LOS OCHENTA RECIENVIVOS. POESÍA Y PERFORMANCE EN EL RÍO DE LA PLATA
Irina Garbatzky
Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2013, 352 páginas
ISBN: 978-950-845-296-2
En consonancia con la resignificación de las precursoras acciones vanguardistas de comienzos del siglo XX, a finales del mismo se producirá un desplazamiento que caracterizará a gran parte de las producciones artísticas en los años sesenta y setenta. Un viraje que tuvo lugar en las artes en general, donde su punto de inflexión será poner en primer plano la potencialidad efímera de la obra basada en la acción. Retomando el principio duchampiano, en un gesto de desplazamiento de la materialidad del objeto hacia el acto, el énfasis estuvo puesto en su carácter procesual, y en consecuencia, en la paulatina primacía de una obra de arte «desmaterializada».
Experimentado a un mismo tiempo la distancia y la cercanía con las vanguardias, diferentes proyectos artísticos en América Latina anunciaron la puesta en marcha de otra comunidad de sentidos que surgía en permanente vínculo con el contexto que las veía nacer. En aquellos años, de la mano de la desmaterialización, la performance adquiere su especificidad: intensifica y enfatiza la temporalidad del acto, pero, al mismo tiempo, pone su centro en la afectación del cuerpo y su ineludible potencia para obrar. Transitando los resquicios por donde encontrar puntos de fuga, se reactivarán a través suyo las voces epocales de una resistencia donde se anudarán sus significados: como una urgencia primordial en el marco de las dictaduras y su disciplinamiento militarista, las experiencias performáticas permitirán pronunciarse sobre un mundo que adquiría connotaciones dramáticas.
Resistiéndose a invocar prácticas que lo colocasen en el lugar de las formas, ya que corría el peligro de verse reducido nuevamente, el arte de performance se lanzó a explorar las potenciales dimensiones del cuerpo, e hizo estallar un modo de representación del mundo. El retorno a la democracia, a mediados de la década de 1980, intensificó una vital creatividad en la reformulación política del cuerpo en el campo de las performances latinoamericanas. El cruce de diversas disciplinas generó procedimientos de deconstrucción, desmontaje, alteración de las formas, provocando una performatividad estética como gesto de una dislocación social y cultural que desafiaba a la creación.
En «Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata» nos encontramos ante una investigación que ha tomado la forma de un libro. Su autora, Irina Garbatzky, con absoluta sutileza, zurce amorosamente en sus páginas aquello que por su propia condición inaprensible y escurridiza solo perduró de un modo resquebrajado en la memoria de quienes fueron sus protagonistas. Desde que nos adentramos en la lectura se nos plantea el desafío: «la resistencia al archivo es una característica del objeto»; aquello no estaba «hecho para perdurar». Componiendo así una imagen del mundo que tiene cita en un tiempo ya transcurrido, y del cual no hay casi registros, la aventura del lector se ancla momentáneamente en esa sensación de desarme total instalada en medio de la fugacidad. Su trabajo no es una genealogía de la performance, sino que la autora nos da cita en un puro medio, un estar-entre, al construir como categoría de análisis lo «paracultural»;con ello nos acercará a comprender las derivas poéticas de cuatro artistas rioplatenses durante el retorno democrático: Batato Barea, Emeterio Cerro, Marosa Di Giorgio y Roberto Echavarren.
Si la condición del cuerpo es verse afectado por el mundo que lo rodea y lo significa, la aparición de estos performers, capaces de construir nuevas afectividades, puso en juego una política del cuerpo capaz de emprender una línea de fuga. Devenires que dieron cuenta de un tejido simbólico donde la poesía se ligaba a la performance y a la teatralidad. Esa disposición del cuerpo a ser desde la experimentación, ese huir al encuentro de la creación sin pretensión de verdad les permitió una actitud estética y creadora que se hundió en la libertad de ser entre todos los cuerpos: clown-travesti-literario, glam-andrógino-rockero, niña dark, marioneta-títere.Seres de atmósfera propia, sus devenires desplegaron un agenciamiento en el entramado underground que los vio nacer.
En Mil mesetas, Deleuze y Guattari nos recuerdan cómo, cuando un niño temeroso y preso del miedo en la oscuridad escucha un canturreo, se tranquiliza; en el tarareo se presenta un ritmo que lo apacigua en medio del caos. Algún principio del orden se entona en el ritornelo y cada cual saldrá de su casa al «hilo de una cancioncilla». Al tratar de imaginar a aquellos artistas que abrazaron un camino en la poesía y en la vida —sin certeza alguna, tan solo con aquello que se apega a una intuición—, nos parece escuchar en las páginas de este libro la cancioncilla: aquella que llevó a los «paraculturales» a abrir la interioridad de sus cuerpos a un espacio construido creativamente, a coro, donde alojarse. Como si sus voces trazaran un círculo manteniéndolos en un territorio que se asemejaba en algún sentido a las heterotopías. Permaneciendo en estado de fragilidad encontraron su potencia.
En desarme permanente desplegaron virtualmente la estrategia que les posibilitó una resistencia, no solo de la experiencia histórica más cercana de la cual fueron sobrevivientes, la dictadura militar, sino de las funciones pedagógicas que le dieron al performance, al tomar como blanco de sus embates al cuerpo y su violenta normalización.
La perfomance poética como obraviviencia es el modo en que nos propone pensar la autora dichas experiencias. No se trata de la puesta en escena donde un actor interpreta a un personaje, sino que se presenta a sí mismo, poniendo la vida en escena. Poesía, performance, teatralidad: la apuesta de artistas que, estando en el límite, pujaron por construir un territorio poético como mantras que dieran voz a un ritornelo en el cual se escuchan otras voces —las voces que los habitaban y las que aullaban en silencio por la mediación de un cuerpo que las visibilizara en su violenta desaparición—. Sus cuerpos están «fuera de lugar», sin principio ni final, aconteciendo como en un virtual, como en un pliegue que posibilita una resistencia a la historia del disciplinamiento del cuerpo; como un espacio cargado de una ritualidad sagrada entre aquella vida precaria y una práctica estética que supo hallar en el cuerpo la efímera utopía performática, que no es ignorante de sus propias condiciones de producción.
Los «paraculturales» nos recuerdan con sus propios cuerpos la puesta en voz de la brutalidad de lo desaparecido en los años de dictadura, pero lo hacen poniendo la vida en un nuevo campo de posibilidades. Son afectados por un estado del mundo que anunciará sus bifurcaciones gozosas, aquellas que les permitirán una forma-de-vida sin forma; como el cuerpo que no se reduce a sus órganos o como aquel pensamiento que no se reduce a la conciencia (volviendo a Deleuze). Con su minuciosa investigación, la autora nos desafía al encuentro de los trayectos extraviados de una atmósfera afectiva que puso a tartamudear la poesía y, abriéndose paso en la vibración de su propio lenguaje, hizo posible la escucha de lo inaudible. Cuerpos que en su barbarie dionisíaca se apropiaron de los «géneros menores» y, en un desparpajo infantil, se afectaron de la multiplicidad embrionaria e inmadura de sus minorías venideras, como invención de sí mismos. No como algo dado sino como aquello que hacía falta crear en la potencialidad de sus propios cuerpos. Asumieron, de este modo, un carácter ambivalente e inclasificable, y solo así, en una condición de imperfección, se hicieron permeables para reinvindicar la inmadurez que los encontró en un estado que no tomaba forma alguna, por lo cual necesitaron lanzarse permanentemente a la creación de su presente.
No fue la repetición, ni la destrucción por lo nuevo, sino una actitud estética creadora que se hundió en sus propias huellas la que les permitió destellar un estilo y lanzarse al mundo de un modo escurridizo para dejarse afectar por todo lo que se les había querido negar. «Seres todavía por nacer», «recienvivos» o «deshechos», los cuerpos de estos performers alcanzaron una región de intensidad habitando el mundo por primera vez, dotando de libertad no solo sus propios cuerpos sino sus encuentros recíprocos. Allí donde la vida se encontraba en estado embrionario gozaron de sí mismos, se rodearon súbitamente de un aura que produjo un efecto mágico poético de experimentación-creación-resistencia, la sonoridad de un cuerpo que se afirma en un estrepitoso susurro y llega a nuestros oídos gracias a la extrema sensibilidad de la autora de este libro.