ESTAR SIENDO FEMINISTA
Los feminismos agudizan mi mirada, habilitan mi
lengua, aprietan mis dientes y reconfiguran mi cuerpo.
A través de los años han ido explotando mis ideas,
mis afectos y cada centímetro de mi mundo.
Hoy me ocupan por completo.
Convertirse en feminista implica enfrentarse al mundo, escribe Sara Ahmed (2017). Entraña vivir en un proceso encarnado y permanente de interrogación, desacato, disidencia y resistencia. Requiere aprender a detectar, en todo momento, los múltiples y cambiantes sistemas de poder que nos circundan y regulan para contestarlos, rebatirlos, refutarlos, desarticularlos. O para, por lo menos en esa ocasión, oponerse a participar activamente en ellos. En mi caso, también ha significado transformar mi cuerpo en un vehículo de radical enunciación, narración y visibilización. Sí, convertirse en feminista —conducirse procurando realidades y relaciones justas, equitativas y horizontales—, claramente supone transformarse en una zona de conflicto.
El acomodo de los feminismos dentro de mi cuerpo e identidad ha sucedido (y seguirá sucediendo, estoy segura) a lo largo de los años en un proceso continuo, determinado por eventos y momentos cardinales. Quizás el más evidente gira en torno a mi decisión, a principios de los años noventa, de trabajar en el campo de la performance. Llegué a esa disciplina porque me interesaba experimentar con y desde mi cuerpo, estableciendo diálogos abiertos con el público, en oposición al monólogo que supone el objeto artístico. Sin embargo, desde un inicio, entender mi propio cuerpo como instrumento de trabajo suscitó más preguntas que respuestas: ¿Qué es el cuerpo de una mujer? ¿Qué significa habitar el cuerpo de una mujer blanca con mi particular bagaje cultural en México? ¿Cómo está configurado ese espacio? ¿Quiénes lo producen, en un sentido performativo, y a qué obedece esa producción? ¿Cuáles son las implicaciones de pensarlo/me como un territorio de resistencia?
Los dos accidentes automovilísticos que sufrí años atrás fueron un suceso claramente más privado pero igualmente incisivo. Las heridas en mis piernas —que hoy se han convertido en cicatrices amadas y espacios geográficos fundamentales de mi cuerpo— me obligaron a interrogar los marcos normativos que señalaban mi cuerpo como anormal a los quince años. Por su parte, vivir en México como mujer me lleva a afirmarme como feminista a diario. Lejos de disminuir, las cifras de las violencias perpetradas contra las mujeres —que ya creíamos insuperables desde los primeros casos de feminicidio registrados en 1993 en Ciudad Juárez—, solo se han ido multiplicando con el paso de los años. En el país, hoy se cometen siete feminicidios al día y 16 000 violaciones son denunciadas anualmente (Rodríguez 2016). De cara a esta realidad, ser feminista en México no es una elección, no para mí.
Este proceso de inmersión en los feminismos ha dibujado distintos mapas dentro de mi quehacer y resultado en caminos e investigaciones en diferentes direcciones. Partiendo de la analogía mujer-país, en la performance Si ella es México, ¿quién la golpeó? (1996-1999) me transformaba en una modelo golpeada que insistía en presentarse como saludable y atractiva. La obra se llevaba a cabo sobre una pasarela y estaba enmarcada por un audio del senado estadounidense discutiendo la descertificación de México en la lucha contra las drogas. Además de ropa y accesorios de moda transformados en enunciados políticos, también modelaba golpes, cortadas y moretones producidos con maquillaje de efectos especiales, recorriendo escenarios tan distintos como un festival callejero en Denver, un salón de clases en UC Berkeley, los jardines del Yerba Buena Center for the Arts en San Francisco, todos en Estados Unidos; un festival de performance en Glasgow, Escocia y un espacio alternativo en Santiago de Compostela, en España.
Soy totalmente de hierro (2000) fue mi respuesta a la campaña publicitaria lanzada por la tienda departamental El Palacio de Hierro. Como buena parte de la publicidad mexicana de entonces y ahora, sus anuncios presentaban a mujeres de tez blanca y ojos azules —aparentemente importadas a México desde algún país nórdico— que orgullosamente escenificaban y celebraban su cosificación y domesticación. Los cinco espectaculares que elaboré a manera de contracampaña mostraban a Mónica Berúmen, una estudiante de teatro, morena y alejada de los estándares de belleza colonialistas de la campaña original, vistiendo un holgado atuendo negro y rojo. En uno de los espectaculares, en el que aparece al lado de un hombre que claramente la está hostigando en el interior de un pesero (una camioneta de transporte público) aparecía la frase: El problema es que pienses que mi cuerpo te pertenece. Otro presentaba a Mónica, con los brazos cruzados y una mirada desafiante, plantada sobre el Eje Central, una de las arterias de la Ciudad de México, afirmando: Este es mi palacio y es totalmente de hierro.
Los casos policiacos de cincuenta mujeres asesinadas en Ciudad Juárez entre 1993 y 1999 fueron el tema central de la performance Mientras dormíamos (el caso Juárez) (2002-2004), con el que buscaba señalar la instauración de un nuevo contrato social que había institucionalizado la violencia contra las mujeres en esa ciudad. En la performance nombraba a las víctimas utilizando mi cuerpo como un mapa simbólico que documentaba las violencias que vivieron, al tiempo que exhibía el cuestionable lenguaje patriarcal de los reportes y su evidente falta de rigor. Sentada sobre una plancha de morgue, la pieza consistía en reproducir en mi propio cuerpo y con un plumón quirúrgico, cada uno de los golpes, cortadas y balazos que dichas mujeres sufrieron. La performance operaba como una plataforma de enunciación y denuncia en México. En el extranjero se transformaba en un espejo de las realidades similares experimentadas por mujeres en las ciudades de Nueva York, París, Kuopio y Cardiff.
Encuesta de violencia a mujeres (2008) y Evidencias (2010-2016) fueron dos intervenciones culturales participativas concebidas como parte del proyecto de largo aliento Expuestas: registros públicos, centrado en visibilizar y reparar públicamente las violencias contra las mujeres, que estaban siendo normalizadas y naturalizadas a lo largo y ancho del país. Aunque se originó en las conversaciones que sostuve con decenas de mujeres en un refugio de la Ciudad de México, el proyecto se fue extendiendo para incluir a otrxs participantes y comunidades. En Encuesta de violencia a mujeres utilicé un cuestionario como pretexto para que las mujeres habláramos abierta y públicamente sobre las violencias experimentadas, fuera de los ámbitos privados y domésticos en los que suelen ser cometidas. Un módulo dispuesto principalmente en estaciones del STC Metro y el Metrobús sirvió como escenario para aplicar la encuesta: ahí invitaba a mujeres transeúntes a responder de manera anónima si habían experimentado actos de violencia psicológica, física y sexual, si mantenían una relación con la persona agresora, si habían interpuesto una denuncia y si calificaban esos actos como violencias de género. Cuando revelaban haber respondido afirmativamente a cualquiera de las preguntas, les entregaba un botón rojo con el signo de igualdad tachado, de lo contrario recibían uno verde con el signo intacto. Colaboraron 2167 mujeres en esta intervención, en la que el aspecto medular, como en la mayoría de mis proyectos, fue lo que sucedió en cada participación: cada una de las reacciones suscitadas y la interacción con y entre las mujeres.
En un país en el que prácticamente han desaparecido el Estado de derecho y el acceso a la justicia para las mujeres, pensé en Evidencias como un ejercicio alternativo y subjetivo de denuncia ciudadana. La intervención nació con una convocatoria lanzada al interior de la Universidad Nacional Autónoma de México en la que invitaba a las universitarias a donar objetos domésticos que hubieran sido empleados para ejercer cualquiera de los tipos y las modalidades de violencia contra ellas. Los 44 objetos recabados fueron exhibidos en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), acompañados por testimonios en los que lxs donantes —las mujeres mismas o lxs familiares o amistades que sobrevivieron a las víctimas de feminicidio— narraban su historia en su propia voz, sin intermediarixs y de forma anónima. La premisa (y la fuerza) de la intervención se concentraba en el tránsito de los objetos —de los espacios domésticos que originalmente los albergaban a un dominio público—, revelando frontalmente el alcance de las violencias y contribuyendo a una posible reparación, tanto individual como colectiva. A lo largo de seis años produje Evidencias en plazas públicas, igual que en museos en la Ciudad de México, Querétaro, Tijuana y Guadalajara, con la colaboración de diversas organizaciones, colectivas e instituciones. Hoy agrupa 237 objetos y es parte de la colección del museo en el que inició.
La realidad es que las mujeres mexicanas vivimos, cada vez más, en un estado de excepción, definido en el artículo 29 de nuestra Constitución como la restricción o suspensión del ejercicio de los derechos y las garantías de la ciudadanía «en los casos de invasión, perturbación grave de la paz pública o cualquier otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto». Frente a esta realidad, resolví producir un estado de excepción a la inversa: una intervención performática centrada en el ejercicio libre, gozoso y público de los derechos de las mujeres. Estados de excepción (2013-2016) era una comida que se llevaba a cabo en espacios públicos determinados —una plaza, la banqueta de una calle— con las veinte mujeres transeúntes que en ese momento aceptaran mi invitación a comer. El resultado era el de un espacio temporal y excepcional de encuentro, acompañamiento y reconocimiento entre un grupo diverso de mujeres que difícilmente habría coincidido de otra forma. Al final, cada una dejaba un testimonio describiendo su experiencia sobre un mantel de papel. En las versiones producidas fuera de México —en Londres y Kabul— invitamos a defensoras de los derechos de las mujeres a sentarse juntas a la mesa para compartir su quehacer. En Kabul, además, la intervención se llevó a cabo en las oficinas de la Delegación Europea, habiendo pasado tres puntos de revisión, por motivos de seguridad.
Mapping Dissent (2017) es la última entrega de Afectxs ciudadanxs, el proyecto que me ocupa en la actualidad y en el que exploro la construcción política y cultural de los afectos y los sentimientos desde, en y entre sujetxs que escapan los mandatos heteropatriarcales y capitalistas de género, raza, sexualidad y salud. La intervención estuvo centrada en marcar la ciudad de Santa Bárbara, en California, con respuestas afectivas queer a la elección presidencial reciente y sus implicaciones. El proceso comprendió la recolección de testimonios de residentes de la ciudad, a cargo de un grupo de estudiantes, docentes y personal de UC Santa Bárbara, que posteriormente colocamos en el campus en forma de letreros durante una caminata silenciosa.
Los feminismos me han atravesado y transformado por completo. En un inicio indagué la configuración de mi cuerpo para después ponerlo a disposición de las historias de otrxs, y finalmente recuperarlo como espacio propio. Tras un proceso de años de ecdisis, mi quehacer se ha convertido en una plataforma de y para las voces de otras personas que juntas moldean coros mutivocales y comunes. La urgencia por arar territorios y luchas en común con otros grupos marginados y vulnerados me ha llevado a ensanchar mis ideas para remplazar el feminismo por los feminismos queer interseccionales, y abogar por todos los cuerpos otros excluidos o basurizados (Silva 2009) desde los marcos normativos hegemónicos. Hoy, mis proyectos entrañan un agenciamiento colectivo y plural desde una inscripción distinta que ya no considera a las mujeres biológicas como sus principales sujetxs: «El objetivo de estos proyectos feministas no sería tanto liberar a las mujeres o conseguir su igualdad legal como desmantelar los dispositivos políticos que producen las diferencias de clase, de raza, de género y de sexualidad, haciendo así del feminismo una plataforma artística y política de invención de un futuro común» (Preciado 2007).
Si antes entendía la discriminación y las violencias de género como consecuencia de los mandatos fijados para hombres y mujeres, hoy reconozco que se originan en la fabricación misma del género binario, y que para combatirlos es preciso desnaturalizar y desmontar el género mismo. Con el paso del tiempo, mi lenguaje también se ha transfigurado: he sustituido mujer por marcador mujer y no consiento el uso normativo del masculino plural genérico, ni siquiera en las circulares escolares de mi hija. Hoy decididamente celebro, defiendo y disfruto de las diversidades, de los márgenes, de lo anormal, de lo otro desde el reconocimiento de mis propios privilegios y desventajas. Me enfrento al mundo, pues.
Referencias
Ahmed, Sara. 2017. Living a Feminist Life. Durham:
Duke University Press Books.
Preciado, Beatriz. 2007. «Mujeres en los márgenes»,
en: Babelia, El País, 13 de enero.
Rodríguez, Israel, A. Olivares, C. Gómez, B. Juárez y S. Chávez. 2016. «En los pasados tres años se duplicó la cifra de feminicidios en México», en: Sección Sociedad, La Jornada, 24 de noviembre. 37.
Silva Santiesteban, Rocío 2009. El factor asco. Basurización simbólica y discursos autoritarios en el Perú contemporáneo. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.