ARMADA, SEXUAL Y DOMINANTE1
La imagen de Margaret Thatcher en los años ochenta fue la de una mujer poderosa, pero no es exactamente a ella a la que busco referirme. Hablaré de la imagen femenina que para mí siempre ha significado una fuente de poder, aquella que guarda algo enigmático en su representación: la mujer seductora y por eso mismo poderosa.
Mientras yo crecía en Bogotá, también durante los años ochenta, siempre hubo una marcada diferencia entre las cosas que debían hacer los niños y las que debían hacer las niñas. Ante todo, uno no debía hacer las cosas que hacían las niñas. Los niños jugaban con carritos y al fútbol, mientras que las niñas permanecían un poco aparte jugando con muñecas, a la cocina, a la casa. Los niños se dedicaban a construir cosas e historias y las niñas a jugar dentro de esas historias y con esas cosas.
Uno de los primeros recuerdos que tengo, en cuanto a la elección de mis juguetes, es en un almacén donde había todo tipo de objetos para niños: muñecos, carros, osos, patines, etc., entre los cuales me llamó la atención un murciélago de caucho al que se le podían ver todos los órganos por dentro a través de una membrana transparente. Incluso se le podía ver un fluido rojo que parecía sangre circular por dentro.
A mis papás y a los tíos que nos acompañaban les pareció que era mejor que escogiera otro juguete, que ese no era tan apropiado. Mi segunda elección fue una Barbie. Ellos tuvieron una discusión de la cual no me acuerdo mucho, pero decidieron que lo mejor era que llevara un Ken.
Años después, logré tener una especie de versión un poco más sofisticada de la Barbie: la Mujer Biónica. Esta muñeca era una Barbie menos femenina, que tenía compartimentos en una pierna y en un brazo, con circuitos electrónicos. Era mitad robot y mitad humana. Además de poseer un cuerpo híbrido se podían hacer todas las cosas que se hacen con una muñeca común, peinarla, cambiarla de ropa, etc.
También en mi colegio (el Liceo de Cervantes Norte, solo para hombres) existía una preocupación excesiva por que la ropa de todos los estudiantes fuera muy masculina. Los tenis o los pantalones tenían que ser de un determinado modelo, pero obviamente para hombre.
Las nuevas aventuras de la maravillosa mujer
La primera imagen de una mujer poderosa, o más bien con superpoderes, de la que me acuerdo es la Mujer Maravilla. Ella se hizo popular en los años setenta a nivel masivo, personificada por Lynda Carter en una serie de televisión. En mi primera infancia, hacia la segunda mitad de los años setenta y comienzos de los ochenta, esta serie fue transmitida por la televisión nacional, al mismo tiempo que la serie de dibujos animados Los Superamigos, los sábados en la mañana. En la serie animada la Mujer Maravilla hacía parte de un grupo de superhéroes, en su mayoría masculinos y cuyas únicas contrapartes femeninas eran la gemela fantástica y una heroína malvada llamada Cheetah.
En medio de tantos héroes masculinos a mí me intrigaba que una mujer también tuviera superpoderes; entre aquellos poderosos superhéroes, la Mujer Maravilla era única, era como si todas las superheroínas que no existían se reunieran en ella. Era un resumen de las secretas fuerzas femeninas, la feminidad encarnada. Además de tener esos increíbles poderes, la Mujer Maravilla tenía una identidad secreta en la serie de televisión. Podía pasar desapercibida en muchas circunstancias sin ser reconocida. Mediante su cambio de identidad, la agente del Departamento Especial de Defensa, Diana Prince, pasaba de ser una secretaria tímida y un poco torpe, de lentes y vestida a la moda de la época, a convertirse en la Mujer Maravilla, una despampanante amazona. En la transformación de suapariencia, los lentes y su cartera desaparecían, su pelo recogido se volvía un peinado de salón de belleza y además aparecía en uniforme.
Los cómics de La Mujer Maravilla los leía una y otra vez. También la dibujaba mucho, ya fuera copiándola o inventándomela en diferentes poses y situaciones. Mi papá también solía hacer dibujos para mí. Yo le decía que me dibujara a la Mujer Maravilla, a la Mujer Araña, a Hulka, a Gatúbela, todas con diferentes uniformes, algunas bondadosas, otras malvadas, para luego colorearlas y recortar su silueta. Estas figuras de papel fueron los primeros objetos con los cuales yo jugué; después fue que aparecieron en mis aventuras los muñecos articulados.
Con la aparición de los muñecos articulados se infiltraron dentro de mis juguetes los primeros personajes masculinos, los de la serie de He-Man. Al lado de la Mujer Biónica, por ejemplo, se veían particularmente masculinos, pues estaban llenos de músculos; pero todos tenían el mismo tipo de cuerpo. Los diferenciaba su nombre, su vestimenta, unos poderes distintos y unas armas diferentes. Sin embargo, la mayor diferencia que había entre estos personajes era el hecho de que fueran buenos o malos. Jugar a los buenos tenía su encanto, pero siempre era más emocionante jugar a ser los malos. Hay algo en la manera de sorprender, un halo de oscuridad, en las armas secretas y en el poder de transformación de los archienemigos de los superhéroes que siempre me ha seducido. ¿Quién no recuerda la relación tan rara que había entre los tres enemigos de Superman (Ursa, Non y Zod) en Superman II, o la complicidad secreta que siempre ha existido entre Gatúbela, el Pingüino y el Guasón?
Santiago Monge, Armada, sexual y dominante, 2001, dibujo en lápices de colores sobre superficies varias. Foto cortesía del artista.
Santiago Monge, Crónica Autómatica, 1998, acrílico sobre madera. Foto cortesía del artista.
Siempre son los personajes malvados quienes buscan desestabilizar la paz y la tranquilidad de las ciudades o de los planetas en los cuales viven comunidades enteras de seres. En Eternia, el planeta en el cual viven en paz el Príncipe Adam (He-Man) y sus padres, no pasaría absolutamente nada si Skeletor y sus esbirros, el Hombre Bestia y el Hombre de las Aguas Mer-Man, no buscaran por todos los medios desestabilizar tal estado de tranquilidad. Hay en ellos una voluntad de desafío ante ese nivel de orden moral y político. Y en general, ante todo tipo de orden. Estos seres malvados, al contrario de sus enemigos —anatómicamente humanos—, son en su mayoría seres híbridos, mezclas de animales o máquinas con seres humanos. Estos seres más complejos y oscuros, son los que ponen en marcha la narrativa de las historias.2
Santiago Monge, Estereoscopía 11, 2001, fotografía a color. Foto cortesía del artista.
Uno es lo que come
Consumir imágenes sobre la Mujer Maravilla se convirtió en una cosa fundamental para mí y en ese momento de mi vida decidí que la línea divisoria entre realidad y ficción no era tan difícil de romper. Me fabriqué unos brazaletes antibalas con el rollo de cartón en el cual venía envuelto el papel higiénico, y me abalancé a desafiar a mis compañeros de colegio.
De tanto consumir imágenes de la Mujer Maravilla me convertí en una especie de versión bizarra de ella. Interrumpía los partidos de fútbol, los juegos de paredón3 saltando desde grandes alturas, siendo nada más ni nada menos que la Mujer Maravilla. La versión de la Mujer Maravilla en la cual yo me había convertido tenía el poder de desestabilizar el orden que establecía el fútbol, interrumpir los juegos y no permitía seguir la lógica del partido mismo.
La chica material
En 1985, época en la que cursaba quinto de primaria, aparecieron en mi casa dos revistas prohibidas: Playboy y Penthouse. Madonna aparecía en ambas portadas. De repente mi casa se convirtió en el centro de reunión de mis compañeros para ver las revistas. Un año antes Madonna había irrumpido en la escena de la música pop de los años ochenta, imponiendo un estilo tanto musical como estético —en ese entonces eminentemente masculina—.
La incursión de Madonna en el universo visual contemporáneo estuvo acompañada por el lanzamiento del canal MTV, cuya programación se dedicaba a transmitir videos musicales las veinticuatro horas del día. Madonna fue una de las primeras cantantes pop cuya producción musical estuvo estrechamente ligada a un producto visual; tenía un video-clip para cada canción que se convertía en un éxito. A mí me gustaba oír las canciones de Madonna. En Bogotá, todas las estaciones de radio programaban su música y todo el mundo hablaba del fenómeno: «¿Has oído la nueva canción de Madonna?» «¿Has visto el nuevo video de Madonna?».
Más o menos por esa época, a mediados de los años ochenta, se desató lo que en Estados Unidos se llamó la Madonnamanía; una especie de culto en el cual habían miles de niñas que se querían parecer a ella, vestirse como ella y hacer todo lo que ella hacía. Este grupo de niñas que quería parecerse a Madonna fue apodado como las Wannabes (las que quieren ser). Pero no es que las Wannabes fueran solo niñas, había gente de todas las edades y sexos que estaba obsesionada con su imagen.
En Colombia no nos quedamos atrás; todas mis amigas se parecían a la Madonna de esa época; pulseras de caucho en los brazos, cruces, rosarios y el pelo parado en copete tipo Alf.
Una cantante joven que se hacía llamar Madonna (igual que la virgen María), descaradamente sexual, que se ponía crucifijos a manera de aretes y rosarios en el cuello, a mí me producía mucha curiosidad. Una de las cosas que en ese entonces y aún hoy me sigue llamando mucho la atención sobre Madonna es el grado simultáneo de fascinación y de incomodidad que su figura y su imagen pueden producir. Madonna es una representación, la imagen de un cuerpo de mujer en permanente transformación artificial, a través de estereotipos e imágenes arquetípicas de feminidad.
Santiago Monge, Autopoiesis 1, 1998, fotografía a color. Foto cortesía del artista.
La fascinación que desde muy temprana edad y aún hoy sigo sintiendo por Madonna tenía un matiz consumista. De alguna manera he logrado mantener a Madonna capturada en imágenes. Un destino fatal recae sobre las estrellas del espectáculo, del cine y sobre las estrellas en general: algo de ellas queda atrapado para siempre en sus propios objetos y creaciones. De cierto modo, la cantidad de admiradores y personas que siguen guardando el recuerdo y la imagen de sus estrellas, las mantienen vivas. Ellas y todo el mundo creado a su alrededor se inmortalizan: ¿Acaso me estoy coleccionando a mí mismo a través de Madonna?
La bomba atada por una cinta
La imagen de Frida Kahlo llegó a mi vida como otra forma más de arquetipo femenino. De hecho, apareció por medio de Madonna; en mi afán de consumir y coleccionar todo lo que pudiera acerca de ella, llegué a saber de Frida Kahlo en un momento en el que su figura aún pertenecía a círculos académicos, artísticos e intelectuales. Madonna quería apropiarse de Kahlo, como otra más de las imágenes de mujeres poderosas con las que siempre ha estado asociada (Evita Perón, Mae West, Marlene Dietrich, Circe, etc.). Coleccionaba sus cuadros y quería representar el papel de Frida en una película que se iba a rodar durante los primeros años noventa y que finalmente se filmó con Salma Hayek en el papel estelar.
Frida era una pintora latinoamericana, mexicana, de una apariencia muy particular —de alguna manera más cercana a mí—, cuyas obras tenían la capacidad de ser aterradoras y fascinantes al mismo tiempo.
La aparición en 1983 de la biografía escrita por Hayden Herrera, titulada Frida, fue lo que impulsó la prominencia actual de su imagen y lo que simultáneamente dio respetabilidad académica al impulso de leer la obra de Kahlo a partir del tormento de su vida; de esta manera, la destilación de la vida y obra de una artista muy compleja en simplemente Frida, facilitó la transformación de Kahlo en una figura de culto, cuyos rasgos físicos se han impreso en nuestra memoria visual y colectiva en menos de una década. (Bergman–Carton 1993, 5-8) Frida Kahlo entró a formar parte de mi archivo de imágenes de mujeres poderosas. Finalmente, fascinado por su imagen, empecé a reconstruir su mito a mi manera.
Bogotá, marzo del 2014.
Referencias
Baudrillard, Jean. 1991. La transparencia del mal. Barcelona: Editorial Anagrama S. A.
Baudrillard, Jean. 1998. De la Seducción. Madrid: Ediciones Cátedra S.A.
Bergman–Carton, Janis. 1993. «Like an Artist». In Art in America n.o81, January.
1. Fragmento de una tesis de pregrado en Artes Visuales de la Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, 2001.
2. «Al principio de unión y reconciliación se opone el de desunión e irreconciliación. De estos dos principios, siempre triunfa el de irreconciliación, ya que por definición hace fracasar eternamente al primero. Es el mismo problema que se plantea con el Bien y el Mal. El Mal consiste en la denegación de esta dialéctica, en la desunión radical del Bien y el Mal y, por consiguiente, en la autonomía del principio del Mal. Mientras que el Bien supone la complicidad dialéctica del Mal, el Mal se basa en sí mismo, en la plena incompatibilidad. Así, es el dueño del juego; y el principio del Mal, el reino del antagonismo eterno, es lo que triunfa. [...] el mal no es un principio moral, sino de desequilibrio y vértigo, un principio de complejidad y extrañeza, de seducción, de irreductibilidad. No es un principio de muerte; al contrario, es un principio vital de desenlace» (Baudrillard 1991, 149).
3. Juego en el que se le pega a una bola de tenis con una raqueta contra la pared.