APUNTES SOBRE LO FANGOSO
El gesto no tiene sentido, realidad, sino en la medida en que renueva una
acción primordial.
El mito del eterno retorno
Mircea Eliade
De cómo las cosas que provienen de nosotros mismos contribuyen más a
nuestra felicidad que las que nacen de las cosas exteriores.
Stromata II
Metrodoro (discípulo de Epicuro)
No te acerques aquí, dice el señor a Moisés, quítate el calzado de tus pies,
pues el lugar donde te encuentras es una tierra santa.
Éxodo 3:5
Vínculo interior (con el espectador)
La obra ocurre en el espacio, en las paredes, el piso, y, a veces, también transcurre en el tiempo. Lo primero es mi pregunta sobre la vida, sobre el dolor y la muerte. Es una pregunta que llevo a cuestas a donde vaya y que se convierte en preguntas distintas cada vez, en cada obra. Más que una respuesta única, total y definitiva, busco despertar nuevas preguntas, más acuciantes. Mi deseo es que habitemos ese interrogante que no se debe eludir. Mi deseo es que el espectador experimente, sienta, se incomode y, si puedo y me deja, lo toque. Algunas veces logro estremecerlo o mecerlo. Esto último no ocurre en el espacio.
El espectador puede tocar la obra y no pasa mucho, pero cuando la obra toca al espectador ocurre un fenómeno rarísimo: lo intangible lo toca.
¿Que lo intangible toque es la labor del artista?
Esa es mi pregunta.
¿Y qué se puede tocar del espectador?
Esa es otra pregunta.
¿Acaso se puede tocar su piel?
¿Sus músculos?
¿Su hígado?
¿Sus tripas?
¿Sus huesos?, ¿su corazón?
¿Acaso su cerebro?
¿Sus emociones?
¿Dónde están las emociones para poder tocarlas?
¿Cómo llego a ellas?
¿Toco primero mis emociones?
¿Dónde están mis emociones?
¿En qué lugar dentro de mí?, ¿dónde comienzan?
Quizás a los espectadores solo les otorgo un momento para pensar en algo que no les había interesado antes, o los invito a un espacio para sorprenderse. O puede ser que les doy un nuevo campo en el cual relacionarse o no relacionarse (así son las relaciones).
¿Me relaciono con lo conocido o con lo desconocido para ellos?
¿Acaso ellos me conocen?
¿O es que todos formamos parte de un campo arquetípico y si me toco a mí misma los toco a ellos?
¿O es a la inversa?
¿Lo que para mí es significante puede ser insignificante para ellos?
¿Con quién puedo coincidir en significados?
¿Solo con lo parecido?
¿Es posible ser tocado por lo distinto?
¿Cuándo ocurre?
¿Cómo?
Estas preguntas sin respuestas me mantienen despierta y expectante, al acecho de respuestas que quizás no entienda.
Otra realidad expuesta
Me gusta pensar que trabajo con la realidad (o mi realidad), solo que la presento en otro contexto (en el espacio expositivo). Por ejemplo, la tierra es realidad, y no solo cuando la presento de modos distintos en diferentes espacios; como un actor en un escenario. La tierra es lo que tenemos en común, es lo que compartimos, ahí no hay diferencias ni discriminación. Nos adueñamos de la tierra a sabiendas de que no somos dueños de nada, y con la única certeza real de ser, en últimas, polvo o ceniza, todos, juntos, solo tierra.
Hay una diferencia entre ver y entrar: se entra a un espacio, pero cuando entras, el espacio también te invade, te dejas penetrar por lo penetrado. La fecundación, en los humanos, ocurre adentro de la hembra. En otras especies animales la fecundación es exterior (en algunos peces, por ejemplo). Al ser adentro, la fecundación se da en un ambiente húmedo: las emociones son líquidas, el instante fecundo solo es posible en la emoción.
¿Cómo se logra la emoción?
¿Es posible producir la emoción?
¿Cómo es el espacio donde ocurre?
¿Cómo es la húmeda oscuridad donde germina?
¿Cómo es el silencio del vientre, del huevo, de la semilla?
Allí donde nace, donde previamente existió
Conocí la tierra en forma de abuela: metida en una piel antigua rojo-oscura y misteriosa. Falda larga y profunda, llena de secretos que dibujaban un círculo alrededor de sus pies descalzos. Ese círculo me contenía —agarrada a sus piernas—, fue esa la arquitectura seminal. Mi columna, sus piernas. El mundo esférico llamado planeta Tierra. El microcosmos circular de su falda contenía una vida cotidiana ancestral ya casi extinta, de pura sustancia terrestre.
Su casa tenía el piso de tierra, como de tierra era su piel. La superficie del paisaje se adentraba en nuestra casa, se extendía hacia mi interior, el afuera árido y seco dejaba de ser afuera, sutilmente, hasta devenir en el adentro oscuro y fresco. El techo era de paja (antes de ser nuestro techo eran palmas que crecían en el jardín). Las paredes se sostenían con el tejido de una caña que llaman bahareque, eran paredes de tierra cruda que no duraban eternamente como las de las casas hechas con ladrillos cocidos, sino que se desmigajaban con el paso del tiempo. Usábamos estiércol de vaca para la mezcla de las paredes y también para fertilizar la tierra de la huerta.
Para que en la casa no hubiera tanto polvo se humedecía la tierra con las manos haciendo un movimiento circular hasta cubrir toda la superficie del piso del hogar. De rodillas se realizaba esta noble labor diaria de apaciguar el polvo siempre presente.
Mi abuela cocinaba con leña en su hornilla, el techo de la cocina estaba negro por el humo de muchos años de cocinar. La hornilla siempre estaba encendida, como si la casa fumara igual que la abuela, que fumaba con el fuego adentro de la boca (otra vez adentro) en su silla recostada en un horcón. Tenía mucho tiempo para pensar y fumar los tabacos que ella misma enrollaba y cultivaba en su extensa huerta. Además de fumar sus tabacos también los vendía —un poco de dinero para sus gastos (azúcar para su café)—, y los compraban las vecinas, mujeres, como ella, maltratadas por sus maridos todopoderosos. El tabaco les proporcionaba calor en la boca y el sosiego necesario ante la impotencia y el dolor. Todas fumaban con el fuego adentro, mirando hacia la nada, esperando que el mañana fuera solo un poco mejor.
Sobre lo sagrado
Solo hay preguntas.
¿Qué es sagrado?
¿Puede ser sagrado lo cotidiano?
¿Qué hace que un objeto, un gesto, un tiempo, un espacio, una persona, un sonido sean sagrados?
¿Es simple lo sagrado?
¿Cómo ocurre lo sagrado?
¿Se crea lo sagrado?
¿O solo sucede?
¿Es el arte sagrado o profano?
¿A quién se le hacen estas preguntas?
Lo que atesora mi memoria es sagrado, ha llegado a serlo. En principio era una abuela cotidiana, profana, blasfema, pero era sagrada mi forma de verla. Los de la abuela eran los “gestos primordiales”, y yo los veía con los ojos de niña que bebían sedientos en la aridez de mi infancia. Son los gestos que ahora se repiten y se honran, los gestos sagrados de generaciones de mujeres que se actualizan en mí y me desbordan. Ninguna superficie alcanza para expresar el contenido de lo sagrado, del dolor y del amor que ha corrido desde ríos ancestrales de sangre y de llanto.
Lo sagrado, entonces, no se expresa hacia fuera, sino hacia adentro, yendo a las raíces, volviendo al interior. Siempre adentro, en la oscuridad que ilumina.