ERA UN BANQUETE, PERO NO HABÍA PLATOS
Me causa curiosidad la forma en que algunas artistas abordan asuntos de género a partir de una perspectiva particular, muy diferente a la que puedan tener el feminismo o las ciencias sociales. El caso de María Teresa Cano es uno de ellos. Siempre me ha seducido la ironía que maneja en sus obras, en especial cuando señala asuntos relativos a los roles de las mujeres en la sociedad. María Teresa Cano se aleja de clichés y de cualquier interés programático. Esa ambigüedad entre una mirada irónica, incluso ácida, a la par que gozosa, surge de relatos autobiográficos y no de la ilustración de alguna teoría. En esta entrevista, en forma de monólogo, María Teresa Cano habla de algunas obras suyas que abordan el género desde su mirada particular.
Yo servida a la mesa
Vinculo el arte con las experiencias cotidianas, pero no por considerarlas un tema sino porque conecto las vivencias sintiéndome como actora activa de mi ser y mi hacer.
Yo servida a la mesa surgió como una propuesta de clase, a partir de un ejercicio que nos planteó Beatriz Jaramillo sobre un asunto personal. En ese momento yo estudiaba Artes en la universidad, estaba en segundo semestre.
Sobre una mesa larga, de casi cuatro metros, había varias bandejas que contenían mi cara comestible, elaborada con natilla, arroz con pollo, suflé de verduras, arroz blanco, chocolate, torta y galletas. Era un banquete sin platos. Participé con esta obra en el Primer Salón Rabinovich (1981), y el Museo de Arte Moderno de Medellín ofreció otro espléndido y hermoso banquete en el segundo piso. Sin embargo, todos querían probar mi cara, comieron hasta el arroz blanco aun sin cubiertos, con la mano, en un gesto primario hermosísimo, en el que se olvida la etiqueta.
Estábamos todos alrededor de la mesa, en una unión común comiendo fragmentos de mi cara. Era una fiesta macabra, acompañada por risas, comentarios e interpretaciones, por tratarse de una cabeza de mujer decapitada, de un cuerpo femenino que se ofrece. Aún escucho de quienes estuvieron presentes: «Nos comimos a María Teresa».
En Yo servida a la mesa se conjugan muchas lecturas. En el canibalismo, por ejemplo, los indígenas se comían los órganos de la persona que sacrificaban para fortalecer los propios, así, la cabeza vinculada con el pensamiento, generalmente es lo que nuestra cultura adopta como lo más importante; la idea de «comerse» al otro como una visión política; la óptica religiosa, en la cual el cuerpo se ofrece en un ceremonioso banquete para ser comido en una última cena; la muerte y el deterioro del cuerpo que se consume o, incluso, una mujer que se ofrece para ser comida, también implica connotaciones eróticas.
El cuerpo es el medio con el que estoy aquí, mi manera de interconectarme, de relacionarme con el otro generando encuentros. El cuerpo se convierte en un mediador de sentimientos, de historias, de narraciones y emociones en muchas ocasiones ambiguas; por eso, en esta fiesta aparecen Tánatos y Dionisos conjugándose en una sola propuesta.
Después de Yo servida a la mesa, llevé al Salón Atenas (1984), del Museo de Arte Moderno de Bogotá, Con sabor a chocolate. Era mi cuerpo entero fragmentado en chocolate. Una chocolatina gigante. De ese trabajo no tengo casi fotografías porque cuando entré a la inauguración, ya la gente iba saliendo con grandes fragmentos… Parecían hormigas… por eso más adelante surgen hormigas en mi obra…
Lo autobiográfico
Cuando te digo que es una experiencia personal, me refiero a una vivencia de infancia. Cuando estaba pequeña e hice la primera comunión, la torta era una cabeza de Cristo y para los niños, cabezas de ángeles. ¡Sí, eran cabezas! Mi papá sacó para los ángeles moldes metálicos de mi muñeca preferida. Aún tengo uno. Es hermoso. Puedes verlo en la foto.
En mi familia todos hemos estado vinculados con el arte. Mi papá y mis cinco hermanos. Mi casa era un taller; teníamos caballetes, pinturas, cera, plastilinas, máquina para litografía y cuarto oscuro para fotografía. Mis hermanos trabajan con pintura, serigrafía y escultura. Mi papá pintaba, tallaba madera, trabajaba yeso, plastilina y otros materiales. Mi casa era siempre un laboratorio de experimentación. He sido una superafortunada.
Te cuento que no quería estudiar Arte, sino Ingeniería Forestal, pero mi papá dijo: «Solamente arte». Y mi vida académica se volvió una dinámica muy enriquecida. Yo me formé en los ochenta, en pleno auge del arte conceptual en Medellín; fue un momento de cambios enormes. En esa época el Museo de Arte Moderno de Medellín era muy activo, creía mucho en los artistas jóvenes y apostaba por ellos. Empecé a surgir en medio de esos diálogos, de esos espacios nuevos que ofrecía la ciudad para personas que apenas estaban comenzando su proceso.
Es inevitable que el trabajo de un artista tenga que ver con lo autobiográfico, con todas las cosas que
se viven, con las reflexiones en torno a ellas, con
qué decir y cómo decirlo. Me siento realmente muy afortunada con mi historia de vida familiar, por eso lo autobiográfico está ahí, no para hablar de mí, sino desde mí, porque yo también soy el otro, soy ellos.
Así, una historia de familia detona en otras, no necesariamente mías. Surge entonces Sucesión (1998). Una obra expuesta en la Galería Valenzuela Klenner, que desafortunadamente no está completa, pues el año pasado, cuando se expuso de nuevo en esta galería, hubo un hurto de tres de las piezas; nadie respondió y nada se sabe de ellas. Sucesión constaba de doce manteles intervenidos con platos impresos y algunos textos que responden a fragmentos de historias narradas por personas cercanas. Los manteles están dispuestos en un soporte para ropa de lavandería, tienen una cubierta plástica con un texto que los unifica: Olvidarás su olor. Sucesión es lo consecutivo, la herencia, el paso de uno al otro desde la versión que produce un recuerdo del entorno familiar.
Arte correo
En mi casa éramos dos mujeres y cuatro hombres. Mi mama murió cuando yo tenía seis años. Hubo una presencia masculina muy fuerte y también una claridad de ellos sobre lo que yo tenía que ser y sobre lo que no podía hacer. De allí surge, tal vez, Calor de hogar, esa plancha que te quema. Tiene esa dualidad que planteas sobre si el quemón es descuido, casualidad, rabia o ironía… porque tiene ironía. La obra es simplemente una tela a la que le ponía la plancha. Un quemón, como una marca de la esclavitud, en cierto sentido. No se trataba de volver esto un asunto de género específicamente, pero era un oficio marcado ya por un género, que tiene una ambigüedad, entre el servilismo y un acto amoroso, que evoca la tradición. Calor de hogar tiene el olor del vapor que libera el trapo cuando se humedece para planchar.
En los ochenta se generó un grupo muy interesante de arte correo con Beatriz Jaramillo y Carlos Echeverri. En ese entonces, las cartas se escribían de puño y letra, se usaba el correo postal como un medio de comunicación local, nacional o internacional. Las propuestas para «Arte correo» debían caber en un sobre, eran hechas generalmente sobre papel. Logramos un intercambio internacional, con respuestas lentas por el medio que utilizábamos e incluso con la posibilidad de que te devolvieran las cosas. Me parecía delicioso participar en este juego del lleva y trae, del enviar sin la certeza de recibir respuestas.
Para participar en este proyecto de intercambio propuse Calor de hogar. Remití varias copias, en realidad no recuerdo a quiénes, ni sé dónde están. Cada una era distinta porque las huellas de la plancha se grababan con calor una a una. Utilizaba telas que se usaban sobre las mesas de planchar. ¿Te acuerdas?
A raíz de todo se realizó una exposición de «Arte correo». Me acuerdo de Alberto Sierra nos invitó a participar a los jóvenes de esa época en compañía de quienes tenían trayectoria. ¡Fue muy emocionante! Todos haciendo sellos, matasellos, una cosa muy hermosa. Yo llevé una jaula con paloma mensajera, que tenía en su pata un mensaje que nadie leyó. Recuerdo que iba todos los días a darle maíz, a cambiarle el agua. Pero ahora tenemos internet, la comunicación es impresionantemente ágil.
Intimidad y género
Aunque la intimidad resuena con aquellos sentimientos y creencias personales que se guardan para uno, sí podemos encontrar fácilmente algunos aspectos relacionados con la privacidad y su deber ser en tanto condición femenina en un contexto social. Podría inscribir aquí tres de mis obras: Sobre nupcias y ausencias (1992), Matrimonio y mortaja (1995) y Una habitación propia (1997).
Sobre nupcias y ausencias. Sobre un papel de colgadura hay un texto impreso, y en el piso, popurrí esparcido que genera un fuerte olor a flores dulces. El texto es un fragmento del poema «Olor frutal», de Juana de Ibarbourou, poetisa uruguaya, la pasionaria, que dice:
Cuando de los estantes
pulidos y profundos
saco un brazado blanco
de ropa íntima,
por el cuarto se esparce
un ambiente de huerto
[…]
Ese perfume es mío. Besarás mil mujeres
jóvenes y amorosas, mas ninguna
te dará esa impresión de amor agreste
que yo te doy.
Un sentimiento femenino, con cierta añoranza, como un enamoramiento eterno, como un entregarse y al mismo tiempo reservarse; una evocación del cuerpo de mujer que siente, vibra, desea.
Matrimonio y mortaja. Dos paneles metálicos que contienen a manera de urna acrílica un vestido de novia y flores. Sobre el acrílico hay impreso un fragmento del poema «El fuerte lazo» de Juana de Ibarborou, que dice:
Florí
Para ti.
Córtame. Mi lirio.
Al nacer dudaba ser flor o ser cirio
«Matrimonio y mortaja»… es un dicho popular que alude a lo que ha de ser, independiente del género. Pero, aun así, el género se antepone en la manera en la que te reciben, cómo te enseñan. Y cómo te hacen ser, también. Aunque yo simplemente soy, también he estado salpicada por ese asunto, de acuerdo con algunos parámetros particulares que la cultura impone.
En Una habitación propia me apropio del título del libro de Virginia Woolf. Una casa tejida suspendida en el espacio a cincuenta centímetros del piso verde, las paredes de fondo son azules y tienen un texto impreso: Lentamente construido. Nadie puede entrar en aquella casa, ni tocarla, solo puede verse guardando la distancia. En su interior una luz también azul que cambia de intensidad de acuerdo con el audio de mi respiración. Una habitación propia tiene que ver con mi condición de ser mujer, mujer sola, pensante e independiente, mujer que decide, vibra y determina, sin izar necesariamente una bandera feminista, porque siento los ismos demasiado radicales. No me interesa pelear contra una posición o adoptar un asunto como de guerra. Simplemente terminar sintiéndome quien soy y poder serlo de adentro hacia fuera, en este caso, desde el arte.