LOS ESPACIOS COLINDANTES ENTRE LOS ACTOS DE VIDA Y LAS POSTURAS POLÍTICAS
«Yo he nacido poeta y artista como el que nace cojo,
como el que nace ciego, como el que nace guapo».
Federico García Lorca
Hace un par de meses recibí la invitación para escribir sobre mi obra; dado el tema de la revista, quise que este texto permitiera al lector de alguna forma conocer mi trabajo desde los dos conceptos que mueven y retroalimentan mi obra: el primero, los actos de vida, y el segundo, un poco más fuerte y tanático: las posturas políticas.
De hecho, el ser humano y el artista está llamado, a través de su obra, a tomar partido sobre los sucesos políticos que ocurren a su alrededor, o en su país. Como se expresa en la película Anonymus: «Todo artista debe ser un político, y el que no, un simple zapatero» (Emmerich 2011). Valga aclarar que considero ser zapatero un trabajo tan digno como cualquier otro, pero esta frase llena de contrastes sirve para hacer énfasis en que el artista ya debe superar el concepto del arte por el arte, o del arte que solo decora, combina o que simplemente es un elemento de ornato que va muy bien con el color de los muebles de la sala o del comedor.
No obstante, antes de profundizar y examinar algunas acciones, quiero ampliar el contenido del epígrafe citado al inicio. En primera instancia, con el tiempo y a medida que van surgiendo otras obras, te das cuenta de que eres ya artista. Por eso García Lorca habla de nacer artista, como si fuera algo congénito, como «nacer cojo». Quizá al nacer artista hay tener cuidado de no cojear; es decir, de no moverse en una desigualdad, sino mantenerse en el proceso de creación… Ahora bien, de acuerdo con la última parte del epígrafe, «como el que nace guapo», y de una forma más divertida, diré que no me considero guapo. De hecho, es de resaltar que lo que denomino mi primer performance, Nicho humano (1997), fue una acción con mi cuerpo de solo 39 kilos de peso en ese entonces. Esto generaba una sensación de fragilidad; sin embargo, al trabajar la resistencia del tiempo y de la quietud, el cuerpo se fortalecía, se tornaba fuerte en el sentido que devenía escultura, además de que conjugaba la fragilidad y la fortaleza.
Edwin Jimeno, Nacimiento, 1999-2000. 38 Salón Nacional de Artistas, Cartagena. Duración: 3 horas diarias. Foto: Liseth Urquijo.
Pero, para recordar cómo llegue al performance, debo devolverme un poco el tiempo y repasar estos actos de vida que colindan con las posturas políticas. Con el tiempo retomaría estos actos de vida en mis performances, como cuando era niño y dibujaba grafitis con la orina sobre la tierra, o me sentaba en el inodoro, veía frente a la pared y empezaba a encontrar diversos rostros y dibujos, tomándome todo el tiempo necesario, trabajando con la quietud y la levedad.
Siempre he sostenido que las grandes preformistas en mi vida fueron dos mujeres: mi madre y mi tía Araceli; matronas de mi educación, crianza y formación. En el caso de mi mamá, sucedía que a mis cuatro años yo compraba bolis, refrescos que pagaba con hojas del árbol de matarratón. Luego, en las tardes, mamá iba y los pagaba con dinero real. Ella jamás me lo explicó, sino hasta ser grande, así que para mí esto era un acto psicomágico; era como si de los árboles brotara plata. Por otra parte, mi tía Araceli trabajaba como aseadora en un ancianato. Algunas veces me iba con ella, y mi tía me metía en una caja de cartón con algunos juguetes. Posteriormente amarraba una cuerda a la caja, y el otro extremo de la cuerda lo ataba a su cintura mientras trabajaba. Esto generaba una acción muy poética y particular, pues a medida que ella barría, la caja se transformaba en un tren o un carro, e iba avanzando al paso que ella marcaba. Una tercera y última acción fundacional que mencionaré es cuando mis hermanas y yo tomábamos una sábana y la amarrábamos de soportes en las esquinas, convirtiéndola en una casa, un cambuche, un campamento. Lo importante de estosactos de la vida fue que fueron mágicos, transformadores y creativos.
Estas acciones cotidianas fueron las primeras referencias que tuve sobre actos totalmente poéticos, que generaban actos positivos y lograban transformar los negativos. Pero ellos no fueron los únicos, pues mamá podía hacerlo a la inversa; o podía llenarse de valor para generar una acto de resistencia, un acto político, con el cuerpo, ya fuera contra mi padre o para defender a algún enfermo al que no querían atender… en otras palabras, defender a alguien más débil comprándose las peleas. Estos ejemplos marcaron mi vida.
Si bien no podría con propiedad llamarlos performances, al menos los llamo actos psicomágicos, ya que fueron transformadores y dadores de vida, como lo expresaría Edmund Burke: «Aprendemos mediante la imitación mucho más que por precepto; y lo que así aprendemos no solo lo adquirimos más eficazmente, sino más placenteramente. La imitación forma nuestras costumbres, nuestras opiniones y nuestras vidas» (Burke 1987, 37). Quizás por esta razón no hago pintura ni escultura, sino que experimento con el cuerpo, pues ha sido una conducta aprendida desde la vida diaria, desde las vivencias de bebé, niño y adolescente. Y, sin embargo, dentro de la obra que he realizado durante dieciocho años, mis acciones han venido cambiando con el tiempo, en buena parte debido a los diversos aportes que cada performance lleva consigo.
La primera época es un período de inacción en el cual el cuerpo se fortalece en la resistencia, y, de hecho, deviene escultura de barro, como en Nicho humano (1997), o de cebo, como en Nacimiento (1999-2000). La primera es una acción estática de dos horas y media, y la segunda, de tres horas diarias. Aquí el cuerpo no se mueve, no se ve respirar; sufre a través de una tortura lenta, pues, al no haber movimiento se petrifica, y así deviene un guerrero que ha visto directamente a los ojos a la Gorgona.
Posteriormente a estas acciones —a las cuales llamé inacciones por mucho tiempo— llegó el movimiento,pero con él también llegó una postura política que afrontó o subrayó las problemáticas políticas de la ciudad de Santa Marta: no podía estar ajeno a los asesinatos, secuestros y violencias de la ciudad. De ahí nace Ciudad de paz (2000), acción en la cual escribo los nombres de las personas asesinadas durante los últimos cinco años en Santa Marta, en una pared de 4 x 3 metros, convirtiéndola en un muro de las lamentaciones. Lo más bello es que la acción se transformó en una obra colaborativa, pues los espectadores que habían perdido a uno o varios miembros de su familia solicitaron escribir ellos mismos los nombres de sus seres queridos. En este momento, la obra devino una acción terapéutica, sanadora de alguna forma, reparadora.
Al mismo tiempo y para el proyecto «Actos de fabulación», muestra curada por Consuelo Pabón (2000), presenté en el antiguo parque del Museo de Arte Moderno la obra Agonía, acción en la cual cavo una tumba de forma rectangular y posteriormente entierro mi cuerpo, dejando solamente mi cabeza por fuera. El resultado fue una cabeza sin cuerpo, una cabeza que recordaba actos como el juego de la gallina ciega realizada por nuestros campesinos según la versión popular en la costa caribe (donde, con los ojos vendados, juegan a cortar la cabeza de un gallo enterrado en la tierra blandiendo la hoja de un machete a ras del suelo), y que posteriormente los paramilitares retomarían aplicándolos como actos de tortura y barbarie, acto donde se cubrían los ojos y con el machete empezaban a socolar1 el terreno hasta cortar la cabeza de su discrepante. Lo fabulado de esta acción (Agonía) es que algunos jóvenes locales (que vivían en condiciones de abandono) se ubicaron en forma circular para que se generara una sombra sobre mi cabeza y así evitar que me insolara, y otros buscaron agua en lugares cercanos para mantenerme hidratado. En este momento, más que artista, ellos me hicieron sentir humano, y fueron ellos mismos quienes con sus manos me desenterraron, diciéndome «Ya no más, parce». En otras palabras, me volvieron a la vida.
Edwin Jimeno, El trago de la amargura, 2008. Performance de 15’ en Perforartnet y Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo. Foto: Jairo Cáceres.
Un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano.
El inusitado dolor me pareció muy vivo.
Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí.
J. L. Borges
Para hablar de una tercera parte de mi obra, he querido evocar esta frase de Borges pues los trabajos de esta etapa son acciones en las cuales lo tanático adquiere fuerza dentro del proceso creativo, donde el dolor permite que el espectador se sienta vivo, vulnerable; y ese dolor, a la vez, fortalece no solo la imagen sino la fisiología del cuerpo mismo que está haciendo la obra, pues en muchos casos hay sufrimiento, estigmas, tortura, martirio, etc. Entre estas acciones está El trago de la amargura (2008), acción en la cual aparezco en escena, acercándome a un pedestal en donde hay una copa de vino llena de leche. Luego me hago un corte en la mano para tinturar la leche, y así vinculo dos elementos vivificadores: el alimento (leche) y la vida (sangre). La otra pieza es Sanación (2008), un (fotoperformance), obra que parte del dibujo de un corazón con cinco heridas sobre mi propio pecho, y donde la acción como tal consiste en coger cinco puntos en forma de reparación del corazón, generando un dolor silencioso y feliz, pues cada herida que inflijo en la piel es una carga que debe curarse.
Por último citaré a Daniele Scalise cuando dice:
«Nombrar lo innombrable, manifestar la propia realidad frente a los demás y frente a uno mismo hace que todo sea más límpido y decente» (2009, 25). Hablo en este caso de dos obras: la primera, Propiedad de Estado (2010), acción en la cual un militar calientaun fierro que tiene escrito la frase «Propiedad de Estado», y una vez está lo suficientemente caliente, se dispone a colocarla sobre mi espalda. Yo estoy atado en un cepo. Así abordo el tema de la tortura: en este caso, la marca del fuego con las palabras «Propiedad de Estado» denuncia hechos violentos, y declara que soy su propiedad y que el Estado puede, por consiguiente, hacer lo que desee con mi cuerpo.
La segunda obra es Falso positivo (2010), una acción realizada en línea y proyectada vía streaming, para emitirse en la Galería Santa Fe, en Bogotá, y otros países al mismo tiempo. En esta acción aparezco sentado en una silla blanca y luego entra a escena un militar al que nunca se le ve el rostro. El militar empieza a cortar mi cabello con una máquina eléctrica —como a Sansón, que pierde así su fuerza—. El único sonido en este performance es el de la máquina. Pero esta vez el militar no convierte al campesino en un guerrillero para ganar indulgencia (el falso positivo), sino que lo convierte en un soldado más.
Edwin Jimeno, Sanación, 2000. Fotoperformance. Foto: Marta Amorocho y Liliana de la Hoz.
Hay entonces en mi trabajo una fuerte relación entre la vida y la creación, y, por tanto, un énfasis en la creación política. De hecho, los actos psicomágicos de la infancia son acciones que me quedaron marcadas, que me permitieron construir y deconstruir discursos ya de pequeño, y luego, de adulto, con la capacidad de razonar me permitieron mirar los sucesos en nuestro territorio. En consecuencia, como ojos del pueblo, quedé llamado no solo a discernir, sino abrir puertas que me llevaran a caminar por lo vivido diariamente más que por lo desconocido.
Creo que es ahí donde el artista entra como un atalaya o vigía, una persona que atisba o procura inquirir y averiguar lo que sucede y además asume una postura en el asunto. Si bien a través de la obra no puedo cambiar una situación, sí puedo denunciar o marcar en el contexto lo que está aconteciendo, sobre todo en lo referente a estas afecciones políticas y a los desmanes de poder que suceden aun frente a frente. Como diría Facundo Cabral, «Me preocupo cuando alguien levanta una bandera, porque cuando alguien grita “viva”, algo está diciendo “muera el resto”» (1997). Solo invito a partir de esto a reflexionar qué queremos gritar, y cómo lo queremos gritar, pues es posible que nuestra voz más fuerte se fije en la anulación del otro.
Referencias
Borges, Jorge Luis. 1994. El Aleph. Buenos Aires:
Círculo de Lectores.
Burke, Edmund. 1987. Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello. Madrid: Tecnos.
Emmerich, Roland (dir.). 2011. Anonymous, 130’. Germany - United Kingdom: Anonymous Pictures.
Pabón, Consuelo. 2000. «Actos de fabulación: arte, cuerpo y pensamiento», en: Investigaciones sobre arte contemporáneo en Colombia. Proyecto Pentágono.Bogotá: Ministerio de Cultura, pp.79-114.
Scalise, Daniele. 2009. Carta de un padre homosexual a su hija. Bogotá: Planeta.
Valencia, Emilio. 1997. Conversaciones con Facundo Cabral.
Guadalajara: documento inédito.
1. Socolar significa en Colombia cortar en un montela vegetación; o bien deshacer un montón de tierra o broza; rebajar un terreno.