, cuentan con una serie de proyectos cuyas reglas de juego, justamente, invitan a habitar, a ir, a estar presente en diferentes territorios de Colombia, que en su mayoría están lejos de las grandes urbes. Por consiguiente, dejar a un lado ciertas lógicas centralistas, que suelen ser transversales al medio del arte, y dar cabida a estar corporalmente en sitios donde la ausencia de recursos estatales es tangible a primera vista cuando se los visita, se vuelve el eje central de varios de estos proyectos. El encuentro con otros y sus versiones de país, las territorialidades de quienes habitan un lugar, dibujan una serie de curadurías en las cuales un entendimiento del territorio plural, cambiante, móvil, desde lo sensible, problematiza aquello que se entiende como lo nacional o lo regional.
En el presente escrito se abordarán tres experiencias de los 16 Salones Regionales de Artistas (2017-2018) del Ministerio de Cultura. Si bien cada uno de los ocho salones que se están llevando a cabo en este momento cuenta con sus propios lineamientos, se hace evidente que hay problemáticas en las que todos confluyen, siendo una de las más características, tal como se mencionó, la insistencia por el encuentro directo con los territorios, el encuentro con los otros, el encuentro que solo existe cuando se está físicamente en un espacio.
Desde los proyectos curatoriales, “La condición de estar aquí”, Zona Centro-Occidente; “Confluencia: arte y educación en la Orinoco-Amazonia en la última década”, Zona Orinoquia-Amazonia, y “Ver para creer: ilusión, sospecha y desencanto”, Zona Sur, y desde mi experiencia1, se buscará en este texto entretejer los puntos en común que señalan esta necesidad.
En el marco del Nodo Mitú, Andrea Gutiérrez, su curadora, explicaba en la caminata a cerro Flecha (uno de los procesos del salón) cómo justamente la confluencia se da cuando “se juntan los ríos y hacen uno solo para formar un caudal más fuerte” (Gutiérrez, 2018). Daniela Argüelles, una de las curadoras de la Zona Centro-Occidente, explicaba también en La Bodega, Pereira, cómo, para hablar en términos de aquí, es necesario estar junto a otros (Argüeyes 2018). Jennys Obando y Adrián Montenegro, durante una entrevista en la residencia que tomó lugar en Colón, Putumayo, explicaban las implicaciones de las palabras ilusión, sospecha y desencanto, y mostraban cómo esta última palabra, desencanto, no es peyorativa, pues, en ese encuentro con la realidad, se puede conocer un lugar dando paso a la transformación de la ilusión y la sospecha que se tenían antes de llegar. De manera que confluir, estar aquí y el desencanto se convierten en coordenadas clave para pensar lo regional en estos proyectos.
El proyecto curatorial “La condición de estar aquí”, Zona Centro-Occidente, a cargo de Daniela Argüelles, Andrés Felipe Gallo y Beatriz Mejía, contó con dieciséis residencias artísticas y cuatro proyectos en el componente de formación con un total de veinte residencias de veinticinco días cada una. Puerto Triunfo, Antioquia, es un pueblo que, tal como su nombre lo indica, es un puerto. Cuando se llega a la plaza principal, lo primero que se ve es un río ancho y se siente un ambiente caribeño que sorprende al tratarse de un pueblo ubicado en la mitad de Antioquia. A primera vista, el río se ve magnífico, bastante sereno y amigable, sin embargo, Gustavo Toro, el artista residente que, cuando llegué, llevaba veinticinco días viviendo en el pueblo, comenzó con su voz a trazar otra lectura frente a aquel paisaje: el río realmente no es tan tranquilo, pues se trata del río Magdalena, el cual, por el contrario, es caudaloso y la tranquilidad en sus aguas no es otra cosa que síntoma de malestar. En una conversación, Gustavo Toro compartía que en su residencia, tras caminar el territorio y teniendo como brújula una inquietud por el agua, se encontró un monumento abandonado y desgastado por el paso del tiempo cuyo grabado era casi ilegible. Pues bien, se propuso descifrarlo y descubrió que el susodicho monumento buscaba conmemorar La Maratón del Río Magdalena, competencia náutica internacional de canoas de Puerto Triunfo, la cual, al igual que otras actividades fluviales, dejó de existir primordialmente porque el río dejó de ser navegable por diferentes razones. Este hallazgo, de la mano del libro titulado El río Magdalena arrastrando la montaña al mar, terminó desencadenando una serie de acciones con la comunidad, la reconstrucción del monumento y, para cerrar la residencia, una competencia de canoas entre las personas de la comunidad.
Por otra parte, la curaduría “Confluencia: arte y educación en la Orinoco-Amazonía en la última década” contó con cuatro nodos que se llevaron a cabo en los meses de agosto y septiembre. El colectivo de curadores Chundú, conformado por Carlos González, Ana María Sánchez, César Agudelo y Andrea Gutiérrez, se encargó de los cuatro nodos. En el nodo Mitú, sin previo aviso, comenzaron a surgir proyectos y procesos de diversas procedencias paralelos al Salón Regional. Debido a que Mitú cuenta con una población que no es muy amplia, según la curadora Andrea Gutiérrez, la presencia de otras actividades podía dejar sin público la programación del nodo, razón por la cual y, entendiendo justamente lo que implica la palabra confluir, presente en el nombre de la curaduría, tomó la decisión de no entrar en tensión con los otros proyectos externos al salón, sino por el contrario permitir, a partir de la presencia del Teatro Itinerante del Sol y del artista residente de Abejas Tapioca 2018 David Arancibia, entre otros, generar una coexistencia de procesos que convirtió al nodo en una posibilidad para el encuentro.
El nodo Mitú tomó lugar en una casa que fue alquilada y adecuada para este fin. Aun cuando la casa ya estaba dividida para unos procesos determinados (el proceso de dibujantes de Mitú, el proceso de Nugem, el proceso Cadáver exquisito y el proceso de los sabedores, entre otros) y contaba con una programación ya estipulada, fue la confluencia entre los procesos oficiales del salón con los acontecimientos y eventos que coincidencialmente se daban de manera paralela lo que construyó el día a día de este nodo.
Al igual que “La condición de estar aquí”, el salón Zona Sur “Ver para creer: ilusión, sospecha y desencanto”, proyecto curatorial de Adrián Montenegro y Jennys Obando, contó con residencias, sin embargo, estas tenían una particularidad: eran grupales. Bajo el surextravismo (palabra inventada por los curadores en la etapa de la investigación) y, en una búsqueda por desviar la mirada, los curadores situaron a algunos artistas del Putumayo y del Caquetá en el Huila y a otros del Tolima y Nariño en el Caquetá. De esta forma, con los cinco departamentos que conforman la Zona Sur, buscaron una suerte de intercambio conformando cuatro grupos de cinco a siete personas que residieron en diferentes lugares de la Zona Sur del país. “En vez de extraer obras de un lugar determinado o de hacer una curaduría que tenga que ver con la recolección de procesos artísticos, lo que quisimos fue alojar gente, o más bien, invitar a los artistas, pedirles un tiempo más que una obra” (Montenegro 2018).
Imaginar desde la distancia cómo es el Caquetá genera, al igual que con cualquier sitio que no se conoce, ciertas ilusiones y ficciones. En este caso puntual, se vuelve determinante o termina condicionando esa ilusión la presencia en el departamento, durante generaciones de conflictos entre diferentes ejércitos. Cuando los curadores de este salón hablan del desencanto explican que esta no es una noción peyorativa o negativa, sino que sencillamente hace alusión a un encuentro con la realidad, en el cual la ilusión y la sospecha que se tienen sobre un determinado lugar, una vez se conoce, se transforman en otro tipo de percepción. El desencanto en relación con Belén de los Andaquíes fue bastante abrupto, pues, si bien las calles están cargadas de historias y realidades que sobrepasan la imaginación dada una coyuntura de años de violencia armada, el encuentro con niños entre 10 y 12 años, quienes, al ver una cámara, identificaban un lente 50 mm y, por tanto, comenzaban a explicar la distancia que esta óptica necesita para hacer una buena captura entre otros conocimientos especializados que comenzaron a compartir de un momento a otro al ver mis equipos, o la necesidad de hacer una claqueta con un aplauso entre el micrófono de solapa y la cámara para poder sincronizar en posproducción la imagen con el sonido, me atrevería a decir que deja sin aliento a cualquiera. Los niños tenían un conocimiento técnico que desencanta a cualquiera de esa ilusión de cómo son los niños en un contexto de guerras.
En la residencia en Belén de los Andaquíes, algunos artistas exploraron y crearon individualmente y otros, dirigidos por Lenin Cañar, hicieron de manera grupal un mural en la Escuela Juvenil Audiovisual dirigida por Alirio González Pérez, sin embargo, más allá de quiénes decidieron participar en el mural o no, creería que fue estar ahí con otros (como ocurrió con los niños que comenzaron a inspeccionar cuidadosamente mis equipos) lo que generó diferentes preguntas, permitió el desencanto y posibilitó en alguna medida una geografía colectiva del territorio.
Para entender lo regional desde las territorialidades de las personas, más allá de poner en los territorios las miradas, se vuelve pertinente poner el cuerpo. Confluir, estar aquí y el desencanto, justamente, hacen alusión a esta necesidad. El texto aquí escrito, a propósito de la residencia de Gustavo Toro en Puerto Triunfo, el nodo Mitú y la residencia grupal en Belén de los Andaquíes, es apenas una revisión rápida de algunos momentos de estos salones regionales, los cuales, desde varios de sus proyectos (no únicamente desde los traídos a colación), asumieron el reto de sobrellevar lo que implica la producción de los mismos en sitios donde las lógicas e infraestructuras son distintas a las de las grandes ciudades2. Y aun cuando este comentario, ya cerrando el texto, puede parecer inconexo con aquello que se viene planteando, creo que, por el contrario, resalta la pertinencia de acercarse a los territorios para poder incidir en ellos, pues la distancia y lo que la misma conlleva no exonera a las decisiones en políticas públicas que, en algunas ocasiones, desconocen las realidades de las regiones, lo que afecta de manera tangible a las personas de allá en el Caquetá, de por allá en el Vaupés y de esos sitios de los cuales parece más conveniente mantenerse alejado.
A la distancia se tiene una ilusión de aquello que se entiende como territorio nacional, y en consecuencia, de las regiones que lo constituyen; sin embargo, es únicamente estando en los territorios con sus múltiples condiciones cuando se puede confluir con otros y dar paso al desencanto que permite generar otras geografías nacionales. Estas tres experiencias fueron posibles mediante el encuentro directo con los territorios y estar con otros, gracias a esa pregunta por un hacer situado que se le escapa a cualquier registro o intento de captura. Como diría Daniela Argüeyes, la única manera de utilizar el adverbio aquí es estando en el sitio.
1 Mi experiencia es un aspecto clave para la escritura del presente texto, pues, si bien se está planteando la idea de dejarse afectar por un sitio, se vuelve pertinente mi experiencia al haber visitado los eventos en cuestión.
2 Sitios en los cuales, usualmente, las personas no tienen RUT, ni seguridad social y tampoco hay cajeros automáticos, o escáner para enviar facturas, o incluso pueden pasar todo un día sin electricidad.
Referencias
Argüeyes, D. (2018). La condición de estar aquí, La Bodega: Pereira. 16 Salón Regional de Artistas. Entrevista de Mónica Torregrosa Gallo. Recuperado de https://youtu.be/EJkp4FWlUR0.
Gutiérrez, A. (2018). Confluencia: arte y educación en la Orinoco-Amazonía en la última década, nodo Mitú. 16 Salón Regional de Artistas. Entrevista inédita de Mónica Torregrosa Gallo (20 de agosto).
Ministerio de Cultura (2018). Artes Visuales/Ministerio de Cultura. Recuperado de http://salonesdeartistas.com.
Montenegro, A. (2018). Ver para creer: ilusión, sospecha y desencanto. Residencia Colón, Putumayo. 16 Salón Regional de Artistas. Entrevista inédita de Mónica Torregrosa Gallo (17 de agosto).