LA DIMENSIÓN SENSORIAL DE LA CULTURA. DIEZ CONTRIBUCIONES AL ESTUDIO DE LOS SENTIDOS EN MÉXICO
Dentro de los estudios sensoriales, entendidos como aquellos que reintegran los datos del mundo sensorio a los procesos de producción de saberes en las ciencias sociales y las humanidades, La dimensión sensorial de la cultura. Diez contribuciones al estudio de los sentidos en México presenta en esta edición, como resultado de la investigación de diversos académicos, diez experiencias reunidas en capítulos anclados en su mayoría en la nación mexicana y agrupados en cuatro ejes temáticos. Estos ejes son: historias sensoriales (capítulos 1, 2 y 3), que giran en torno al grito como primera tecnología de comunicación y al olfato, o a ciertos tipos de olores como atributos de pobreza, de tejido social y de proyectos de ciudad; sensorialidades indígenas (capítulos 4, 5 y 6), que incluyen trabajos sobre el léxico olfativo, los olores y la función del sonido en tres comunidades mexicanas; lenguajes artísticos (capítulos 7 y 8), que presentan hallazgos sobre la descorporalización de la música y el cine etnográfico, y estéticas cotidianas (capítulos 9 y 10), eje que aborda el gusto culinario sometido a los procesos de tecnificación, y la semántica y la percepción de diversas situaciones en los cuerpos de amantes universitarios.
Entrar a valorar las sensaciones como un modo valido de conocer el mundo es un ejercicio que implica desentrañar el peso que sonidos, olores, sabores, colores y temperaturas experimentadas adquieren en la experiencia de las personas, esto mediante testimonios, experimentos y/o documentos, para lo cual el libro establece la debida distinción entre sensación y percepción, esta última como la facultad intelectual que toma las sensaciones como materia prima y las traduce en categorías racionales, a partir del cual se forja nuestro primer marco de interpretación de la realidad por mediación de los sentidos (Domínguez y Zirión, 2017).
En tal sentido, en el primer capítulo, “A un grito de distancia. Comunidades acústicas y culturas aurales en torno al uso de la voz alta”, la antropóloga mexicana Ana Lidia M. Domínguez Ruiz propone el uso de una voz potente como posibilidad de comunicación y no como un asunto de gritones. Para llegar a esta propuesta, mapeó la técnica de la voz que expulsa aire con fuerza en expresiones culturales de distintas comunidades del mundo identificando en ellas la comunidad acústica, las relaciones sociales mediadas por el sonido y las maneras definidas de escucha. Por ejemplo, el yodel, utilizado por los habitantes de las montañas y originario de las tierras del jo del continente europeo, sirve para comunicarse a distancia de modo similar a lo que ocurre con los cantos de vaquería en Colombia y Panamá, presentes en las labores de pastoreo.
De estimar la percepción auditiva, el capítulo “Paisajes sensoriales, memorias culturales y la pobreza como emblema: el caso de las carpas de barrio en la Ciudad de México (1900-1930)” pasa a valorar el sentido del olfato. Aquí la científica social Natalia Bieletto logra identificar y relacionar marcadores sensoriales en torno al hedor de los urinarios con la convivencia en las carpas: grietas de la urbanización, refugio para la desinhibición y lugar para espectáculos callejeros y sedimentos afectivos, como formas de romantizar los tipos de sociabilidad, falta de servicios sanitarios y presencia de olores penetrantes como categorías en la conceptualización de la plebe como clase social pobre y marginal, y como factor de identidad que reestructura el orden social; una operación similar ocurre hoy en día en los mercados populares signados de pobreza y, a su vez, celebrados como crisoles culturales.
En el capítulo “De olores y hedores en la historia de Monterrey” está presente la dimensión moral del mal olor como categoría de análisis que atraviesa y explica algunas medidas en torno al desarrollo, desde mediados del siglo XIX al XX, de la hoy industriosa ciudad de Monterrey. Al consultar documentos municipales, el antropólogo Enrique Tovar Esquivel establece que el mal olor, emanado de los cuerpos de indígenas y europeos, el hedor de cadáveres pudriéndose en el suelo de la catedral utilizado como lugar de enterramiento y las prácticas en el sacrificio del ganado vacuno, se entendía como la causa de epidemias como la viruela o el cólera asociadas a fuerzas del mal, el cual se movía en el aire y que había que evitar respirar. Así, por ejemplo, y bajo esta creencia, los muertos terminaron enterrándose fuera de la ciudad y contra el viento.
De este modo, y de acuerdo con los autores,
Pensar el mundo social por medio de los sentidos nos conduce, así, a reflexionar sobre la dimensión estética de las relaciones sociales: un terreno donde el conocimiento se construye por la experiencia, donde cada uno de los sentidos procesa información proveniente de mundos sensibles diversos, donde estos son códigos y vías primordiales de comunicación, donde los valores colectivos se revelan mediante gustos y displaceres culturalmente determinados, donde las diferencias y las afinidades se construyen desde la percepción, donde el contacto sensible es causa de efectos y hostilidades (p. 12).
Para Carolyn O´Meara, lingüista, y Asifa Majid, psicóloga, autoras del capítulo “El léxico olfativo en la lengua seri”, en español, un hedor es un hedor, sin embargo, para la comunidad indígena seri, asentada en El Desemboque, desierto de Sonora, México, la distinción se complejiza ya que, de acuerdo con la edad, esta comunidad recurre a palabras tradicionales que nombran plantas, animales o fenómenos naturales del desierto para describir matices de olores y, en el caso de los más jóvenes, toman algunas palabras prestadas del español. Por ejemplo, los adultos, para decir cómo es el olor de una rosa, se remiten a la salvia, planta aromática asociada con la buena suerte.
Otro caso de léxico olfativo lo desarrolla el lingüista Héctor Manuel Enríquez Andrade en el capítulo “Los olores entre los totonacos de Papantla”, para quienes la percepción sensorial es “un acto no solo físico sino también cultural, y por lo tanto simbólico” (p. 120). Para el investigador, la dimensión hedónica de los hablantes totonacos en los estados de Puebla y Veracruz se agrupa en cuatro dimensiones que trazan el paso de lo no agradable a lo agradable, así como por niveles de uso de los términos de acuerdo a si el alimento está crudo, es comestible o está pasado. En términos culturales y simbólicos, por ejemplo, el mal olor, o los malos aires, se entienden como la forma que toman los espíritus de aquellos que mueren violentamente, quienes acechan y se pegan a seres y lugares enfermándolos y se curan solo cuando se exponen a olores fragantes que son medicinales. Así la comunicación de los vivos con los espíritus, con los dioses y viceversa se establece a través del viento y de los aromas.
En un intento por cruzar fuentes gráficas y escritas para evidenciar el sonido que lo representado pudo haber emitido, la licenciada en Etnohistoria, Sandra Amelia Cruz Rivera, bajo el principio de la sinestesia cultural, acción que implica la posibilidad de relacionar una forma de expresión con otra, estudia elementos gráficos, o, en sus palabras, los sonidos pintados. En el capítulo “La representación y función dinámica del sonido en los mitos mesoamericanos”, Cruz Rivera expone el estudio que realizó de dieciséis códices indígenas que sobrevivieron a la Conquista española; en los murales de Tepantitla identificó, por ejemplo, con precisión cómo el lugar donde esté ubicada la voluta, forma con elementos fonéticos que sale de la boca de los personajes, de acuerdo con el personaje, indicaba si este estaba cantando (volutas que culminaban con una flor), o si se trataba de un discurso sagrado (volutas representadas a la derecha o a la izquierda).
En “La descorporalización de la música y el oído temperado”, el realizador audiovisual Samuel Larson Guerra plantea a la afinación como la precisión en la interpretación que da la música escrita en partituras que ordenan el sonido y que genera un oído atemperado y domesticado, lo que implica la separación del cuerpo del intérprete y del escucha de la experiencia musical, preocupación del investigador en la que incluye la posibilidad de recorporalizar la experiencia musical —o música corpórea— con la posibilidad de exigirle afinación a este tipo de música en términos temperados.
Si para Antonio Zirión Pérez, fotógrafo y documentalista independiente, y la antropóloga Valeria Cuevas Zúñiga, la misión de la etnografía es transmitir la experiencia de estar ahí frente a la alteridad y dar testimonio del encuentro intercultural entre personas, el capítulo “El giro sensorial en el cine etnográfico: exploraciones antropológicas más allá de lo visual” es un ejercicio donde explica en qué consiste ese salto mortal del cine sensorial cuando, sin personajes ni narrativas, forma distinta de la producción audiovisual convencional, busca que la intersensorialidad devenga en imagen-actor porque lo sensorial, estando detrás y en frente a una cámara, excede a la representación.
El antropólogo Stefan Igor Ayora Díaz, en plantea en el capítulo “Gustos y tecnologías: estética culinaria y subjetivación en Mérida, Yucatán, plantea a qué sabe hoy la comida yucateca como experiencia sensual-sensoria compleja. Para ello indagó sobre los ingredientes usados, los espacios de preparación, los tiempos y las personas naturales de Yucatán que los preparan. En sus conclusiones plantea dos escenarios marcados por el sabor y tiempo: rápidos e intensos en sabor cuando se recurre a ingredientes procesados, y lentos y bajos en sabor, cuando se cocinan platos de forma tradicional; ambos coexisten como ensambles culinarios y gastronómicos acordes a los cambios de la población regional.
En el último capítulo del libro, “El cuerpo de los amantes. El amor como experiencia sensible en jóvenes universitarios”, las profesoras investigadoras de sociología Olga Sabido Ramos y Adriana García Andrade, bajo la percepción que surge en la proximidad sensible de los cuerpos que se aman, en tiempos y espacios determinados, buscaron conocer cuáles son los significados que se construyen y deconstruyen. Para esto, le presentaron a ciento cinco estudiantes de la carrera de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana dos imágenes de cohabitación en parejas: un primer viaje y la convivencia en el baño. Para la mayoría, el viaje generó mayores preocupaciones en torno a los gastos, la menstruación para las mujeres, el mal aliento para los hombres y las excreciones corporales para ambos. Resulta curioso que, de acuerdo con los encuestados, tales preocupaciones no están asociadas al amor siendo que son parte de la cotidianidad de una pareja.
Así las cosas, La dimensión sensorial de la cultura. Diez contribuciones al estudio de los sentidos en México propone que la relación entre sentir y percibir parte del reconocimiento y la valoración de la sensación como punto de inicio que hace el tránsito a la percepción con el propósito de incluir la corporalidad de los sujetos en la explicación de los fenómenos sociales en una mirada integral y compleja que explicita que pensar debe poder incluir las sensaciones de lo pensado.