MELQUIADES HERRERA
Sol Henaro (ed.)
México D.F.: Alias - Antítesis, 2015, 352 páginas
ISBN: 978-607-7985-19-8
Aunque casi desconocido fuera de México (e incluso allí), Melquiades Herrera (1949-2003) fue uno de los artistas más prolíficos y polifacéticos que emergieron en la década de 1970 en ese país. La obra de Herrera, hoy considerado una figura pionera del conceptualismo y del arte de performance, se enfocó obsesivamente en lo cotidiano y particularmente en los objetos de fabricación masiva (goma de mascar, pelotas de hule, confeti, tazas decorativas de mercadillo, botellas de Coca-Cola, etc.), tanto locales como transnacionales. Coleccionaba estos objetos de manera casi compulsiva —las historias de sus viajes semanales a los mercados locales son legendarias— y los utilizaba luego en sus performances, intervenciones e instalaciones. Herrera le apuntó a la intersección entre la alta y baja cultura al traducir y reconfigurar el mundo de la cultura popular con un humor característico y un ingenio mordaz. Su uso del humor evidenciaba una amplia fascinación con Marcel Duchamp, pero Herrera ensanchó el concepto del readymade al ámbito de la acción performativa, difuminando las fronteras entre arte y vida, arte y mercancía y el papel del artista como creador, traductor y educador.
A lo largo de su carrera, Herrera realizó numerosas acciones, a menudo en forma de parodia, para llamar la atención sobre el absurdo que encontramos con frecuencia no solo en la vida cotidiana sino también en el mundo del arte: aceptó en 1978 el inexistente Premio Nobel de Arte y publicó un artículo sobre el tema; fue anfitrión de su propio programa de televisión, en el que enseñaba a los espectadores cómo usar una colección de peines (Venta de peines, 1993); y más tarde realizó Uno por 5, 3 por diez (1995), un falso documental sobre el comercio del mercado negrode Ciudad de México. Estos ejemplos de acciones e intervenciones irónicas (entre muchos otros) se complementaron con proyectos que se ocupaban específicamente de objetos apropiados o del «arte encontrado» que Herrera capturaba en espacios urbanos, como lo hizo en su serie Polaroids de grafitis, avisos publicitarios, carros y camiones pintados extravagantemente, anuncios hechos a mano y otros artículos propios de la vida moderna. En manos de Herrera, los bienes comerciales encontrados se reconfiguraban y adaptaban para formar nuevos objetos con nuevos usos, como una botella de coñac que adaptó como boquilla para cigarrillos. Aunque se documentaron con fotos, videos o por escrito, muchos de estos proyectos eran intencionalmente efímeros, una estrategia que cuestionaba la atribución de valor al objeto de arte. Sin embargo, este factor también fue la causa de que la obra de Herrera se borrara de la memoria institucional y de las historias oficiales, y en consecuencia, que su esencial papel en el desarrollo artístico de los años setenta en adelante haya sido generalmente pasado por alto.
La monografía Melquiades Herrera, recién publicada, da un paso significativo en la rectificación de esta omisión. Hábilmente compilado por la investigadora y curadora Sol Henaro, quien ha investigado al artista desde el año 2003, el libro presenta una excelente y muy completa introducción a la obra de Herrera. La contextualización de su trayectoria global comienza con un breve texto introductorio de Henaro, donde se incluyen los primeros proyectos de Herrera como parte del colectivo No Grupo (1977- ca.1983) y que abarca hasta sus últimas obras, señalándolo además como antecedente de algunas prácticas artísticas actuales. En la misma línea presentan también el libro Damián Ortega y Abraham Cruzvillegas, dos artistas mexicanos contemporáneos, asociados a la generación de 1990, cuyo trabajo debe mucho a las exploraciones de Herrera en torno a la intersección entre arte y vida cotidiana. El texto de Ortega es una reflexión sobre la instalación de Herrera titulada Yo no lo pinté (1996), una acción performativa que, inspirada en un fabricante deconfeti artesanal, critica el valor de la obra de arte. En «¿Quién diablos es Melquiades Herrera?» Cruzvillegas —cuya obra tal vez encarne de la manera más didáctica la influencia de Herrera y su modo de involucrar lo cotidiano— ofrece, por su parte, un relato de su fascinación de una vida entera con la personalidad de Herrera.
Además de reunir el conjunto de obras de Herrera, una de las contribuciones clave de este libro está en la compilación de sus escritos, textos de crítica y poemas, algunos de los cuales firmó con el seudónimo de Hilario Becerril. Desde sus ideas sobre el papel del surrealismo en México hasta su reflexión sobre la definición del performance, esta selección de textos llama la atención sobre los roles adicionales de Herrera como escritor y educador, permitiendo comprender mejor su proceso artístico y las influencias que recibió. Tanto sus observaciones sobre el estado del arte y la cultura como su producción más creativa en forma de poesía presentan excelentes oportunidades para análisis más profundos.
Cualquier proyecto de recuperación de un artista corre en alguna medida el riesgo de crear una narrativa o historia autoritaria sobre su obra. Sin embargo, este libro evita caer esa trampa al introducir múltiples voces para ampliar nuestra comprensión de Herrera como artista y como personalidad. La compilación Henaro hace en el libro, en cierto modo heterodoxa, incluye desde breves recuentos personales hasta escritos por amigos y colegas del artista, como Maris Bustamante, colaboradora de No Grupo (que da el suyo en forma de dibujo); Jorge Prior, director de cine y televisión; y Felipe Ehrenberg, otro precursor del conceptualismo y el performance. Sus reflexiones iluminan variadas facetas de la compleja producción artística de Herrera, así como de su carácter. Algunos de estos relatos abordan su investigación en geometría y matemáticas, su enseñanza en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, sus intervenciones en la televisión pública e incluso sus interacciones con su barman favorito. En su conjunto, los textos permiten una aproximación amplia al contexto en el que se produjo su obra, pero también ponen de relieve la necesidad de estudios sobre la obra de Herrera en una línea más crítica y académica.
Henaro señala en su ensayo que Melquiades Herrera creía que el acto mismo de vivir la vida podría constituir una acción performativa, y sostiene que esto quizás represente su legado más importante. Como sugieren los textos de los artistas mencionados, Herrera es una figura imprescindible para entender gran parte de la producción artística que se originó en los años 1990, así como la de su propia generación. Al trazar estos vínculos se ponen las bases de una investigación más extensa, cuando Melquiades Herrera es ya erigido como uno de los principales impulsores de lo que hoy se considera como arte de interacción social (socially-engaged art). Adicionalmente, este libro será un recurso esencial para quienes están interesados en el estudio del conceptualismo, el arte de intervención y el performance, puesto que Herrera fue una fuerza innegable en el desarrollo de estas tendencias en México, y tal vez, mucho más allá.