MUNDOS EXTRAÑOS
«Un lugar extraño»
Rosario López Parra
Galería SN-maCarena, con el apoyo del Instituto Taller
de Creación de la Facultad de Artes de la Universidad
Nacional de Colombia Marzo 23 - abril 22 de 2017
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Nómada Ediciones
Mónica Naranjo Uribe
2014
www.nomada-ediciones.com
La gran frustración del viajero consiste, tal vez, en no poder transmitir a otros su experiencia de los lugares en los que ha estado. La fotografía tiene la cualidad de atrapar en dos dimensiones cualquier espacio, pero la vivencia se ve minimizada en el proceso de construcción de la imagen: desprovista de olores, temperatura y sonido, alcanza apenas a abarcar lo que es visible, y la mirada mediada por un lente que opera distinto a los ojos presupone ya una artificialidad. Esta limitación encierra justamente la misteriosa riqueza de la imagen fotográfica, pero en el caso del viajero puede parecer un pálido intento de atrapar un instante que no tiene que ver solamente con el espacio y la luz, sino con las sensaciones particulares de cada lugar: su pathos singular o genius loci (el espíritu del lugar). ¿Cómo evocar la idea del lugar? ¿Es posible transmitir una experiencia subjetiva del paisaje? Y, aún más, ¿una noción colectiva de territorio?
El viaje es inherente a las obras de Rosario López Parra (Bogotá, 1970) y Mónica Naranjo Uribe (Berlín, 1980). Ambas, con propuestas muy diferentes, trazan las coordenadas que abren la posibilidad de transferir a la imaginación del espectador la elusiva percepción del lugar, señalando relaciones de tensión entre la fuerza vital y el vacío, entre el ser y el otro, y entre el aquí y el allá, que trascienden ese irrepetible lugar que es la experiencia individual.
«Un lugar extraño»
Lo primero que uno nota al entrar a la galería SN-maCarena es lo pequeña que es: basta con echar un vistazo para abarcar con la mirada la totalidad del espacio. Este pequeño cubo blanco contiene, sin embargo, grandes ambiciones como «sala de proyectos artísticos que promueve artistas regionales, nacionales e internacionales que se destaquen por el rigor en el oficio y la excelencia en el manejo de la técnica. maCa invita a artistas a investigar, experimentar, desafiar e incluso a transgredir los límites convencionales del oficio». SN son las letras iniciales de las palabras «Sin Nombre» y maCarena es el nombre del barrio de Bogotá donde se encuentra (La Macarena), aunque no se entiende muy bien por qué está escrito así. Entonces, en este espacio de raro nombre la artista Rosario López tituló su más reciente exposición «Un lugar extraño».
Podríamos partir pensando en que todos los lugares son extraños para alguien. Lo extraño, entendido en contraposición a lo familiar, supone un desarraigo, un tránsito por una situación desconocida o una sensación de perplejidad ante lo extraordinario. La extrañeza de un lugar entraña la noción de territorio, y con ella, la de pertenencia. Los lugares de la obra de Rosario López tienden a lo monumental, donde el ser humano está expuesto en toda su insignificancia ante una naturaleza poderosa e implacable. Como en la definición de Schopenhauer de lo sublime, está sumido en un sentimiento de placer y humildad ante la inmensidad y duración del universo. Rosario López, a la manera de una rigurosa expedicionaria de una tradición científica de épocas pasadas, elige unos lugares que son extraños de manera contundente al ser humano urbano: enormes paredes de hielo, vastísimas extensiones de sal o una roca colosal en medio del desierto. Pero, a diferencia de los científicos que registraban en ilustraciones detalladas y descripciones verbales las diferentes formas de la naturaleza para elaborar un inventario, Rosario López crea réplicas a escala, reinterpreta y expande la percepción del lugar, más allá (o más acá) de su monumentalidad, respondiendo a la naturaleza en un juego de eco invertido donde las ondas vibratorias emanan del lugar y repercuten en la artista, que ya no formula solamente la pregunta del ser en el lugar, sino del lugar en el ser.
Enmarcadas, hay dos fotografías nocturnas. Una del monolito sagrado Uluru, en el Parque Natural Uluru-Kata Tjuta, Australia, en primer plano: es una silueta negra que ocupa la mitad de la foto, y sobre ella resplandece un cielo estrellado. La silueta oscura no deja vislumbrar ningún detalle de la roca y, en cambio, en su mutismo cobijado por la luminosidad estelar parece una imagen del vacío mismo (Uluru, serie 04, 2015). La otra foto, de la Vía Láctea, cuya continuidad podemos adivinar por fuera del marco y que parece sacada de un archivo científico, muestra una masa celeste que ya no tiene como referencia a ninguna roca terrestre. Esta imagen, como un zoom out de todo lo demás (la roca, su imagen y la galería donde se exhibe), hace que la monumentalidad de la roca desaparezca: todo es grande o es pequeño comparado con otra cosa (Vía Láctea, 2015).
Haciendo zoom-in de nuevo, encontramos una réplica de Uluru hecha con la técnica artesanal de la cerámica ahumada, fragmentada en una retícula que remite a la arbitrariedad de la cartografía política. Por su tamaño casi parece la maqueta de un proyecto más ambicioso que ocurre en otro lugar. Acá tenemos el simulacro a escala del enorme monolito convertido en un símbolo de la geografía humana (Uluru, 2016).
Unos objetos que se adivinan pesados y recuerdan a los cristales en sus formas, pero son de opaco y oscuro bronce, esa noble y milenaria aleación que se usa en la fabricación de las campanas, entre otros, son exhibidos como piezas de un museo natural, como vestigios de una dimensión mineral gobernada por la geometría espacial. Estas piezas no parecen talladas desde la superficie, sino formadas como proyecciones de una fuerza interior y extraídas de las entrañas de alguna otra roca (Repliegues, 2015).
En una pared hay una serie de huellas sobre papel, recuerdos del peso y la humedad de unas formas sobre unas hojas, con los contornos repasados en lápiz, como quien traza el hilo narrativo de un sueño que resurge por pedazos, en un juicioso registro que busca diseccionar algo que ya no está. En la publicación que ofrece la galería para acompañar la exposición (un acierto que no se les ocurre a todos los espacios expositivos) nos enteramos de que estas huellas provienen de las piezas de arcilla que originaron las de bronce. El juego del eco continúa dentro del taller de la artista, con el dibujo como resonancia de una presencia pasajera.
En otras paredes hay unas figuras que recuerdan también a las formaciones geométricas de los cristales (estas «nervaduras superficiales» son recurrentes en la obra de Rosario López), pero están hechas de materiales blandos, el fieltro y la lona. El fieltro, uno de los materiales emblemáticos de Joseph Beuys, con su tosca textura de capa protectora que también se usa en los pianos para apagar el brillo del sonido, es blando, y junto con la lona traslúcida traicionan la vocación formal de los materiales oponiéndose a las formas angulosas que representan, como la taza de té peluda de Meret Oppenheim.
La filósofa francesa Florence de Mèredieu propuso una Historia material e inmaterial del arte moderno y contemporáneo (2004) donde las obras de arte no son clasificadas en movimientos y corrientes artísticas de manera cronológica; en esta taxonomía de la creación, en cambio, las obras son agrupadas por sus aspectos materiales o inmateriales: el color, la transparencia, el cuerpo, la máquina, los rituales, el sonido, etcétera. Bajo esta luz que se posa sobre los oficios y las técnicas, se diría que la obra de Rosario López es imagen, objeto, costura y huella, pero en últimas es espacio y es vacío; no se trata solo de la naturaleza, largamente privilegiada como materia del arte, desde las pinturas de paisajes hasta el Land Art, sino de sus aspectos geopolíticos, de su relación con los humanos. Nada es pequeño si en nuestra imaginación puede evocar un mundo entero, y estas manifestaciones físicas, presencias materiales de una vivencia fugaz, contenidas en un espacio que se puede abarcar de un solo vistazo, conforman una cosmogonía sólida de alegorías del hacer humano, que vibra frente al desconcierto de habitar el extraño mundo.
Nómada Ediciones
En la película En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guérin (Barcelona, 1960), un joven viaja a una ciudad en busca de una mujer a quien conoció un tiempo atrás, que se elude como un fantasma o un recuerdo del que no se puede fiar. Emprende la búsqueda con ansiosa lentitud, como disfrutando de la pausada y sensual persecución, mientras registra en un cuaderno sus recorridos, pensamientos y esbozos de otras mujeres que podrían ser ella pero no lo son, hasta que la encuentra. Es una película desprovista de palabras, con los sonidos incidentales acentuando la ausencia de los diálogos, y en la que los gestos, la composición, el ritmo y la atmósfera de cada escena dicen todo lo que hay para saber y todo lo que no se puede saber. Este mismo silencioso y rico hermetismo se encuentra en los libros que produce la editorial independiente Nómada Ediciones, creada por la artista visual Mónica Naranjo Uribe (Berlín, 1980). Estos libros tienen, además, un cierto parentesco con los cuadernos: las tapas blandas, la paleta cromática limitada, el formato y espesor de los papeles recuerdan a las libretas de anotaciones de los viajeros, donde quedan registradas sus impresiones de los lugares. El proyecto editorial tiene continuidad con los temas y la estética de la obra de Mónica Naranjo, pero opera como un centro donde se recogen, bajo su mirada particular, otros lugares interpretados visualmente por diferentes artistas.
Los dibujos de Naranjo evocan sensaciones y atmósferas desde las manchas vaporosas, las líneas difuminadas y los contornos suaves de edificaciones y personas, como si quisieran traer visiones provenientes de un estado meditativo de serena contemplación, imágenes fantasmagóricas del umbral por donde transita el extranjero (Naranjo 2014).
Los paisajes etéreos de Leah Fusco parecen fotogramas de una película de Béla Tarr (Hungría, 1955), en los que las relaciones de los humanos con la naturaleza están atravesadas por un tenso enfrentamiento de fuerzas (Weald, Kent, Reino Unido, 2016). Las intervenciones de color sobre fotografías en el libro de Natalia Castañeda remiten al gesto pueril de rayar una sonrisa perfecta en una revista para simular la ausencia de uno o varios dientes: esta acción caprichosa parece protestar ante lo desconocido respondiendo desde lo familiar, o ante la frialdad de la imagen turística respondiendo desde la vitalidad de la subjetividad (Beloved Future, Nueva York, Estados Unidos, 2015). En el libro de Emmanuelle Pidoux edificaciones aisladas dibujadas con la cualidad dura del bolígrafo (cercas, casas, restos de fortalezas) flotan sobre la página vacía y conviven como por accidente con dibujos a lápiz de una naturaleza más fina, que representan casi siempre seres orgánicos (aves, perros, plantas). Estos dibujos son hechos por una ilustradora que vive en Dunkerque, al norte de Francia, pero del lugar solo nos llegan estos fragmentos unidos en extraños collages que componen una narrativa de la fractura y el desarraigo (Du sable dans la bouche, Dunkerque, Francia, 2017).
Nómada Ediciones también ha publicado zines, un calendario acerca del universo que devela el vínculo íntimo entre la ciencia y la poesía, dos mapas ilustrados (uno de Colombia y otro de los continentes de la Tierra) y cuadernos con hojas en blanco que invitan al lector a emprender su propia versión del mundo.
Referencias
Mèredieu, Florence de. 2004. Historia material e inmaterial del arte moderno y contemporáneo. París: Larousse.
Naranjo, Mónica. 2014. Afuera y adentro. Bogotá: Nómada Ediciones.